Grecia, la cuna de la civilización occidental: de las ciencias y de la filosofía, de las artes y la arquitectura, se encuentra dos mil años después atrapada en una tragedia de la que no parece fácil salir, sobre todo porque sus supuestos amigos europeos se empeñan en hundirla cada vez más en beneficio de sus bancos y del capital financiero occidental. Grecia debe 360 mil millones de euros, que se sabe no tiene ni tendrá forma de pagar, y si se le asignan 86 mil millones de euros adicionales en préstamo para rescatarla, realmente la hundirán más en el océano de una deuda impagable. Ese dinero, además, no beneficiará en absoluto las capacidades griegas de superar la situación, sino que engrosará las finanzas de los bancos europeos. No se trata de rescatar a Grecia, se trata de rescatar a sus bancos, lo que prolongará la agonía de su pueblo. El actual gobierno de Syriza, con unos meses en el poder, lidia con un problema heredado.
Situaciones como
la griega no son exclusivas del país helénico; en menor grado, aunque también
muy serio, otros países europeos del mismo modo la sufren. Se trata de las
economías más atrasadas y débiles, que se han endeudado hasta llegar a niveles
donde se les hace difícil cumplir con los pagos debidos, por lo que tienen que
reducir sus gastos a expensas de las inversiones sociales, situación que golpea
directamente al pueblo reduciéndole de improviso y rápidamente sus condiciones
de vida. En el caso más grave de Grecia otro camino es el de vender (privatizar)
sus activos, lo cual deja al país totalmente imposibilitado para una eventual
recuperación y desnudo ante las presiones y conjuras. Pero la situación griega
se agrava al carecer de un programa alterno y de un liderazgo que tenga como
principal objetivo los intereses de la nación y no sólo, como parece, el
mantenimiento del poder político.
Su Primer
Ministro, Alexis Tsipras, nombrado recientemente tras la victoria de su partido
Syriza, izquierdista radical, en las elecciones legislativas griegas, se lanza
en una campaña política de rechazo a las exigencias de los líderes de la Unión
Europea, con un lenguaje confrontatorio y de denuncia, que rápidamente es
asumido por una población angustiada y molesta por la situación crítica vivida,
desde hace ya varios años, y sin perspectivas claras de mejorar en el futuro
inmediato. En este escenario se produce el referéndum en el que los griegos se
pronuncian contra las condiciones del rescate europeo, resultado que es tomado
por los líderes financieros en Bruselas como un simple ruido demagógico y en
absoluto atendido, como se merece una expresión de voluntad de todo un pueblo
miembro de la unión. Uno se pregunta qué hubiera ocurrido si estos resultados
se hubieran obtenido en Alemania o Francia.
La paradoja que se
produce inmediatamente después es muy parecida a las que constantemente se
producen en nuestra Venezuela casi todos los días. El pueblo griego vota contra
el rescate y su Parlamento en Atenas aprueba el mismo plan de rescate que el
pueblo había rechazado. Recordemos aquel referéndum venezolano donde el pueblo
se manifestó claramente contra la reforma constitucional, pero en los años
siguientes los poderes constitucionales se burlaron olímpicamente de esa
soberana decisión y legislaron y actuaron en forma contraria a la voluntad
popular. En el caso actual de Grecia, pareciera que no se tenía ningún programa
alternativo a la propuesta de rescate de la Unión Europea, pues el propio
Primer Ministro Tsipras abogó en el parlamento para que éste se pronunciara a
favor del acuerdo, un acuerdo en el que él mismo no creía, como llegó a
manifestarlo. El propio FMI ha dicho que toda Europa vive una ficción, pues la
deuda griega es insostenible, nunca la podrán pagar.
El actual Ministro
de Finanzas del gobierno griego, Yanis Varufakis, votó en el Parlamento contra
la aceptación del acuerdo de rescate, ya que sabía muy bien que es imposible
ayudar a un país muy endeudado haciéndolo endeudarse más. Sin embargo, sus salidas pasan por un cambio
del modelo financiero europeo, cosa que sus bancos, verdaderos dueños de esta
política, no van a realizar. Contrario a su discurso, y aquí reside parte del
problema político, tuvieron que aceptar para evitar la catástrofe humanitaria
que se les venía encima de no hacerlo. Hablar claro a los electores parece ser
una recomendación más adecuada que hacer demagogia, más aún cuando no se es
culpable del desastre.
La
Razón, pp A-6, 19-7-2015, Caracas.
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