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domingo, 12 de julio de 2015

El ashé semilenú: Las palabras siempre están vivas

 

Un gran ashé implica gran responsabilidad

Hay un viejo adagio que dice: “Somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestro silencio”.
El estudio de los diversos tipos de ashé es un tema fascinante para mí. Uno de esos ashé que particularmente me atrae es el semilenú ashé, o el ashé colocado en la lengua, en las palabras. Me gustaría invitarlos a reflexionar sobre el poder que tiene en particular este ashé.
Mi vida secular está marcada por las palabras, porque yo estoy en el campo de las comunicaciones, por lo que siempre he sido consciente del poder que tienen. Mi vida religiosa se caracteriza también por las palabras, pero en un sentido más amplio de la palabra ya que en este renglón la palabra se utiliza en otros niveles. No sólo uso palabras en mis rituales, sino también en la creación de ashó orisha (vestimentas iniciáticas y rituales) e implementos para proteger futuros iyawós y para bendecir a los abures que los utilizarán para sus orishas. Usted puede decir que soy exigente con no sólo lo que yo digo, pero con cuándo y con quién me comunico. Las palabras nunca son casuales, tomadas o emitidas a la ligera, no para mí. Ellas tienen formalidad, siempre tienen un significado subyacente, y dentro de mi proceso de comunicación hay razones dentro de razones. De igual manera espero que mis palabras siempre sean puertas de mi alma y que ilustren fielmente los procesos de mi pensamiento.
Estoy muy consciente del ashé semilenú porque como santera me doy cuenta de que este ashé continuamente se manifiesta en nuestra obras, actos y en un proceso continuo de transmutación y la alteración de la realidad espiritual y material. Tomemos por ejemplo el comienzo de mi día. Todas las mañanas me gusta pedir las bendiciones a mis espíritus, las de mis mayores y como parte de ella, me gusta pararme a la entrada de mi hogar, con una jícara o igüera en mano llena de omí tutu (agua fresca) para invocar bendiciones para mi familia, para refrescar los caminos que he de recorrer y los caminos de los que amo y honro. Las palabras son energía, las palabras se atraen y repelen, las palabras se manifiestan: Las palabras siempre están vivas.
Las palabras emergen de las profundidades de nuestro ser, de un deseo innato de comunicarnos de la que pocos seres están alienados. Por supuesto, siempre hay excepciones a la regla y hay personas que en el momento de escoger su orí también seleccionaron retos evolutivos que podrían haber afectado su proceso normal de comunicación. Pero esos son casos especiales. Sin embargo, en general gustamos de comunicarnos.
Tome por ejemplo, la comunicación oracular. Cuando una persona se sienta al pie de una estera para obtener un registro, ya sea con un awó de Orunmila, o con un Santero, el proceso que se inicia no es sólo un canto litúrgico en un dialecto misterioso, no, la moyugba es una invocación del poder. Despierta al oddú, a sus energías y es un acto sagrado que abre la comunicación entre el reino de lo divino y lo mundano. La concentración es fundamental en ese momento, tanto para adivino, así como para el que quiere respuestas quien en ese momento debe estar completamente enfocado en los asuntos allegados a su corazón.
Las palabras pronunciadas en un itá son también un excelente ejemplo de poder y uno que ha de marcar la vida de un iyawó. Aquí es donde se separan a los oriatés verdaderamente magistrales de los mediocres. Yo he presenciado itás donde el oriaté era un maestro de las caracoles y de los números y del oddú, pero donde la falta de tono de amabilidad y tacto y donde se podía apreciar que en su lectura no había respeto por la fragilidad del iyawó quien en ese momento está expuesto e inocente a todo lo que se va desarrollando ante él como recién iniciado. Ese es un ejemplo de un bajo nivel de respeto por el poder de las palabras. Del mismo modo, he visto Oriatés con menor nivel de habilidades, pero con una mayor compasión y con un desarrollo espiritual y una comprensión innata de la energía que se derrama de su boca para bendecir y advertir al iyawó. Casos como esos es donde vemos el respeto al ashé semilenú por parte del oriaté, donde se está consciente de que cada palabra y cada frase es más que una mera regurgitación de conocimientos, cada palabra está guiada e inspirada por conocimiento, mente y espíritu resultando inspiradora y sabia.
Abures, los invito a estar al tanto de lo que dicen en su vida diaria. Porque tenemos orisha asentado dentro de nosotros, no hay posibilidad de separar este ashé semilenú (y todos lo tenemos desarrollado a un grado u otro) que es una poderosa forma de magia, de lo que somos. Cuando se tiene cuidado con lo que se dice, podemos mantener alejada la creación de osogbo (mala suerte), no caemos en el tillá tillá (chisme). De igual manera hay que tener cuidado de lo que decimos en momentos donde la cabeza está caliente para evitar maldecir a otros, porque las maldiciones con el tiempo vendrán y se posan en nuestros propias hombros como aves de mal agüero. No estoy diciendo que hay que vivir ahora paranoico sobre todo lo que se dice, pero recuerda que una palabra colocada con suficiente poder será manifestada. Recuerda de igual manera que esas palabras no son sino un reflejo de su ser interior. Por tanto considera ¿qué le gustaría a manifestar hoy en día?
Es decir, al contrario de lo que pensamos, a las palabras no se las lleva el viento. Las palabras son semillas que se arraigan en la mente de los que nos rodean, porque expresan ideas y una vez que una idea se ha arraigado en la mente es muy difícil de desalojarla.
Omimelli
Oní Yemayá Achagbá

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