"No
deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los
cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen".
Mateo 7, 6
Antecedentes
Todo
encuentro de la verdad, necesita un acercamiento a través de la
indagación, y es por ésta que al alcanzar cierto reconocimiento -desde
el discernir-, lleguemos a mantener en parte la chispa de la iluminación
ansiada. Todo conocimiento de la vida, requiere emprender un viaje de
humildad y sencillez sin que por ello tengamos que apegarnos a
cualquiera de sus facetas. Y este camino, que recorre el sabio desde lo
más oculto de su interior, debe ser necesariamente buscado por la llama
de nuestro Ser.
Cuando
escuchamos hablar de la cadena iniciática tradicional a través de los
tiempos, debe quedarnos claramente definido o conceptuado lo que tal
frase nos sugiere. Y esto mismo, desde que el ser humano ha llegado a
ser lo que es, se nos ha presentado como la transmisión de un
conocimiento desde Maestro a discípulo recibido en su forma más directa.
Pues al expresar lo que supone la transmisión y en qué se fundamenta,
toca en cierto modo una parte velada del Misterio, aquel al que
accedemos, y que por su cuestión sagrada nos reprime mencionar su
trasfondo trascendente. De hecho, recorriendo el camino hacia la
aparente verdad, no son las doctrinas ni siquiera las religiones lo que
despierta la esencia o la ciudadela del Ser -aunque tenga su parte
constitutiva-, sino la expresión como la única realidad que cuenta. Ya
que por los medios interiores surge la transformación y el avance
inmediato, en donde es apreciado Dios.
Aquellos
que nos preceden en el camino, son los auténticos buscadores, los que
eligieron una forma de vida basada en la renúncia de lo material y lo
intranscendente; abandonando en una primera etapa el Mundo el cual
habitaron, para apreciar y contemplar desde las alturas donde pasaron
sucesivos periodos de instrucción, para después volver y enseñarnos el
camino de regreso; camino éste, del que sólo por nuestra voluntad, desde
nosotros, tendremos la ocasión de experimentar. Y es a través de ellos
-los Maestros-, que podrán mostrarnos lo que somos; la voluntad, gran
aliada del guerrero y que habita en nuestro más profundo interior.
Desde
esa tradición, constituída por una cadena, se nos dispensa otro vínculo
mucho más conexionado como es el energético y la formación de una
egrégora. Al establecer un círculo de personas reunidas, en base a un
ritual, se distingue en el ambiente la transformación de una energía con
peculiares características: el trabajo de grupo, los sentimientos, la
proyección dirigida, o lo que es igual, un campo energético e invisible
que conducirá una fuerza dinámica. Pero esta fuerza llega a ser
acreditada con los Maestros del Pasado. Pues los lazos de su Ser en la
cadena de la tradición, constituyeron de manera inesperada, un arraigo
enriquecedor e inherente en el modo de actuación y en lo que les
rodeaba. Conformándose de esta manera un vínculo con las almas de la
tradición.
También
es posible la existencia del guía espiritual como Maestro ascendido.
Pues son ellos los que a través de su paso por la vida, mantuvieron un
contacto pleno y requerido con el común de todos los oficiantes e
iniciados, con los que compartieron la unión fraternal por el seno de
Dios. Otra característica fundamental es la de requerir su protección
por medio de salmos, plegarias, e invocarlos como Seres custodios en la
formalización de los trabajos llevados a cabo en la ceremonia. Esta
influencia vertical de la que se és poseedor por los Maestros del Pasado
(ascendidos), conlleva la luz del conocimiento y un nuevo renacer de
las fuerzas en procura de los asistentes como vivencia espiritual.
Teniendo connotaciones diversas entre éstas: el sentir de la llamada de
los estados más puros, perfectos e indescriptibles, despojando al hombre
nuevo de lo viejo y la separación del mundo profano. Venciendo al
guardián del umbral, para someterse al rejuvenecimiento Eterno.
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