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martes, 28 de julio de 2015






"Como es arriba, así es abajo" 
Principio hermético de correspondencia




HOMO EST DEUS





El Hombre y su parte Divina

Según los diversos pensamientos el Universo entero se encuentra regido por tres principios determinantes, como son: el Arquetipo, el Macrocosmo y el Microcosmo. O sea, en base a la filosofía hermetista quedaría conformado como Dios, Naturaleza y hombre (ser humano), y aunque dicho pensamiento es conocido en este reducido esquema, se puede confirmar que es por la voluntad divina ejercida en que el Universo es creado por un principio armonioso de dos opuestos; según la Kabbalah, éstas manifestaciones se interpretan adecuadamente por un principio negativo y otro positivo; o más bien, la unión entre lo femenino y lo masculino. Pero la creación del Universo en su concepto de ideal monista según la filosofía platónica, al igual que otras concepciones de sistemas filosóficos comunes que tratan de reducir los seres y los fenómenos del Universo a una sustancia o idea única, encuentra su oposición en la línea de la lógica aristotélica e incluso de Descartes, o de Bacon. La Kabbalah tiene mucho que decir en este punto cuando asevera en esta división de ideales, la unión de estos aspectos contrarios situándolos, en un proceso de unión y de reencuentro en la manifestación de la Unidad.
Tanto el ser humano como la misma Naturaleza, tienen acción por sí, de estar presentes en la circunferencia divina de la cual dependen y en la que están envueltos a causa de las Leyes Divinas; y aunque éstas leyes determinan, ya sea, su Naturaleza o evolución en la que se ven influenciados, no intervienen en las acciones de libre albedrío e intelecto de las que el ser humano tiene para su uso cotidiano en respuesta a éstos atributos concedidos. Por ello, el ser humano llamado Microcosmo o Mundo pequeño, llega a ser relacionado con el Universo por contener en sí las leyes que autodeterminan y rígen a este último. En cambio toda la Naturaleza manifestada en el Universo permanece a través de los actos o hechos en las acciones del destino, desde que tiene un origen en el orden del Creador como fundamento de lo que ésta Naturaleza constituye. Asimismo, analógicamente describe a los hechos o actos, como propios dentro del orden con que se define a la Naturaleza; en igual circunstancia, el hombre es depositario de unas Leyes Divinas para que pueda entender por su potencia cognoscitiva racional, lo que éstas mismas le implican y su libertad de acción en cuanto a ellas (de ahí su libre albedrío). Pero es por Dios, el Gran Arquitecto del Universo, que los principios que actúan por la Causa Primaria le corresponden a Él.
De este último planteamiento, se deduce, que la Creación del Mundo fue ocasionado por la revelación de la Voluntad Divina. Ésta creatividad en la razón de los principios divinos en la existencia del Mundo del que formamos parte, llega a revelarse y a expresarse desde una voluntad procedente de crearlo, como capacidad divina y pensamiento oculto distante a nosotros. En los aspectos de la Creación de la Voluntad Divina, son dos los que tienden a originarse particularmente: una Voluntad Divina concretamente ilimitada, y una Voluntad Divina con creación limitada; la primera, obedece a la Voluntad simple o Ein Sof (ilimitado, infinito), según se califica en la denominación Kabbalística; y en un segundo aspecto donde intervienen las emanaciones divinas o las diez sefirot (esferas o aspectos divinos incluídos en el glifo del Árbol Kabbalístico de la Vida) como poderes e instrumentos de los cuáles el Eterno revela su Voluntad limitada. La existencia no manifestada según la Kabbalah se denomina Ein, la Negatividad; Ein Sof, sería lo Ilimitado; y Ein Sof Aur, la Luz Ilimitada. Estos tres estados definidos y a la vez no manifestados, se conocen como los tres Velos de la Existencia Negativa. Entre tanto, la tradición Martinista inculca a sus devotos el ascenso por los estados de emanación divina, hacia el reencuentro con la Omneidad en el Sendero del Retorno.
En el principio de esta página y que lleva por título Homo Est Deus, refiere principalmente al Hombre Divino (Hombre-Dios) como parte indisoluble de Dios, lo Omnipotente, la Omniprensencia, y lo Omnímodo. Por ende, el sistema Martinista intenta convenir como punto de encuentro las relaciones existentes entre Dios, el ser humano y el Universo; uniendo por correspondencia estas tres partes como principios inherentes a la misma. Cuando emprendemos el estudio de la naturaleza divina, y por tanto, de la naturaleza humana, comprendemos de manera aparente el amor infinito de Dios hacia el ser humano al reafirmarnos desde la misión temporal de Jesús-Cristo, la revelación de misericordia hacia los hombres convertida en lazo de unión desde el Verbo divino. Y en comprensión a la naturaleza cuaternaria de la que el hombre es provisto, se entiende como tal: de un alma temporal que permanece durante su estancia en la Tierra, de un cuerpo fundado por materia en su estado más tosco, y de un espíritu inteligente e inmortal a semejanza e imagen del Eterno Divino; estas tres sustancias que componen la manifestación ternaria o la Tríada en el ser humano, quedan completadas con una cuarta naturaleza y que refiere a Dios, la Unidad manifiesta de la Omneidad; formando una única sustancia, y a la vez, la integración de dos naturalezas en la composición del ser humano. En este último (el hombre), se evidencia claramente, al ser un pensamiento de Dios como esencia de Él mismo, cuando se expresa en las facultades de nuestro Ser lo que tiende a demostrar como la fuente de luz divina. Cuando sentimos los privilegios de la chispa divina y desarrollamos desde nuestro interior, un examen de conciencia que nos clarifique el convencimiento del estado primitivo al que pertenecemos, comprenderemos lo que pudimos haber sido cuando eramos un estado glorioso y lo que nos queda aún por recorrer, en la aniquilación de la degradación de nuestro estado presente.
En la composición de esta enseñanza, aún nos queda por definir la ley de principios con que se manifiesta en la Creación, y la interacción de la Ley Cuaternaria ligada internamente a los tres Mundos que revisten dentro del Martinismo y los tres cuerpos o elementos del ser humano que intervienen entre sí. Desde este silogismo de relaciones, la vinculación de lo anteriormente expuesto queda resueltamente añadido. Estas Leyes Divinas manifestadas mediante la Ley Cuaternaria, nos remite cuatro proposiciones de relación en su campo actuante: la primera, nos destaca el aumento de las manifestaciones emanadas desde su parte más inferior hasta la clase superior altamente espiritual de los atributos en continua expansión progresiva. Un ejemplo a este hecho lo tenemos en los cuatro Reinos de la Naturaleza: mineral (con matizaciones), vegetativo, animal y humano; en el segundo punto o proposición, existe una igualdad de dimensión contraria o de inversión en cada una de sus características y divisiones. En su fuerza, potencia ejercida, etc.; en el tercer aspecto de la proposición de la Ley Cuaternaria, nos apunta a la ley de correspndencia entre los Reinos de la Naturaleza ya destacados y las clases o emanaciones más espirituales; en la cuarta o última proposición de dicha ley, se encuentra la acción y el efecto en el desarrollo de la evolución como forma indispensable de los cambios y las transformaciones. De esta forma, siendo aclarado los aspectos que intervienen en la Ley Cuaternaria como motivo de exposición de este breve contenido, las manifestaciones expresadas de manera sucinta advierten sin más, el rico conocimiento del que ésta tradición es acreedora como parte fundamental en la que dichas leyes nos envuelven. Asimismo, al perpetuar en el tiempo el conocimiento de la descendencia cuaternaria en el contenido del número denario, y en igual forma, todos aquellos que recogen la condición de terrenales, menores, mayores y superiores, incluidos también en el referido número, demuestran sin duda las pertinentes correspondencias con que se dan en la Unidad. En términos coloquiales se puede concluir, que el número denario es el único que siempre ha representado la cuádruple esencia divina, y como tal, al no sufrir ninguna división por ser indivisible, dicho número denario es contemplado como el primer poder divino que todo lo contiene; y en la misma consideración, el número cuaternario que recoge y completa la cuádruple esencia divina que como motor funcional, acciona y provee a las sustancias corporales de materia no determinada de distintas cualidades, dignifica ampliamente al mismo -cuaternario- por ser reconocido como el mismo número divino.
De las materias que se han nombrado y que también interactúan con la Ley Cuaternaria en el sistema Martinista, se contemplan tres Mundos: el Mundo Elemental, en el que divide a los Reinos mineral, vegetativo, animal y humano (diferenciando las características del ser humano con los otros Reinos: conciencia intelectiva y atributo espiritual); el Mundo de las Esferas, con un sistema planetario y zodiacal; y el Mundo Empíreo, con sus emanaciones espirituales e invisibles de la luz divina.
En el plan de estudios Martinistas en el que el ser humano forma parte de las Leyes Divinas en que la Causa Primaria determina la Creación, se distinguen también en el hombre, tres partes o elementos en perfecta consonancia con los principios de correspondencia: el Alma o Âme, influenciada por el Mundo Empíreo; la Envoltura Plástica o Cuerpo Astral, influenciada también por la fuerza fluídica del Mundo de las Esferas; y el tercer elemento como Cuerpo Físico, del que se encuentra influenciado por el Mundo Elemental. De igual forma ocurre cuando dividimos al ser humano en tres partes según determina la Alquimia: azufre, mercurio y sal (espíritu, alma y cuerpo); esta alquimia que postula un orden universal y está íntimamente asociada a la ciencia hermética, es el Arte por excelencia de la transmutación espiritual. En la obra de Bernardo El Trevisano, "La Palabra Dejada", comenta lo siguiente: "Así la Trinidad en Unidad, y Unidad en Trinidad, ya que aquí donde están Espíritu, Alma y Cuerpo, aquí también se encuentran azufre, mercurio y sal". Y Basilio Valentín, en "Las Doce Llaves de la Filosofía" (décima llave) nos advierte: "En nuestra Piedra, por mí y mucho antes de mí elaborada, están contenidos todos los elementos...". En el concepto trinitario del cristianismo, base fundamental de muchos de los dogmas acaecidos al día de hoy, tenemos a Dios concebido en las personas del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, manifestándose en la Creación del Universo. Pero este pensamiento expresado a título de palabras en el que explica el proceso de la Unidad, lo creado, y la emanación, indica en realidad al Padre, al Hijo y a la Madre. En la Kabbalah, la definición de la palabra Elohim, está sujeta y relacionada a lo femenino y lo masculino; en composición a la palabra del singular femenino Alh, y de la terminación del plural masculino Im; realizándose la unión de estos dos principios para concebir al Hijo en la manifestación misma. En la labor de los atributos de Dios, se creó al hombre (Génesis 2:7) a imagen y semejanza del Hombre Superior, o sea, toda la Creación fue formada y reflejada en la estructura del ser humano en su esencia. Y ésta misma es interpretada en la Kabbalah en las diez sefirot del Hombre Espiritual, representado en el Árbol kabalístico de la Vida. Por tanto, es por la unión de estos dos principios como origen de un orden generador, justo y equilibrado, hacia la naturaleza del Hombre Divino o Adam Kadmon, que el Universo llega a ser creado.
Se puede apreciar una vez más, que los temas tratados en la tradición Martinista (a pesar de no haber sido desarrollados), determinan prácticamente el camino del adepto en el plan de estudios del discipulado; siendo menester al corresponder a las Órdenes Martinistas, las respectivas instrucciones de aquellos interesados que aspiran a la búsqueda en la sabiduría de la Verdad.

"...Cuando un hombre estuviere Regenerado en sus pensamientos, inmediatamente lo estará en su verbo, que es la carne y la sangre del pensamiento; mas cuando estuviere regenerado en su verbo, inmediatamente lo estará en sus acciones que son la carne y la sangre del verbo"

Louis-Claude de Saint-Martin





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