“La bebida apaga la sed, la comida satisface el hambre; pero el oro no apaga jamás la avaricia”. Plutarco | |||
---|---|---|---|
Durante
muchos siglos, muchos hombres tuvieron un objetivo común: convertir el metal
innoble en oro. Afanados en la búsqueda de lo que llamaron “la piedra
filosofal”, un buen número de sabios dedicaron su vida entera ante un
infructuoso objetivo porque los métodos que emplearon, difícilmente, podían
hacer que un met
Por José Carlos Bermejo al impuro se trasformara en oro o en plata. Escribieron
muchas páginas en vano, muchas horas dedicadas al estudio de lo que otros
habían investigado y concluido. Pero, ¿quiénes eran esos hombres? ¿De verdad
creían que existía un elixir capaz de proporcionales riquezas inmensas, de
concederles la vida eterna?
La Alquimia es una Ciencia
antigua, precursora de la química y quizás tan anciana como lo es el propio
hombre. Existen vestigios que indican que durante los primeros siglos
después de Cristo ya existían personas que pretendían enriquecerse de forma
rápida y sencilla, desde casa, destilando metales para convertirse en
hombres ricos.
En el siglo IV se escribió el primer
tratado que en forma enciclopédica reunía todo el saber sobre el asunto, lo
escribió Panopolitano, un escribano de la Biblioteca de Alejandría, la mayor
biblioteca del Mundo Antiguo donde se intentó reunir la sabiduría repartida
por el mundo, pero que terminó siendo pasto de las llamas. En lo que
respecta al compendio de Panopolitano, se conservan parcialmente algunas de
sus páginas.
A partir de este primer tratado, proliferaron
los textos que se dedicaban en exclusiva a este forma de magia. La
pretensión de las fórmulas y mezclas que hacían se correspondían con el
deseo de igualar la serie de características que le son propias al oro, es
decir, la misma densidad, igual dureza, idéntico tacto. Para llegar a ese
punto deseado utilizaban todo tipo de destilaciones que ganaron en
complejidad a correr de los años. Igualmente, su ingenio se debatía de forma
constante en la inventiva de nuevos artefactos, nuevos alambiques con los
que llevar a cabo sus infructuosos ensayos. Para ello, se ayudaban de
hornos, morteros, ollas que sumergían en el fuego que todo lo funde. Uno de
los ingredientes más curiosos que utilizaban los alquimistas fue el huevo,
el huevo de gallina. Por aquél entonces se pensaba que el huevo era una
fuente de energía sin igual, que proporciona una extraordinaria vitalidad.
Desde luego, el huevo es rico en proteínas, pero más que improbable que
terminara por convertirse en metal precioso.
Timos Alquímicos
Desde
que el hombre es hombre se ha timado. Ha intentado engañar al prójimo en
beneficio propio, casi siempre por usura, por avaricia. A propósito y al
amparo de la Alquimia y de las peculiaridades que la rodeaban, sencillo es
pensar que muchos intentaron estafar a los incautos al convencerles de que
poseían el gran secreto, la piedra filosofal, la fórmula capaz de convertir
un metal de segunda categoría, innoble, en preciado oro. Personajes un tanto
siniestros y grandes timadores fijaron su objetivo en reyes y clérigos,
poseedores de abundantes riquezas sobre las que fijar sus garras. En
realidad, venía a ser una versión del timador timado, interpretando el papel
de rey, noble o clérigo. De forma reincidente y durante algunos siglos, al
comienzo de nuestra Era, un timo se hizo tan popular que ha llegado hasta
nosotros. Aquellos buscavidas o timadores conseguían embaucar a la
acaudalada víctima. Le decían que eran capaces de hacerles una demostración
de cómo convertían mercurio en oro. Disponían todo lo necesario para
realizar el experimento milagroso. En un horno se introducía una piedra de
carbón en la que previamente y a ojos del timado, se había introducido el
mercurio. Lo que el incauto no sabía es que el carbón contenía una pieza de
oro auténtica, solo sostenida por una pieza de cera que se derretiría
dejándola caer. El milagro había sucedido: ¡el mercurio se había convertido
en oro! El timo se redondeaba pidiéndolo dinero al hacendado para comprar
mercurio y ponerse a su disposición para convertirlo en una gran montaña de
oro. Una vez conseguido el dinero, al alquimista no se le volvía a ver en la
Corte.
La Alquimia: Un Fenómeno Mundial
La alquimia fue practicada en todos los rincones del
planeta. Muchos de esos hombres que la practicaron, estaban en la creencia
que era necesario cierto equilibrio mental y físico para que el arte
alquímico diese los frutos deseados. De hecho, consideraban que encontrar
cierta paz espiritual, el orden mental, era un síntoma de alcanzar la piedra
filosofal.
El lejano Oriente también se vio subyugado por ese
deseo alquímico consistente en transmutar el sentido de la vida. Los yoguis,
aquellos practicantes del yoga, uno de los seis sistemas de la filosofía del
hinduismo, utilizaban la respiración, la concentración y la interiorización
para que sus poderes psíquicos despertaran del letargo. Curiosamente, entre
las intenciones de estos hombres, también se encontraba el deseo de crear
oro. La alquimia verdadera, en realidad, se divide en dos vertientes. De un
lado, la alquimia material, de la que ya hemos hablado, pero también, en el
otro lado, se tenía conciencia de la existencia de la alquimia del espíritu,
practicada con más énfasis en el metafísico Oriente. De manera global, la
alquimia perfecta es la que trabaja sobre la materia sin perder de vista el
espíritu. Por eso los yoguis, con la interiorización y la búsqueda de claves
psíquicas, utilizaban sus mentes para encontrar el elixir de la eterna
juventud; conocer el pasado, el presente y el futuro; levitar; conocer sus
vidas anteriores; permanecer, sin necesidad de oxígeno, bajo el agua o
convertir la nada en oro. Este fenómeno no se dio solo en la India, por su
parte, los chinos, por su parte, tenían claras las ventajas que para la vida
tenía el oro. En uno de sus tratados se puede leer:
“El oro no provoca daño. Por eso es, entre todos los
metales, el más preciado. Cuando el alquimista lo incluye en su
alimentación, la duración de su existencia se hace eterna”.
Se extendió entre muchos alquimistas que el hecho de
incluir en su dieta unos gramos de oro, el noble metal les devolvía salud,
era una fuente de juventud: “El cansado anciano se vuelve de nuevo un joven
pleno de anhelos; la fatigada anciana se hace una doncella”.
Ocultando el Mensaje
Los alquimistas seguían sus propias recetas,
en función de los experimentos que realizaban. En la mayor parte de los
casos, dichas recetas están escritas de tal forma que no pudiesen ser
comprendidas por la mayor parte de los mortales. Los alquimistas intentaban
esconder sus secretos. De tal manera que los tratados sobre Alquimia están
escritos utilizando códigos secretos: bajo la escritura de símbolos y
signos. Por lo general, todos los tratados de Alquimia que utilizan un
código, hacen referencia a los planetas del Sistema Solar. Lo que hacían era
asociar cada metal con un planeta, aunque desvirtuando la tradicional
asignación que concede a cada planeta unas características, unos poderes y
unas cualidades especiales.
El boom de la Alquimia llega a Europa en el
siglo XII. Es el momento histórico en que, en reducidos y apartados
círculos, se comienza a tomar en serio la idea de buscar la piedra
filosofal. Durante los siglos posteriores, muchos de los libros que tratan
el tema son traducidos. Es el tiempo en que toda esa literatura parece
ajena, propia de un idioma que todo el mundo desconoce. Los libros son un
montón de símbolos que no dicen nada. Dragones, soles y lunas entremezclados
con leones.
Nombres Alquímicos
Son muchos los nombres de los hombres que se interesaron vivamente por
esta suerte de magia que era la alquimia. Uno de ellos, Nicolás Flamel,
un bibliotecario de la Universidad de París en el siglo XIV, siguiendo
las instrucciones de un misterioso libro que cayó en sus manos, dejó
escrito su descubrimiento: decía haber conseguido oro, un 17 de enero,
hacia el mediodía, del año de gracia de 1382.
“La primera vez que realicé la proyección fue sobre mercurio, del cual
extraje media libra de plata pura, mejor que la de la mina” (...) “El
25 de abril del mismo año, a las cinco dela tarde, convertí el
mercurio en igual cantidad de oro puro, que sin duda resultaba mejor
que el oro común, osea más blando y más dúctil”.
Se desconoce si estas palabras escritas por el bibliotecario Flamel
son ciertas o pertenecen a la categoría de la ciencia ficción. Lo
cierto es que sí que hay datos suficientes para afirmar que una vez
fallecido, en el año 1418, el testamento del alquimista reflejaba la
cesión de muchos miles de francos franceses para la realización de
obras benéficas.
Para
saber más:
“Los Orígenes de la Alquimia”. P. E. Berthelot,
París, 1885.
“Historia
de las Sociedades Secretas”. Ramiro A. Calle, Editorial Temas de Hoy. 1990.
No hay comentarios:
Publicar un comentario