ENTRE JUNIO Y JULIO (2011.2016)
Fue entre junio y julio, el principio de esta historia. Esos personajes estaban raspando la última cucharadita de café del tarro de lata, en el lugar más recóndito del planeta, como el Coronel y su esposa asmática en medio del humedal cerca del Caribe.
En este último lugar del mundo. Sí, entre junio y julio, cuando el frío polar, cual aguijón, penetra los poros de la piel. En ese último lugar del mundo estaban ellos, esperando su pensión.
El
puerto de ellos no era el del río Magdalena, a donde el Coronel iba a
buscar el correo, todos los viernes con ilusión, que nunca llegaba para
él. El puerto de ellos era, las puertas de ese peculiar BancoEstado de
Chile, el que a lo largo y ancho del país, no tenía respuesta, para la angustiante espera de esos seres humanos,
que como hormigas laboriosas, hacían fila para recibir su pensión del
país caribeño, al cual añoraban no sólo, por la calidez del clima, sino
por la bondad de su gente.
Voz:
“no ha llegado la correspondencia-transferencia”, aún. Las caras de
esos viejos: Miguel, Pedro, María, Juan, Rosa, José, Luis, Yolanda, Ruth
y cientos más, que habían laborado por muchos años en ese país
tropical, cambiaba de la esperanza al llanto.
Le
impulsó escribir este relato, la voz de una amiga, cuya triste
inquietud y realidad, dejó sentir a través del hilo telefónico, y llegó
hasta su garganta. Y tratando de disimular la idea, que estaba
ahogándola, para no aumentar la angustia, calló. Más aún, cuando no se
había dado cuenta claramente de ello. Trataba de luchar contra sus
sentimientos, mintiéndose: “la esperanza es lo último que se pierde,
mente positiva".
"Pero
no, ahora no, en este minuto, no. Déjenme expresar lo que siento. No
puedo más”, se dijo. Y empezó a recordar a ese querido Coronel de la
novela del Nobel y a relacionar cada historia que se contaba en la fila,
con la experiencia de ese personaje de ficción, que tan profundo había
calado en la mente y conmovido a miles de lectores en el siglo pasado.
Ellos, anteriormente, creyéndose invulnerables, habían dicho en esa
oportunidad: “no, eso, no nos puede pasar nunca a nosotros, no, no lo creo". Es demasiado injusto”.
Sin
embargo, ahora, estaban en esa fila. Viviendo la experiencia del
Coronel, todos ellos, con casi seis, siete u ocho décadas a cuestas, en
medio del incomprensible y helado invierno, recordando con nostalgia
aquel lejano país cálido, de alma y cuerpo. Unos con más peso que otros
en su espíritu.
Y el cartero no llegaba y la transferencia, tampoco.
El
Coronel del puerto del Magdalena, era el coronel Aureliano de Macondo.
El que inventó treinta y dos guerras y todas las perdió, luchando
infructuosamente por su vida, sus ideales, sus utopías y por la patria. Después de algunos años murió olvidado, de pie, ya sin ideales, ni sueños, sin memoria, ni pensión, haciendo
y deshaciendo pescaditos de oro en el ya famoso laboratorio de
Melquíades. Parado en la puerta de su casa paterna de Macondo, viendo
pasar el circo. Luego se dirigió al castaño. Ahí, lo encontraron, con la
cabeza sobre el pecho, doblada, como un pollito.
Les pasará, como al fantasma del Coronel, que aún está esperando la carta en el puerto a orillas del río Magdalena, lo mismo, a estos miles de pensionados y jubilados, del país tropical de mis recuerdos, en el mundo, en pleno siglo XXI, ( julio del 2016).
Hay un atisbo de esperanza, todavía…
¡SÍ,
SÍ, SÍ,
SÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ…!
Y
de repente, un rayo de sol derritió el hielo y la angustia poco a poco.
En un minuto inesperado, y como un milagro inesperado, que calla las
voces y la ansiedad…:
Se escuchó un revoloteo, murmullos, suspiros, gestos, ademanes en la larga fila, rostros de esperanza, sonrisas, palabras y un grito: “ya llegó, ya llegó la transferencia”.
Y los personajes, ahora, ya personas, empezaron a avanzar.
Pero, no había sido sólo un sueño.
Julio, 23, 2011.
Anónimo
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