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jueves, 21 de julio de 2016

CASOS DE LA VIDA REAL VENEZOLANA: Raiza Ruiz, el Milagro del Amazonas

 raiza ruiz la sobreviviente del amazonas

– Santa María madre de Dios, ruega por ella y por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, amen… Santa Madre de Dios.
– Ruega por ella,
– Santa Virgen de las Vírgenes,
– Ruega por ella,
– Madre de Cristo,
– Ruega por ella…
La noche del lunes 7 de septiembre de 1981, la ensombrecida vivienda de los esposos Ruiz Guevara en la avenida Don Bosco de Altamira estaba llena de familiares y amigos reunidos allí para rezar el novenario; rito católico que despide a las almas de los difuntos en su transito hacia el otro mundo. Era la primera de las nueve noches dedicadas a implorar por el eterno descanso de Raiza Josefina Ruiz Guevara, a quien, dos días antes habían devuelto a la tierra. Una terrible expresión de dolor cruzaba el rostro de los familiares más cercanos; sus padres y hermanos no podían aceptar la dura realidad que habían tenido que enfrentar desde que fueron informados oficialmente de la desaparición de la avioneta en la que su hija y otras tres personas sobrevolaban la tupida selva amazónica.
– Virgen poderosa,
– Ruega por ella,
– Torre de David…
Todo comenzó la mañana del lunes primero de septiembre, con el reporte oficial de la desaparición de la aeronave que debía cubrir la ruta Puerto Ayacucho – Maroa – San Carlos de Río Negro para luego regresar al punto de inicio, la capital del entonces Territorio Federal Amazonas. La Cessna 207 monomotor, pintada de amarillo fuego y con las siglas YV-244-C debía aterrizar en San Carlos a las nueve de la mañana, pero nunca llegó. Las alarmas se prendieron y el operativo de búsqueda se inició de inmediato. La tarea no era fácil pues el territorio que debían escudriñar era extenso y muy espeso, con árboles que en muchos casos pasaban de los 60 metros de altura impidiendo la visibilidad.
– Salud de los enfermos,
– Refugio de los pecadores,
– Consoladora de los afligidos,
El asunto se complicaba porque el lugar donde se extravió el aparato estaba muy cercano a los límites con Colombia y para aquel momento las relaciones con el hermano país eran tensas al punto de que las fronteras estaban cerradas. Desde distintos puntos del país, se sumaron esfuerzos para localizar la avioneta por aire, tierra y agua. En la mañana del jueves 3 de septiembre hubo por fin un reporte: el piloto de una ruta comercial informó haber visto la nave, ésta se encontraba en el sitio llamado Piedra del Medio entre los caños Guarapo y Bocachica en una zona selvática cercana a Colombia y en los linderos del poderoso río Casiquiare. Las noticias no eran buenas, la avioneta estaba totalmente destrozada y consumida por el fuego, por lo que no esperaban hallar sobrevivientes. Y así fue, los familiares de cada una de las cuatro personas que iban a bordo fueron oficialmente notificados de la muerte. Los fallecidos eran: Rómulo Ordoñez, capitán de la nave, a quien sus amigos apodaban “El Cigarrón”, José Manuel Herrera, juez colombiano, Salvador Mirabal agente policial y Raiza Josefina Ruiz Guevara, quien actuaba como médico residente en Maroa desde el 16 de agosto de aquel año y estaba próxima a recibir su título de Médico Cirujano.
– Reina de los Ángeles,
– Ruega por ella,
– Reina de los Patriarcas,
– Ruega por ella,
– Reina de los Profetas…
El sábado 5 tanto los restos de Raiza como los del piloto fueron inhumados; los de ella en el Cementerio del Este en Caracas y los de él en el Metropolitano de la ciudad de Maracay. Los restos mortuorios del Juez Herrera fueron entregados al Cónsul de Colombia y llevados a la población de Puerto Carreño donde fueron sepultados. El agente Mirabal fue enterrado por familiares y amigos en el pequeño cementerio de San Carlos de Río Negro.
Isabela Ruiz, hermana de Raiza, recordaba el doloroso momento del sepelio de “Raicita” diminutivo por el que todos conocían a la joven doctora. Parado frente a la bóveda marcada con el número G-159-1, el padre Miguel, capellán del cementerio pedía al señor que tuviera a bien recibir en su seno el alma de aquella hermana y expresaba palabras de aliento a los afligidos familiares. Isabela recordaba con pesar la lluvia de flores que se posó sobre el féretro que luego sería tapado por una fría y pesada losa de concreto. En aquella tumba quedaban los sueños de una joven que siempre había sabido lo que quería y que nunca cejó en el empeño de lograr sus metas. Allí quedaba su hermana.
– Reina de los Apóstoles,
– Reina de los Mártires,
– Reina de los Confesores,
– Reina de las Vírgenes,
En el sopor de las letanías a Isabela le pareció escuchar un timbre… era el teléfono. – Tal vez es alguien que llama para saber del novenario – pensó. Acudió a contestar. La llamada entraba con dificultad desde Puerto Ayacucho, era una amiga de la familia y compañera de Raiza. Lo que Isabela escuchó la perturbó de tal modo que cayó desvanecida. Los demás dejaron los rezos y acudieron solícitos a ayudarla.
– ¿Qué pasó? Fue la pregunta a coro
La chica medio aturdida repitió a su familia lo que había oído por la bocina:
¡Raicita esta viva… esta viva!
rescate de raiza ruiz
El vuelo
El lunes primero de septiembre de 1981, amaneció lluvioso y nublado. La empresa Aerovías Guayana, S.A. (AGUAYSA) que prestaba servicios de aerotaxi en el sur del país tenía un vuelo cuya salida estaba pautada para las 6:30 de la mañana, el mismo debía ser llevado por el capitán Luis Felipe Alfonso y cubriría la ruta Puerto Ayacucho – Maroa – San Carlos de Río Negro para regresar ese mismo día al punto de inicio, vale decir Puerto Ayacucho. Ante el retraso de Alfonso y para cumplir puntualmente el cronograma, su colega Rómulo Ordoñez tomó los controles. Para Ordoñez quien tenía en su haber 7.000 horas de vuelo aquello no era más que otro paseo sobre la bóveda vegetal del Amazonas.
De allí partió con un pasajero, el doctor José Manuel Herrera, quien hasta hacía poco se había desempeñado como juez de la población de El Gallo y recién había sido comisionado para presidir los tribunales en San Felipe, otro poblado de la amazonía colombiana; por la peculiar topografía del terreno, para el juez era más fácil arribar a su destino ingresando y saliendo por Venezuela. Al llegar a Maroa la nave fue abordada por Salvador Mirabal y la doctora Raiza Ruiz, el primero había estado en Maroa retirando sus credenciales y la segunda debía pasar a buscar a unos colegas a San Carlos para ir con ellos hasta Puerto Ayacucho, donde se efectuaría una reunión de coordinación de la Comisionaduría de Salud. Los galenos aprovecharían aquella circunstancia para protestar formalmente ante las autoridades por las pésimas condiciones de trabajo en la que debían ejercer.
En el transcurso de la escala en Maroa, alguien compró un pedazo de lapa asada y un trozo de carne de venado con la intención de llevarlos a San Carlos. Al rato de estar en el aire, se toparon con una fuerte neblina. De repente todo se volvió blanco imposibilitando la visibilidad; esto hizo que el piloto comenzara a buscar a ciegas un sitio para aterrizar de emergencia, con la mala suerte de que al descender estrelló la avioneta contra la copa de los árboles. Con gran asombro los viajeros se encontraron de pronto entre el follaje, sin saber muy bien qué había pasado. Al venir en conocimiento de que habían arborizado la doctora Raiza comenzó a gritar aterrada, como vio que sus acompañantes no reaccionaban los creyó muertos y salió como pudo de la aeronave. Detrás de ella salió el piloto y más atrás el juez. Todos estaban heridos, el único que no salió fue Salvador Mirabal el policía que al parecer había quedado inconsciente. Los demás al ver que el aparato se incendiaba empezaron a bajar tan rápido como podían de aquellos enormes árboles. Una vez que alcanzaron el suelo corrieron a protegerse pues en ese momento la nave se precipitó desde lo alto y abajo estalló, a pesar de la distancia fueron alcanzados por las llamas.
Cuando el fuego se apagó los hombres fueron a ver que había pasado con el policía, lo encontraron agonizante, al poco rato murió.
El “rescate”
El aeropuerto de San Carlos de Río Negro estaba muy lejos de merecer aquel nombre. En realidad era una irregular pista de tierra labrada a pulso y terquedad en medio de la espesura. Llegar hasta allí fue siempre una odisea; solo podía hacerse de día y rogando que por milagro de Dios no estuviese lloviendo. A las nueve de la mañana, un médico, un odontólogo y un enfermero esperaban la avioneta donde venía Raiza Ruiz para volar con ella hasta la capital del Territorio Federal. Al ver que no llegaba, empezaron a preocuparse y decidieron comunicar su inquietud a las autoridades. El clima ese día no era el mejor y cualquier cosa podía esperarse. El señor Luis Soto, jefe local de la Defensa Civil recibió el aviso y de inmediato activó la búsqueda. Hizo llamadas a Puerto Ayacucho pues por lo intrincado de la zona se necesitaba todo el apoyo logístico, humano y material que pudieran proveer las otras entidades del país y eso debían coordinarlo desde Caracas. El General Guerrero Zambrano, Director Nacional de Defensa Civil se comunicó de inmediato con la División de Búsqueda y Salvamento del Ministerio de Transporte y Comunicaciones, desde donde enviaron un equipo hacia el Amazonas, al mismo tiempo una flotilla de aviones y helicópteros partía de Maracay y Valencia; los pilotos comerciales sumaron sus esfuerzos en las tareas de rescate. Los días siguientes se dedicaron a tratar de localizar al aparato que presumían siniestrado en algún punto entre Maroa y San Carlos. Se pidió permiso a las autoridades colombianas para sobrevolar una porción de su territorio, pues cabía la posibilidad de que hubiesen caído al oeste de la línea fronteriza, Bogotá concedió el permiso y parte de los equipos peinó el lado colombiano.
No fue sino hasta el jueves 3 en la mañana cuando se localizó la Cessna YV-244-C. Una vez que se dio el aviso, el helicóptero de Carabobo partió al sitio y por medio de cuerdas dejó caer desde lo alto a un grupo de jóvenes con la misión de revisar el lugar y construir un helipuerto que permitiera rescatar a las víctimas. Fueron estos muchachos los que informaron que el avión estaba calcinado: “Solo hay cenizas – dijeron – únicamente hay un cadáver reconocible, lo demás son pedazos de carne y huesos carbonizados” Al sitio fueron llevados el médico rural José Castillo y su ayudante Paúl Piñero quienes se encargaron de procesar los restos. Desde Puerto Ayacucho envían cuatro urnas y un soldador al que dan la orden de soldar los féretros. “hay que sellarlos porque los restos son irreconocibles”. A las 6:30 de la tarde de ese mismo jueves, el gobernador del Territorio Federal Amazonas, Armando Sánchez Contreras solicitó a la Policía Técnica Judicial que enviara una comisión de expertos forenses para el levantamiento de los cuerpos, esta comisión que fue trasladada a la zona por un avión de la Fuerza Aérea Venezolana llegó a la mañana del día siguiente; apenas llegar, sus integrantes se entrevistaron con el juez Baudilio Azuaje Fernández y todos se trasladaron al aeropuerto de San Carlos con la intención de ser llevados al sitio del siniestro, pero para su sorpresa el acceso a la zona les fue negado con la excusa de que en el área “ya había mucha gente”.
Como era natural funcionarios y juez protestaron pero de nada les valió, sus argumentos se estrellaban contra el imperturbable muro que le interponía el jefe de la base aérea, un teniente de apellido Valecillos. Tratando de cumplir con sus obligaciones los hombres se montaron en uno de los helicópteros de donde al poco rato el teniente de marras los mandó a bajar. Los funcionarios decidieron entonces levantar un acta en la que dejaban constancia de aquella irregularidad, cuando redactaban el documento llegó un helicóptero con el cuerpo del policía Salvador Mirabal, su padre que estaba allí reconoció a su hijo, el cadáver le fue entregado para que procediera a enterrarlo. Salvador Mirabal fue inhumado en el cementerio de San Carlos del Río Negro. Al regresar a Caracas los forenses entregaron el acta levantada al director del cuerpo, comisario Jorge Chacín junto con un informe de lo sucedido. Aquel mismo día, mucho rato después de la llegada de los restos de Mirabal, aterrizó otro helicóptero en el que venían el médico José Castillo y su ayudante, éstos traían tres bolsas de polietileno que señalaron como contentivas de los restos de Raiza Ruiz, José Herrera y Rómulo Ordoñez. Según dijeron era imposible hacer la necropsia pues solo había huesos; la identificación se hizo partiendo de un par de hebillas y una cadena que se sabía pertenecía a la médica. Horas después los supuestos cadáveres fueron depositados en la morgue del hospital local a la espera de ser enviados a Caracas, Maracay y Colombia. El Dr. Antonio López, presidente del Colegio de Médicos del Territorio Federal Amazonas firmó las actas de defunción. Con aquella rubrica el caso quedaba cerrado y el operativo de rescate y salvamento se dio por concluido.
Allá en la selva, las personas que se habían dado por muertas luchaban desesperadamente por sus vidas, ahora con todo en contra pues para el resto del mundo ya no existían.
raiza ruiz y romulo ordoñez
Solos en la selva
Al ver que el policía estaba muerto, Raiza quien hasta ese momento no tenía ninguna lesión de consideración se hizo cargo de la situación ordenando a los otros sobrevivientes que se alejaran de la nave. Con gran dificultad arrastraron el cuerpo de Mirabal para dejarlo a unos diez metros del lugar del accidente. La doctora revisó a sus compañeros, verificó que ambos tenían heridas y fracturas en distintas partes del cuerpo; ella algunas heridas y las quemaduras que todos tenían de cuando estalló el aparato.
Los tres estaban aterrados, el lugar donde habían caído era muy tupido, tanto que a pesar de la fuerte lluvia que caía arriba, al suelo apenas llegaban unas pocas gotas. Esto les hizo pensar que allí nadie los vería, además creían estar cerca de San Carlos. En una entrevista posterior Raiza confesó que también sentía horror de quedarse en un lugar como ese con un cadáver descomponiéndose a su lado, por lo que insistió en caminar para tratar de llegar a algún lugar poblado. Su situación era comprometida, heridos y con quemaduras empezaron a sentir la necesidad de tomar agua por lo que no lo pensaron más y emprendieron la marcha. Antes la doctora tomó un cinturón e inmovilizó una de las fracturas del piloto, sentía mucha angustia pues como médica tenía plena conciencia de la peligrosa situación en la que se hallaban. Si no conseguían ayuda a tiempo el delicado cuadro clínico que presentaban podía evolucionar de manera muy negativa.
Previendo la posible llegada de grupos de rescate, la joven dejó una nota cerca de la nave indicando que tres personas sobrevivieron y caminaban por la selva en busca de ayuda.
La caminata se hizo eterna, la terrible sed que sentían agudizaba sus malestares, a medida que avanzaban perdían fuerzas. Por fin hallaron agua, un riachuelo que sirvió muy bien para calmar la sed; decidieron seguir su curso con la esperanza de que los llevará al Río Negro, la línea fluvial que marca la frontera con Colombia y epónima del pueblo al que deseaban llegar. Al rato de estar caminando, el juez les dijo que ya no podía dar un paso más, se sentía muy mal, decía sentirse muy adolorido por las quemaduras, además de que tenía un trauma abdominal. Rómulo y Raiza le dijeron que se quedara en aquel sitio, que lo mejor era que ellos avanzaran en busca de ayuda. Le proveyeron de agua; en aquel momento el juez le suplicó a la joven que se quedara con él, le aterraba quedarse solo en aquel lugar, en medio de la nada y a merced de los elementos. La doctora como pudo le convenció de que lo mejor era que ella siguiera con el piloto. El hombre se quedó allí con la esperanza de que sus compañeros consiguieran ayuda.
La doctora y el piloto continuaron camino siempre a la vera del riachuelo. Para distraer el susto y los dolores conversaban de cualquier cosa: De la infancia, de lo que habían querido ser, de la familia. Rómulo habló de su esposa, de sus hijas. Ella de sus padres y hermanos, de cómo la protegían y consentían siempre, a pesar de ser la hija mayor debido a su corta estatura. Especularon sobre las cosas que pudieran estar haciendo en aquellos momentos de no estar donde estaban, de los planes que tenían a futuro. Él le dijo a ella que lo más que deseaba era ver a su esposa y a sus hijas y ella confesó que lo que más deseaba en aquel momento era darse un baño, cambiarse de ropas y fumar un cigarrillo.
En algún punto de la caminata, el piloto que ya estaba muy débil cayó y se lastimó un tobillo, aquello empeoraba las cosas pues el hombre tenía fracturada la clavícula y por lo menos una de sus costillas debido al impacto que recibió en el tórax al estrellar la avioneta. Tosía constantemente y le costaba respirar, Raiza sabía que aquello no era bueno, ella misma estaba muy lastimada y las quemaduras que al principio eran leves empezaron a complicarse. Como médica ella procuraba mantenerlas siempre limpias, pero eso la exponía a que las moscas se posaran en la carne abierta y depositaran allí sus huevos. Al caer la primera noche estaban en las inmediaciones de un morichal, sabían que no podían dormir allí pues el agua donde aquella palma crece les cubría casi todo el cuerpo, trataron de pasar rápido aquella ciénaga pero al avanzar las hojas de los moriches les cortaban las piernas como filosos cuchillos. Cuando vieron que aquel terreno limoso y húmedo no parecía tener fin intentaron dormir agarrados a los troncos, pero les fue imposible. Pasaron la noche en vela.
Tres días después cuando aquel espacio de pesadilla ya era solo un mal recuerdo ambos estaban muy mal, Raiza experimentó episodios febriles y tenía horas sin poder orinar debido a una infección severa. La chica se sabía deshidratada por la fiebre y temía caer en shock en cualquier momento… Estaba al tanto que de allí a morir solo había un paso. Aquella idea la asustaba. Rómulo por su parte empeoraba, casi no podía avanzar, su respiración era muy difícil. En ese momento llegaron a un extraño paraje, por doquier había enormes árboles caídos, al acercarse vieron que en los troncos habían nombres escritos, aquel lugar parecía un viejo campamento de extracción de caucho abandonado quién sabe hacía cuanto. La doctora y el piloto empezaron a vagar por entre los troncos como dos almas en pena. De repente Rómulo se paró frente a uno de los árboles, la llamó y le señaló un nombre que estaba escrito en el tronco. Con mirada febril le dijo:
– Mira, éste es el nombre de mi hija
El árbol en el que estaba la inscripción pasaba por encima de un gran estanque de agua, parecía que lo habían puesto allí para que sirviera como puente, vieron que en cada extremo del estanque había pequeños claros que permitían ver el cielo. Siguieron avanzando tratando en todo momento de no perder el curso del riachuelo, sin darse cuenta dieron un paseo de 360 grados. Estaban de nuevo en el mismo punto, al lado del árbol-puente, decidieron pasar allí la noche. En el transcurso del día escucharon ruido de aviones y helicópteros, era jueves y aquellas aeronaves eran las que se dirigían al punto donde había caído la avioneta.
El viernes en la mañana decidieron pararse en cada uno de los claros, Raiza en uno y Rómulo en el otro, así cuando pasara algún avión cerca les harían señales. Cuando oyeron acercarse el primero comenzaron a brincar y a pegar gritos, Raiza agitaba los brazos como loca tratando de que la vieran desde arriba. De pronto se dio cuenta de que Rómulo ya no gritaba. Extrañada cruzó el tronco corriendo hasta donde estaba el piloto… al llegar lo encontró muerto. Quedó aturdida.
raiza ruiz rescatada
Una pena real para tres falsos sepelios
Luego de que los “expertos” culminaran las tareas de localización y rescate de las víctimas del siniestro, las urnas selladas conteniendo los supuestos restos de la doctora, el juez y el piloto partieron a sus destinos. La del juez Herrera salió a Colombia y las de Raiza y Rómulo fueron subidas a un pesado avión de la Fuerza Aérea Venezolana que tenía como primera escala el aeropuerto de Palo Negro en Maracay. En ese terminal tenían la misión de entregar los restos del piloto Rómulo Ordoñez a sus compungidos familiares. Ordoñez quien por su ronco timbre de voz se había ganado el apodo de “Cigarrón” era muy estimado entre los vecinos de la ciudad jardín. Casado con la señora Flor Cornejo de Ordoñez y padre de dos hijas, había nacido en Caracas el 11 de febrero de 1951, sus estudios primarios los cursó en la escuela República del Ecuador y la secundaria la hizo en la Escuela Técnica Industrial de Maracay; durante el servicio militar le tocó ser escolta y Guardia de Honor del ex presidente Rafael Caldera. A los 25 años obtuvo el titulo de piloto comercial y de turismo luego de culminar cursos en el Aeroclub de Valencia y en el Aeródromo de La Carlota. Al momento del accidente se encontraba laborando para Aerovías Guayana, S.A. Tenía 5 años pilotando naves y 7 mil horas de vuelo, lo que le hacía un verdadero conocedor de todas las rutas del sur del país.
Raiza que por su parte también había hecho la primaria en la escuela República del Ecuador, culminó la secundaria en el Colegio Teresiano de La Castellana, de donde salió seleccionada para cursar estudios en la Universidad Simón Bolívar, allí solo estuvo dos semestres porque la carrera que cursaba, Ingeniería Química no satisfacía su inquietud intelectual, así que tramitó cupo en la Universidad Central de Venezuela para estudiar Medicina. Cuando ocurrió el accidente ya había cumplido con el requisito académico de la práctica rural, sin embargo, quiso permanecer en el Amazonas para lo cual solicitó ante la Comisionaduria de Salud el cargo de médico residente para el pueblo de Maroa. El 30 de junio de 1981 las autoridades de la UCV le otorgaron la credencial y lo único que le faltaba era el acto protocolar para recibirse como Médico Cirujano, ese acto estaba pautado para el 6 de noviembre de 1981. Sus compañeros de la promoción “Dr. Dionisio López Orihuela” publicaron una esquela de pésame en la sección de obituarios del diario El Nacional, el domingo 6 de septiembre despidiéndola con sentidas palabras sin saber que ese mismo día la pobre mujer estaba sola en la selva, luchando tercamente por su vida, pero ya al borde de la locura y de la muerte.
El avión con las dos urnas partió de San Carlos, internándose en la selva en la que estuvo por un buen rato volando a pocos metros de la verde cúpula.
La pelea con Dios
Cuando por fin pudo Raiza apartar la vista del cadáver habían pasado horas, no sabía cuantas; solo se había quedado allí hipnotizada contemplando el cuerpo de Rómulo, tratando de convencerse de que en verdad estaba muerto. Se preguntaba por qué tenía ella que estar viviendo esa experiencia, se peleó con Dios. Sentía espanto, dolor, rabia, la explosiva mezcla de sentimientos que puede comprometer seriamente la razón. En medio de aquella circunstancia ocurrió algo curioso. Un avión militar pasó muy cerca de donde estaba, volaba muy bajo, ella que estaba en un claro de la selva podía llegar a ser vista si así lo hubiese querido, solo tenía que salir a gritar y a hacer señales con los brazos y de seguro la hubiesen localizado; pero algo la paralizó: De pronto sintió miedo de aquel avión, un temor visceral, inexplicable que la hizo correr a ocultarse detrás de un árbol. La única oportunidad que tuvo de ser rescatada se alejó por encima de su cabeza mientras ella se agazapaba presa de pánico. Tiempo después supo que en aquel avión iba la urna con sus restos.
Al volver en sí tomó la decisión de seguir; se fue por el mismo camino que había tomado con Rómulo el día anterior; siempre a la orilla del riachuelo; pero como en una broma cruel de la naturaleza al poco rato de partir llegó al mismo sitio, parecía estar encapsulada en un punto del espacio en el que no había salida. Esa noche la pasó a pocos metros del cuerpo inerte de Rómulo pensando en cómo haría para salir de allí. Estaba hinchada, sus quemaduras infectadas empezaban a llenarse de gusanos, cuando podía orinar lo hacía encima de sus ropas, estaba ya muy débil, solo el deseo de vivir la mantenía.
Al amanecer del sábado tomó una decisión que le era difícil pero que parecía ser la única oportunidad de salir de aquel lugar maldito, abandonaría el curso del riachuelo para ir en otro sentido; sabía que aquello la dejaría sin el único alimento que había tenido hasta el momento: el agua, mas solo deseaba salir de allí. En aquellos días no había querido comer nada por temor a consumir, por error, alguna de las especies vegetales tóxicas que hay en la zona. Aquel día, sin embargo, pudo comer algo, una hoja de lirio cuyo sabor resultó agradable y calmó por momentos el punzante dolor abdominal típico de la abstinencia, luego encontró unos frutos rojizos que se atrevió a llevar a la boca porque estaban picados de pájaros, así que supuso que no contenían veneno.
En medio de su lamentable estado Raiza solo quería ser hallada por alguien, ya no quería pasar otra noche en la selva, “tan oscura, tan húmeda, tan tenebrosa, tan poblada de animales a los que no podía ver”, donde los minutos se volvían años. La pobre chica lloraba constantemente y en una rabia infinita le reclamaba a Dios por lo que le estaba haciendo.
– No tengo ni siquiera la edad como para haber acumulado tantos pecados que purgar – Le espetó con ira.
Le reclamó por Bobby Sand, el preso político irlandés al que el gobierno de Margaret Thatcher dejó morir en una huelga de hambre, le preguntó que cómo era posible que mantuviese a un monstruo como Pinochet mandando en Chile, le interpeló por todas las injusticias del mundo. Allí estaba ella, tan débil, tan diminuta, tan sola en esa vastedad riñendo a Dios. Lo que no quería volvió a pasar, las sombras cayeron y supo que tenía que malvivir otra noche en aquel humedal infecto.
Para el domingo en la tarde estaba exhausta, las pocas fuerzas que hasta ese momento la habían guiado cesaron. Raiza cayó al suelo, medio inconsciente, media lúcida. Su único contacto con la realidad era un reloj de pulsera, por éste sabía qué día y qué hora era. Ya no podía seguir caminando, estaba demasiado hinchada, su cuello era una masa purulenta poblada de gusanos, sus piernas que ya no respondían también estaban llenas de larvas. La pobre chica ya no soportaba el dolor y entonces pidió morir. Solo quería extinguirse para dar fin a la pesadilla. De pronto sintió algo cerca de ella, ya no podía ver pero supo que era gente, sabía que no podían ser animales, cerca de ella había seres humanos. Sin embargo ya no podía hacer nada, ni siquiera pedir ayuda. Los que la rodeaban con mirada curiosa era un grupo de niños Baré, grupo indígena perteneciente a la etnia de los arawacos, que por inocencia y no sabiendo qué era aquello que veían se alejaron. Raiza hubo de pasar otra noche allí, pero esta vez completamente indefensa, inmóvil y deseando que el manto frío de la muerte la sacara del tormento.
madre de raiza ruiz
El Milagro del Amazonas (aparece Raiza)
En un lugar como la selva, en el que reinan la penumbra y una paleta de colores monocroma, el paso del tiempo no lo determinan las luces y las sombras sino el cambio de sonidos. Cuando por el canto de las aves diurnas supo que había amanecido Raiza seguía en el mismo punto con un estado mental rayano en la demencia, volvió a sentir voces pero por algún oscuro motivo de la mente ya no quería que la ayudasen, solo deseaba que la dejasen sola, así que cuando los adultos de la tribu Baré se acercaron para socorrerla les pidió que le indicaran la forma de llegar a San Carlos. Ellos sencillamente no le hicieron caso, se dedicaron a darle auxilio. Le dieron agua en breves sorbos, le quitaron los gusanos e hicieron algo que en ese momento la ayudó mucho: le rezaron y cantaron, para ella aquellas plegarias a las antiguas deidades indígenas resultaron un bálsamo vivificante en medio de su delicada situación. Para su fortuna uno de los hombres hablaba español y se dedicó siempre a tranquilizarla. Mientras unos seguían con la curación, los cánticos y los rezos, otros se dispusieron a construir un catumare (una cesta hecha con fibra vegetal que sirve para transportar cosas pesadas) con el que la sacarían de la selva.
La doctora les explicó quién era y qué le había pasado, narró toda la aventura vivida desde que abordó la avioneta, contó lo que pasó luego del accidente; solo que por estar su mente divagando mezcló verdades con fantasías, fue así que les dijo que sus compañeros seguían con vida, esperando ayuda en la selva. Estas palabras causaron conmoción cuando fueron publicadas por la prensa al día siguiente: “¡Por favor, rescaten a mis compañeros!”
De la selva la llevaron hasta un riachuelo, la subieron a una canoa con la que navegaron hasta el Río Negro, allí la montaron en una lancha más grande equipada con motor en la que la trasladaron hasta la aldea de Agua Blanca. Allá le dieron leche y un poquito de casabe (pan aborigen que se prepara con yuca –mandioca-). De Agua Blanca la llevaron a San Carlos sitio en el que esperaban conseguir personal médico que la atendiera, pero al llegar se enteraron de que tanto los médicos como los militares estaban ausentes desde el fin de semana porque habían ido a Caracas para estar en su sepelio. Los únicos que estaban allí eran un odontólogo y una enfermera auxiliar que con verdadero horror asumieron las curas de la doctora. Cuando cortaron el bluyín pudieron ver que ambas piernas estaban infectadas de larvas, en ese momento Raiza pensó que terminarían amputándole por lo menos una de ellas. Los Baré le dijeron que de haber cubierto sus quemaduras con barro hubiese evitado que las moscas se posaran para depositar los huevos, pero ya era muy tarde.
Demostrando un espíritu valeroso y gran temple, Raiza Ruiz dirigió sus curaciones, le pidió al aterrado dentista que le aplicaran toxoide y le administraran suero. Pidió penicilina y anís, éste lo necesitaba como solución para limpiar la piel de gusanos, pero los que la rodeaban pensaron que era que necesitaba echarse un trago para pasar el susto. Cuando por fin entendieron para qué lo quería salieron a buscarlo, curiosamente en aquella lejana población hallaron de todo, hasta una botella de champaña, pero de anís nada. Así que una monja decidió franquear la frontera con Colombia para buscar allá el licor, pero como la frontera estaba cerrada hubo de pasarla clandestinamente con la mala suerte de que fue detenida. Los militares colombianos no podían entender por qué razón una monja pasó escondida la frontera en medio de un conflicto diplomático solo para ir a comprar una botella de anís.
Después de muchas explicaciones la religiosa fue liberada y pudo llegar a tiempo con la botella. Cuando en Puerto Ayacucho supieron que la doctora estaba viva enviaron una avioneta a buscarla, el aparato llegó en la noche del lunes a San Carlos en medio de un torrencial aguacero, grandes goterones de agua caían desde lo alto golpeando con furia aquella precaria pista de tierra. Lo que vio Raiza la paralizó de terror, la avioneta en la que la llevarían a Puerto Ayacucho debía aterrizar con ayuda de varios carros y motos que se pusieron en hilera para dar luz a la pista con sus faros. El improvisado sistema de luces fue completado con antorchas que luchaban para no ser extinguidas por la tormenta. Raiza pensó que de esa si no iba a salir viva. Sin embargo todo salió bien y la aeronave despegó de San Carlos de Río Negro para tocar tierra esa misma noche en el aeropuerto ubicado al sur de la pequeña ciudad capital del Territorio Federal. Sus colegas del hospital de Puerto Ayacucho la recibieron asombrados y contentos, una de las doctoras que la conocía, corrió a buscar un teléfono, sentía que no podía contener la emoción cuando luego de varios repiques escuchó el lacónico -Aló, buenas noches – de Isabel Ruiz al otro lado de la línea.
– Isabel, te llamo con buenas noticias, no lo vas creer: ¡Raicita esta viva… esta viva!
Songo le dio a Borondongo
Cuando la chica volvió en sí ya estaba en Caracas, lo primero que vio fue el amoroso rostro de su padre que bañado en lagrimas no dejaba de tomar sus manos en las suyas para prodigarlas de besos. Se dio cuenta de que iba en una ambulancia. La doctora Raiza Ruiz, conocida ahora en los medios nacionales e internacionales como “El Milagro del Amazonas” fue internada en la terapia intensiva del Centro Médico de San Bernardino, lugar en el que la esperaba otra fase critica que también lograría superar gracias a la atención esmerada de sus colegas y a sus propios deseos de seguir adelante.
Pero con su aparición se desataron las pasiones en el país, una ola de indignación y estupor lo cubría. La pregunta que flotaba en el ambiente era: Si la doctora Raiza Ruiz está viva y asegura además que con ella salieron el piloto y el juez, entonces ¿Qué demonios hay en las urnas en las que supuestamente estaban sus restos mortales? La prensa trató de investigar y se topó con desplantes y evasivas; de pronto ningún funcionario estaba en su despacho y nadie sabía nada. La respuesta más frecuente que se oía era: “Aún no sabemos qué pasó, debemos esperar las investigaciones”.
Por lo momentos lo que más interesaba a todo mundo era rescatar a las dos personas que quedaron en la selva, ver si habían logrado sobrevivir, esto encendía los ánimos porque a nadie se le escapaba el hecho de que si los grupos de rescate no hubiesen actuado con tanta negligencia, aquellas dos personas no hubiesen quedado como quedaron a su suerte. Nuevamente Defensa Civil, MTC, Fuerza Aérea Venezolana y Grupo de Rescate Humboldt se internaron en la selva. Pasaban las horas; aviones y helicópteros iban y venían. Los familiares de los desaparecidos aguardaban con expectación en la pista del aeropuerto de San Carlos deseando que se repitiera el milagro de la doctora Ruiz, pero al final las noticias fueron malas. Con mirada huidiza y en tono de telegrama uno de los funcionarios anunció:
– Localizados los hombres. Muertos.
Las esperanzas se esfumaron, los rostros se cubrieron de lágrimas, el dolor dio paso a la rabia. Amigos y familiares repetían: “De no haber suspendido tan rápido la búsqueda, tal vez estuviesen vivos”. Se reanudaron las preguntas que buscaban establecer responsables, pero como en la letra de Burundanga de Óscar Muñoz Bouffartique, Songo le dio a borondongo y borondongo le dio a bernabé. El gobernador del Territorio Federal Amazonas, Armando Sánchez Contreras culpó a la PTJ y la PTJ al gobernador, el gobernador acusó a Valecillos y Valecillos a Defensa Civil. Para colmo y buscando velas en un entierro del que no era doliente, el Ministro de la Juventud, Charles Brewer Carías dijo que pasó lo que pasó porque Defensa Civil no llamó a colaborar a sus equipos de rescate, que según sus propias palabras “eran los mejores del país”. Esto hizo que el General Guerrero Zambrano, director nacional de la Defensa Civil montara en cólera y amenazara con elevar una queja formal ante el mismísimo Presidente de la República.
Mientras las autoridades daban aquel triste espectáculo, los familiares de Rómulo y Raiza preparaban sendas demandas: Los Ordoñez exigían un castigo ejemplar, “pero eso si, no queremos chivos expiatorios, sino que paguen los jefes” y los Ruiz eran claros al anunciar que “no irían contra los pequeños, sino contra los grandes”.
restos falsos de raiza ruiz
Las exhumaciones
El jueves 10 de septiembre se procedió a la exhumación de los restos que fueron enterrados en lugar de Raiza Ruiz, En el acto estuvieron presentes el Jefe del Buró contra Homicidios de la PTJ, Carlos Martínez Álvarez, la jueza 8va de instrucción accidental Hortensia Rosales de Fagúndez y el Fiscal 38 del Ministerio Público doctor Horacio Erminy, el equipo forense estuvo dirigido por el doctor Ramón Velasco Torres; además de ellos y los obreros había por lo menos un centenar de periodistas. La ceremonia fue breve, duró apenas doce minutos desde el momento en que los obreros recibieron la orden de excavar la tumba hasta que sacaron y colocaron la urna a un lado del hoyo. Los hombres rompieron la soldadura que sellaba el féretro a punta de golpes de pico, esperaron a que la jueza ordenara levantar la tapa y se hicieron a un lado para dar paso al equipo de médicos forenses.
Lo primero que vieron llenó de estupor a los presentes: en aquella urna no habían más que dos sacos de cal y una bolsa plástica de color negro. La cal pesaba unos 40 kilos. En la bolsa encontraron una costilla y un fémur, la primera de un venado y el segundo de una lapa. El viernes 11 se repitió el acto, esta vez en el Cementerio Metropolitano de Maracay y sucedió lo mismo. En lugar de los restos de Rómulo Ordoñez solo había cal y restos de animales. En las primeras investigaciones se determinó que los restos orgánicos fueron metidos dentro de las urnas en el aeropuerto de San Carlos de Río Negro en presencia del señor Diez Cúrvelo del Ministerio de Transporte y Comunicaciones, del teniente de Bomberos Aeronáuticos Domingo Rodríguez y del médico Antonio López quien fue el que firmó las actas de defunción. Luego procedieron a meter los sacos de cal y a sellar los féretros. Se supo además que aquellas bolsas de cal fueron llevadas desde Puerto Ayacucho hasta San Carlos de Río Negro en un avión C-123 de la Fuerza Aérea Venezolana. Esa misma semana un grupo de abogados anunció una demanda por negligencia, irresponsabilidad y estupidez: Negligencia e irresponsabilidad porque no se agotaron todos los recursos en la búsqueda y rescate contribuyendo con ello a que las víctimas del accidente murieran solos en la selva y estupidez “porque quien confunda los huesos de una lapa con los de un humano, o jamás ha visto una lapa, o nunca ha visto a un humano”.
Por su parte, el Juez II de Instrucción del estado Aragua, José Ignacio Escalante, anunció que solicitaría la encarcelación del Gobernador del Territorio Federal Amazonas y el Director Nacional de Defensa Civil. Otros tribunales del país se abocaron a conocer del caso y todos los involucrados fueron llamados a declarar. El jueves 10 de septiembre en horas de la tarde, el Fiscal General de la República, doctor Pedro J. Mantellini declaró que para su despacho era necesario esperar a que la doctora Raiza Ruiz se recuperase completamente para que a partir de sus declaraciones se pudiese encausar la investigación, además de solicitar ante la Corte Suprema de Justicia la radicación del juicio que para ese momento era ventilado en tres juzgados del país. Como podrán inferir nuestros lectores el escándalo pronto fue sepultado por otros hechos de interés noticioso que lo fueron echando al olvido. Como sucede casi siempre nadie resultó culpable pero si se configuró una lamentable situación jurídica que desde entonces y hasta ahora (por increíble que parezca) ha debido enfrentar Raiza Ruiz: A pesar de estar fehacientemente viva; ella no existe jurídicamente desde hace 31 años pues por decisión de un tribunal de Puerto Ayacucho esta oficialmente muerta.
La paradoja Raiza Ruiz
Desde septiembre de 1981, Raiza Josefina Ruiz Guevara es y no es. Es para sus familiares, amigos, colegas y para ella misma y no es para las autoridades. Raiza siguió viva, para regocijo de los suyos y de quienes siguieron su caso pero está legalmente muerta desde el mismo momento en que su colega, el doctor Antonio José López firmó su partida de defunción.
El caso de la doctora Raiza Ruiz que parece ser el único en la historia del Derecho en nuestro país se hizo posible porque desde el primero de enero de 1873 el principio general del registro civil indica que ningún acta podrá ser rectificada ni adicionada después de extendida y firmada salvo que lo ordene una sentencia judicial. Esta disposición contenida en el artículo 501 del Código Civil De Venezuela llevó a la doctora a un largo periplo por los tribunales de la República con el objeto de volver legalmente a la vida; lamentablemente y como en un caso de Ripley su situación jurídica no ha cambiado. Esto a pesar de que la novísima Ley Orgánica De Registro Civil que entró en vigencia el 15 de marzo de 2010, establece en su artículo 7, el Principio de eficacia administrativa, premisa que al parecer no ha funcionado en este caso en concreto.
Esto, sin embargo, no fue óbice para que la doctora siguiera su rumbo vital desde el momento en que terminó su convalecencia. Luego de superar la fase crítica, la cual duró tres semanas, tuvo que estar un año más bajos estrictos cuidados médicos debido a que además de ser sometida a varias operaciones para injerto de piel debió enfrentar la Leishmaniasis. Aunque en un primer momento se alejó del ejercicio de la medicina, volvió a su profesión con más amor y fuerza y en la actualidad labora en la Unidad de Medicina Tropical de la Universidad Central de Venezuela, donde intenta mantenerse en el anonimato; pese a estar consciente de que su rostro no puede pasar completamente desapercibido.
Para Raiza Ruiz, El Milagro del Amazonas,valió la pena sobrevivir porque para ella “no hay cosa más grande que la vida normal, ver a su familia, a sus amigos, dormir en una cama limpia, ver las calles conocidas, ayudar a los otros… incluso saber quién fue a tu entierro y quién lloró por ti”.
Publicado el 5 de octubre de 2012

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