Pronto dedicaremo$ una entrada a los poderes
de Baphomet, hoy queremos continuar con otro tema interesante que nos
plantea el historiador y escritor francés Michel Lamy y que hemos
recogido de su libro “La otra historia de los templarios”. En este mismo
escrito nos habla de la hipotética misión que pudieron tener los
templarios. Una misión que tenía que ver y estaba muy próxima al
mismísimo diablo.
Desde TOMORROWLAND$, deseamos que su lectura sea de vuestro agrado.
Las
características mágicas atribuidas al baphomet han hecho pensar a
algunos que los templarios practicaban cultos demoníacos. Nada más
incierto que esto, aunque la bula de supresión de la Orden
les acusa de haber elevado a los altares a Baal para iniciar y
consagrar a los suyos a los ídolos y a los demonios. No se excluye en
absoluto que algún grupúsculo, en el interior del Temple, tuviera algún
comercio con el demonio y que asumiera riesgos abusivos a este respecto,
pero ello ocurrió por unas razones muy concretas. Para comprenderlo,
hay que remontarse a los orígenes, a la ocupación del Templo de Salomón.
Jerusalén
está ligado a Monte Sión, siendo este nombre de Sión anterior a Israel.
De origen cananeo, nos recuerda que ninguno de los nombres sagrados de
estos lugares es realmente de origen judío, aunque ello nos extrañe, ni
Sión, ni Jerusalén, ni Moriah.
Según Pierre Dumas, Sión debe vincularse a Saphon, al no diferir las dos palabras en hebreo más que en una sola letra. “El
último término, que en hebreo designa el norte, es en primer lugar el
nombre de la principal montaña sagrada de Canaán, montaña polar”.
Ahora bien, ésta, verdadero centro del mundo, estaba consagrada a Baal.
El dios se manifestaba allí en la tormenta y los rayos, en el templo que
la diosa Anat le había construido en la cima de la montaña.
Sión
aparece en este caso como una montaña cósmica, que tiene su cima en el
cielo y su base profundamente anclada en el mundo subterráneo, como el Mashu
(nombre que significa “los gemelos”) del mito babilónico, montaña sobre
la cual Gilgamesh prosigue su búsqueda para llegar al Paraíso. Mashu es
una montaña doble como las dos columnas del Templo de Salomón, y
Gilgamesh pasa entre estas dos montañas-columnas como si franqueara una
puerta en la entrada de los infiernos. De igual modo, la puerta puede
abrirse en los cielos y Ezequiel asiste a la gloria de Yavé llegando al
Templo por el pórtico que da a levante. Y estas puertas de Yavé eran las
columnas del Templo.
Salomón
hizo construir unos lugares de culto para unas divinidades
“extranjeras”, como el templo de Kamosh, dios de Moab, en el Monte de
los Olivos, o también unos templos a Astarté y a Milkom.
Una
leyenda musulmana afirma que había obtenido de Dios meter a Iblis, el
demonio, en prisión, encerrarle a cal y canto e impedirle actuar. Pero
la tierra no daba ya fruto, el grano no germinaba ya, los árboles no
crecían y reinó la hambruna. Salomón tuvo que decidirse a reclamar la
liberación de Iblis. Conviene recordar en este momento las
particularidades del baphomet que, al igual que Iblis, favorece la
germinación.
Así,
el Templo de Salomón aparece a través del mito como una puerta que
establece una comunicación tanto con los cielos como con el mundo
infernal. Esto se ve reforzado por la presencia del Arca de la Alianza,
ella misma un medio privilegiado de comunicación con Dios, igual que el
baphomet, según determinados testimonios de templarios.
Profundicemos
un poco más en el e examen de posibles relaciones entre el Templo y el
demonio. Sumerjámonos en la apasionante obra de Jean Robin consagrada a Set, el dios maldito.
Nos recuerda que el mojón de un recinto sagrado era designado con el
nombre de piedra de asilo, es decir, por un juego de palabras con las de
“piedra de asno”, ese asno, animal del dios Set que era también Tifón.
Set,
el dios rojo de cabeza de asno, dios de la violencia y de la tormenta
(lo que le acerca a Baal), asesino de su hermano Osiris, era el que
algunos autores árabes denominaban Agathodaïmon, la “buena serpiente”. Robin escribe:
“Set, en un contexto gnóstico bastante tardío, fue invocado bajo el nombre de Io (el asno) o Iao
(divinidad con cabeza de gallo, cuya función eminentemente setiana
veremos más adelante) que se relacionará tanto más fácilmente con Yavé
cuanto que el templo judío de Elefantina, por ejemplo, era llamado
“templo del dios Ya’on” en los papiros arameos encontrado en el lugar.”
Y añade:
“La
identificación del gallo y del asno (Io e Iao) como hipóstasis ambos de
Set, no es en absoluto accidental y fortuita. Parece derivar, por el
contario, de una tradición esotérica que se volvió sin duda muy firme en
el seno del judaísmo exotérico, que estuvo también tentado de satanizar
estas representaciones de Set, que ya no comprendía. Es cierto que en
el cristianismo, el episodio bien conocido del Evangelio relativo a la
renegación de Pedro atestigua la función esotérica del gallo (…) El
gallo hace aquí explícitamente función de acusador con respecto a Pedro,
que encarna, por supuesto, el exoterismo.”
¿No
fue la cresta del gallo el modelo de gorro frigio de los iniciados, el
de los pastores de Arcadia? En cuanto al asno, no hay que olvidar que
forma parte de los animales del pesebre.
Según Weysen, que ha estudiado muy especialmente la presencia de los templarios en la región de Verdon:
“La
presencia de Nascién, antiguo duque de Serafe, cuñado de Evalach, rey
del Grial, en la Ínsula Giratoria y en el templo de Sarraz donde se
encontraba un ídolo Asclafas, ligado al asno que está representado en la
fortaleza de Valcros, sugiere una relación entre los gnósticos
naasenos. Nascién puede, efectivamente, significar “el que conoce la
nave”, es decir, la nave del santo Grial, o bien simbolizar a los
naasenos, gnósticos ofitas cuyo dios era Sabaoth, creador del cielo y de
la tierra y a quien se le atribuía una cabeza de asno o de jabalí como
al dios egipcio Set. Estos gnósticos ofitas o naasenos veneraban a la
serpiente, símbolo de la gnosis. Sabaoth o Iadalbaoth o Iao era un dios
de cabeza de asno que un grafito del Palatino (siglo III) representaba
irónicamente crucificado delante de un devoto arrodillado (…) El dios
exotérico Set o Tifón, hijo del Tártaro, con cuerpo de serpiente y
cabeza de asno ostentaba también el nombre de Akephalos (sin cabeza).
Estos
gnósticos asimilan voluntariamente a Sem, Set y Melquisedec, mezcla
igualmente constatada entre ciertos maniqueos y entre los israelíes del
Viejo de la Montaña.
Hemos
visto que Ioan-Jano-Juan Bautista puede tener un vínculo con Set
invocado bajo el nombre de Io. Set, igualmente llamado Akephalos, el ser
sin cabeza, que nos remite a Juan Bautista. Ahora bien, en la Leyenda dorada de Santiago de la Vorágine, obra contemporánea a los templarios, encontramos este curioso pasaje concerniente a san Juan Bautista:
“Juan
es llamado Lucifer o estrella de la mañana, porque fue el término de la
noche y de la ignorancia y el comienzo de la luz de la Gracia.”
Santiago de la Vorágine dice también:
“Realizó
el oficio de los tronos: la función asignada a estos espíritus es la de
juzgar. Juan juzgó a Herodes cuando le dijo: “No puedes lícitamente
tener como tuya a la mujer de tu hermano”.”
Curioso
si se piensa a contrario que Set ardía de deseos por Isis, la mujer de
su hermano Osiris. Dos Juanes en los dos solsticios y dos rostros de
Jano, uno para la luz y otro para las tinieblas.
Decididamente, ¿cuáles pudieron ser las relaciones de los templarios con este mundo del revés? Para Alain Marcillac:
“Podría
deducirse que la palabra baphomet representa la piedra de Beth-El, que
sirve para retener al diablo en el Tehom. En consecuencia, los
templarios habrían sido, al menos simbólicamente, los vigilantes o los
guardianes del diablo para permitir a la Humanidad elevarse hacia las alturas de la verdadera espiritualidad.
¿Guardianes
los templarios del diablo, impidiéndole salir pero domesticando sus
poderes mejor que Salomón, a fin de que la germinación de la tierra
tuviera lugar? ¿Los templarios, durante cuya existencia no se padeció
ninguna hambruna? Después de todo, San Pedro tiene dos llaves. Si una
abre la puerta del Paraíso, la otra puede abrir la de los infiernos. ¿Se
encierra en esto el secreto o una parte del secreto encontrado por
Hugues de Payns y sus amigos en el emplazamiento del Templo de Salomón
en Jerusalén?
En efecto, afirma una tradición judaica que la Roca de Jerusalén se hunde en las aguas subterráneas del Tehom. En la Mishna, se dice que el Templo se encuentra encima del Tehom, del que Alain Marcillac recuerda que es similar a Apsu, en Jerusalén, la Roca
del Templo cierra la desmbocadura del Tehom. No hay que olvidar tampoco
al hombre que descendió al interior de un pozo en tiempos de Omar. Vio
en su fondo una puerta, franqueó el umbral y descubrió un paisaje
lujuriante. Se trajo una hoja y fue a advertir de ello a Omar, pero no
volvieron a encontrar jamás la puerta. Sin embargo, su recuerdo vegetal
nunca se marchitó.
Los
templarios estaban instalados en ese lugar. Fue a partir de allí cuando
comenzó toda su aventura, con la ayuda de los rabinos contratados por
Étienne Harding y sus cistercienses. ¿No se habrían convertido así los
templarios en los guardianes del diablo? Vigilantes que tuvieron quizá
la tentación de utilizar en su provecho unas fuerzas que creyeron poder
dominar, lo cual es la base misma de la magia.
¿Qué importa en este caso que se crea o no en el diablo? ¿No bastaría que ellos hubieran creído en él?
Se lee en el Apocalipsis:
“Vi
un ángel que descendía del cielo, trayendo la llave del abismo y una
gran cadena en su mano. Tomó el dragón, la serpiente antigua, que es el
diablo, Satanás, y la encadenó por mil años. Le arrojó al abismo y
cerró, y encima de él puso un sello para que no extraviase más a las
naciones hasta terminados los mil años, después de los cuales será
soltado por poco tiempo.”
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