Y quizás no existió (por Antonio Tabucci)
Hace un tiempo, una revista francesa publicó una insólita noticia: que Jorge Luis Borges no existía.
Su figura, divulgada con ese nombre, habría
sido solo el invento de un grupito de intelectuales argentinos (entre ellos,
naturalmente Bioy Casares) que simplemente habían publicado una
obra colectiva detrás de la creación de un personaje ficticio.
Y que la persona conocida como Borges, aquel viejo ciego con bastón
y sonrisa árida, era un actor italiano de tercer orden (la revista
mencionaba incluso el nombre, pero no lo recuerdo) contratado años
antes para hacer una broma, y que había quedado cautivo dentro del
personaje resignándose finalmente a ser Borges "de verdad".
La noticia era tan borgeana
que de por sí resultaba divertida; pese a que enseguida pensé
que detrás de esa travesura no podía estar otro que el mismo
Borges. Por lo demás, se trata de un discurso que se remonta a mucho
tiempo atrás, cuando el "caso" Borges estalló en Europa.
Quien lo hizo estallar fue, como es sabido, Roger Caillois, gran explorador
de la literatura, quien finalmente había descubierto a un escritor
exótico que, sin ser realmente exótico, podía proponer
al lector francés algo muy distinto de los temas asfixiantes y provincianos
en los que parecía haber caído por esos años la literatura
francesa. El éxito decretado por Francia decretó inmediatamente
el éxito europeo y Borges, con la ironía que siempre supo
utilizar respecto de sí mismo, declaró ser "un invento de
Caillois". El llamado boom de la literatura sudamericana hizo el resto:
el mercado cultural confeccionó a Borges, insertó su narrativa
en ese fantástico que fue adosado a la literatura latinoamericana
como un emblema y Borges se encontró, probablemente a su pesar,
representando el estilo de todo un continente.
Pero más allá
de estas consideraciones, lo que quiero decir es sobre todo que el rechazo
de la identidad personal por parte de Borges (ser Nadie) no es solo una
irónica postura existencial sino justamente el motivo central de
su narrativa, el núcleo a partir del cual parecen autogenerarse
todos los grandes motivos que la caracterizan: el tiempo circular (por
ejemplo, el cuento El Aleph), la indefectibilidad de la memoria (Funes
el memorioso), el laberinto (El inmortal), el espejo (La secta del Fénix),
el mundo como libro (La biblioteca de Babel), la imposibilidad de la delimitación
entre el bien y el mal (Tres versiones de Judas, Tema del traidor y del
héroe) y todas las demás metáforas de lo real que
él inventó para ilustrar su representación del mundo
o, para decirlo con "su" Schopenhauer, el mundo como voluntad de representación.
En el cuento La forma de la espada, Borges afirma por boca de su personaje
a John Vincent Moon la siguiente convicción: "Lo que hace un hombre
es como si lo hicieran todos los hombres. Por eso no es injusto que una
desobediencia en un jardín contamine al género humano; por
eso no es injusto que la crucifixión de un solo judío baste
para salvarlo. Acaso Schopenhauer tenga razón: yo soy los otros,
cualquier hombre es todos los hombres, Shakespeare es de algún modo
el miserable John Vincent Moon."
¨Jorge Luis Borges era
ateo? Me inclino a creer que no (o, si se puede decir, no totalmente).
Quizá más que Schopenhauer, a quien citan frecuentemente
sus escritos, en su obra hay una gran alma spinoziana, una especie de ectoplasma
colectivo que recoge a todo el género humano. Y que acoge, en literatura,
a toda la literatura (o su "esencia"), más allá del orden
diacrónico; un orden que puede posponer a Homero respecto de Leopardi
o Proust.
La gran lección de
ese Maestro que siempre rechazó irónicamente "ser" deriva
quizás esencialmente de esto: que también la literatura,
como el género humano, es una idea colectiva, una especie de alma
de la cual participan todos los que han escrito. Utilizar a Borges, plagiarlo
-aun paródica o irónicamente-, es un derecho que él
nos concede. Porque creo que Borges "es" justamente eso: una fe soberana
en la literatura y al mismo tiempo, paradojalmente, su radical negación:
una solemne lección de escepticismo.
Tal vez por eso Borges tuvo
detractores encarnizados tanto en la derecha como en la izquierda: porque
dio a entender claramente, a través de sus metáforas literarias,
su no adhesión a ninguna fe que no se basara ante todo en su escepticismo.
¨A qué adhirió
realmente Borges? Me lo he preguntado a menudo más allá de
sus circunstanciales elecciones políticas, muchas veces francamente
irritantes.
Borges adhirió solamente
a su inteligencia. Aparte de esta, no veo, en profundidad, ninguna otra
adhesión. Con frecuencia he pensado que era un ilustrado que vivió
fuera del Siglo de las Luces y que ya conocía el Novecento, algo
así como un ilustrado "para atrás".
Me doy cuenta de que lo
que digo puede parecer confuso y tal vez lo sea. Pero en la percepción
que Borges tiene del mundo hay un sello, una nota que, en mi opinión,
tiene justamente este significado: intentar la racionalización de
la Babel de lo real sin la fe en la idea de progreso. Ubicarlo ideológicamente,
pese a ciertas adhesiones de su vida, me parece por lo tanto estéril
y quizá prematuro. Lo hará algún día la posteridad,
si el mundo todavía puede disponer de semejantes valoraciones. Decir
de él que es un escritor importante significa, sin duda, proclamar
una obviedad y, críticamente, carece de valor. No obstante, su importancia
no puede ser negada ni siquiera por quienes lo denigran (y no son pocos);
y esto, desde el punto de vista crítico, significa algo. Su gusto
por la invención y la paradoja, su capacidad para cuestionar lo
que parecía definitivamente aceptado, su saber burlarse de las normas
estéticas y morales son demostraciones de una agilidad intelectual
indiscutible. Una consideración aparte merece además su capacidad
para indagar la zona de sombra de lo real, para transmitirnos la idea de
que lo evidente, lo obvio -en otras palabras, lo efectivo- poseen lados
oscuros e insospechados que pueden alterar lo efectivo, darlo vuelta, además
de ponerlo en jaque.
Este tipo de sutil operación,
Borges la realizó sobre todo en sus cuentos llamados realistas (definición
aceptada por él mismo), y entre los cuales me gusta citar por lo
menos "Emma Zunz" (de "El aleph"), "Hombre de la esquina rosada" (de "Historia
universal de la infamia") y "El Evangelio según Marcos" (de "El
informe de Brodie"). Los cuentos realistas de Borges, muchos de los cuales
salieron en la revista "Sur", de Buenos Aires, que él tomó
en parte de hechos de la crónica (creo que es importante subrayar
la atención que Borges dedicó a la crónica), para
mi gusto personal son lo mejor que nos ha dado su narrativa: justamente
porque, con el procedimiento de un extraño detective, transmitió,
casi como un contagio, la duda sobre lo que es "verdadero", la desconfianza
de la evidencia, la idea de la sustancia equívoca de la vida. Tomemos
por ejemplo el cuento "Emma Zunz". Borges cuenta la historia (efectivamente
ocurrida en Buenos Aires) de una chica judía de origen alemán
que para vengar la muerte del padre se hace violar por un marinero desconocido
para poder asesinar al hombre que había arruinado a su familia y
darle a la policía una justificación válida. El cuento
termina con estas palabras: "La historia era increíble, en efecto,
pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era
el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Igualmente
verdadero era el ultraje que había padecido. Solo eran falsas las
circunstancias, lahora y uno o dos nombres propios".
Al indagar la paradoja de
la vida y aplicarla a la literatura, creo que, esencialmente, Borges quiso
significar que el escritor es, ante todo, un personaje en sí mismo.
Si queremos creer en su paradoja y aceptar jugar su juego, tal vez nos
esté permitido decir que Jorge Luis Borges, personaje de alguien
que se llamaba como él, en cuanto tal no existió nunca. Es
probable que su vida sea un libro.
Antonio Tabucci. "Y quizás no existió".
Qué nos queda de Borges. On line. Clarín. (http://www.clarin.com.ar/Borges/html/Tabucchi.html).
No hay comentarios:
Publicar un comentario