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jueves, 13 de agosto de 2015

REVOLUCIONARIOS DE CAFE Y BACANALES DE LOS BAJOS ASTRALES... ESTE 6 DE DICIEMBRE MAS PODER PARA EL PUEBLO¡

Autor: Rafael E. Rincón
Fuente:   Blog La Tercera (Chile)

Con las librerías locales colonizadas por el Che Guevara, Fidel Castro y otros santos y profetas de la civilización marxista - leninista, no queda, en las secciones de historia y biografías, espacio físico ni intelectual para grandes como Thatcher, Reagan, Juan Pablo II, Churchill e incluso Gorbachev. De ellos poco y nada hay, salvo, con suerte, menciones empolvadas y cubiertas de telaraña en los registros electrónicos del sistema de inventario. 
Mi amigo Francisco Sánchez, viéndome al borde de la desesperación por mi infructuosa búsqueda, me ha prestado de su biblioteca personal, por lo visto muy decente, tres célebres obras del historiador británico Paul Johnson: Creadores, Intelectuales y Héroes. 
Convocado por la provocación del título, abrí el capítulo “Karl Marx: Bramando gigantescas maldiciones”, contenido en Intelectuales (2000, Javier Vergara Editor). No pude soltarlo hasta que lo terminé y, así, entender la aversión fatal que sienten los académicos marxistas hacia Johnson y su obra. El autor, sin piedad, desnuda al encumbrado referente vital que todo lo vio y todo lo supo y no deja nada parecido al gran pensador decimonónico que, se dice, iluminó para siempre la humanidad. Doy cuenta de algunos datos.
“Soy una máquina condenada a leer libros” (p. 73), se quejó una vez Marx, quien llevó una vida de estudioso, según cuenta el historiador. Conoció muy bien a los clásicos, se especializó en filosofía y se doctoró en la Universidad de Jena, entonces de menor exigencia que la de Berlin. De acuerdo a Johnson, su nivel nunca fue suficiente para hacerse de un cargo académico.
Pero Marx, si creemos en las investigaciones del autor, no fue realmente un estudioso y menos aún un científico porque “no tenía interés en encontrar la verdad sino en proclamarla” (p. 73). Para él, apenas si eran secundarios los hechos, cuyo uso amañado y artificioso sirvió para intentar reforzar conclusiones previas, de sospechosa naturaleza y cuestionable contenido, a las que llegó independientemente de ellos. “La verdad es que hasta la investigación más superficial sobre el uso que Marx hace de las pruebas lo obliga a uno a considerar con escepticismo que todo lo que escribió dependiera de factores fácticos (…) nunca se puede confiar en él. Todo el capítulo octavo, clave de El Capital, es una falsificación deliberada y sistemática para probar una tesis que el examen objetivo de los hechos demostró ser insostenible” (p. 89). 
Dice Johnson que Marx atenta contra la verdad de cuatro formas: 
a.Usando material desactualizado, pues el actualizado no le permitía demostrar lo que pretendía; 
b. Eligiendo, como típicas del capitalismo, ciertas industrias cuyas condiciones eran particularmente malas; 
c. Usando informes del cuerpo de inspectores de fábricas, de donde seleccionó cuidadosamente ejemplos de condiciones deficientes y maltrato a los trabajadores como si se tratara de las consecuencias inevitables del sistema; y 
d. El hecho de que Marx usara estos informes como evidencia principal revela que su tesis, la de un capitalismo incorregible por naturaleza, con el concurso de un Estado burgués socio y cómplice en la explotación, es absurda. De lo contrario, ¿qué sentido lógico tendrían la existencia de mecanismos de control y las aprobaciones parlamentarias orientadas a hacerlos usar y cumplir?
Adicionalmente – y esto se ha sabido siempre -, Marx no era hombre de ensuciarse los zapatos y las barbas en los sitios de la clase trabajadora. No era de los que se despegaba físicamente de su lugar de trabajo para ver la realidad. Observaba el mundo, como tantos de su tipo, desde la biblioteca y entre sus papeles.
En fin… mientras avanzaba la lectura, recordaba las tantas veces que de académicos he escuchado la tesis de la inviabilidad de la “dictadura del capital” en Chile (léase “modelo”: economía de mercado y democracia liberal), así como teorías conspirativas donde demonios varios manipulan los hilos del poder, mientras los pobres mortales viven en la más injusta desventura. Dicen, como profecía apocalíptica sobre el fin de una era de maldiciones capitalistas que será sucedida por mil años de felicidad socialista, que el modelo se ha derrumbado; no da para más y el pueblo ha salido a tomarse La Bastilla.
Pero los autores y portavoces de estas ideas son los mismos que “no se ensucian los zapatos en las fábricas”. Creen poder observar el universo desde sus escritorios, sepultados entre libros y apuntes. No tienen ningún tipo de comunicación con el mundo productivo. Y, con un idealismo y un dogmatismo pasmosos, comparan sus deformadas visiones con moldes teóricos de probada inutilidad. Suelen ignorar el funcionamiento práctico de las cosas terrenales, como la economía. Y, naturalmente, nada valen los argumentos, los hechos y las evidencias que contradicen sus conclusiones, al calco de las del clarividente Marx, amo de sus mentes y almas. Porque, como él, no quieren encontrar la verdad, sino proclamarla y pavimentar el camino hacia la ruina, como ocurrió sin excepciones desde 1917 en todos los países que siguieron sus teorías.
Rafael E. Rincón - Urdaneta Z.
Investigador Asociado de la Fundación para el Progreso Jean Gustave Courcelle - Seneuil
 
 

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