Este 2015 se cumplen 26 años de la
muerte de Salvador Dalí, el excéntrico pintor catalán que encarnó el
surrealismo en su propia vida. Desde temprano, Dalí se autodefinió como
un genio y se autoprogramó para vivir una vida de genio, tanto en el
cliché como en la imaginación creativa. Según el escultor Xavier
Corbero, gran amigo de Dalí, Gala, su gran cómplice, era la que
alimentaba y ordenaba el personaje de Dalí, también un gran éxito
comercial. Dalí, quien también se definía como una fiesta permanente,
creía en vivir excesivamente y gustaba de cenar champagne y caviar e
invitar a decenas de personas –y, de alguna manera, lograr que alguien
más pagara (en una ocasión incluso parece haber vendido un pelo de su bigote a Yoko Ono en 10 mil dólares, que en realidad era pasto, ya que Dalí temía la habilidad brujeril de Ono).
Otro de los grandes amigos de Dalí, Antoni Pitxot, ha recopilado una serie de anécdotas sobre el personaje que era Dalí. A continuación 10 de estas extrañas historias y una más, la primera, contada por Corbero.
1.El eros de un símbolo. Según
Corbero, en su juventud Dalí frecuentó mucho burdeles, habiendo
aprendido mucho de su convivencia con prostitutas y matronas,
compartiendo jovialmente con ellas. En una ocasión, Dalí tuvo un sueño
enigmático de una forma geométrica; en su locuacidad, para poder asir
esta figura, la dibujó, pero haciendo una torre humana de prostitutas
con las que trazó el enigmático símbolo.
2. Dalí hizo que le dieran la extremaunción a Gala (que era ortodoxa). La
noche en la que falleció Gala, en 1982, Dalí, ya en la cama, le
preguntó a su amigo Pitxot si creía que Gala moriría aquella noche. Al
asentir Pitxot, Dalí puso en marcha todo para que se le diera la
extremaunción, ya que ella era creyente aunque no católica (era
ortodoxa). Ante la imposibilidad de encontrar un sacerdote ortodoxo, el
genio pidió al amigo que trajera a uno católico pero que no fuera de
Cadaqués, ya que así no se enteraría su hermana.
3. Fobia a los saltamontes. Era
tal el terror que le inspiraban los saltamontes (no era lo único;
también tenía fobia, por ejemplo, a las langostas) que de niño le
colocaban cajas con estos insectos en el pupitre, para asistir a sus
ataques de pánico. En una ocasión, Pitxot hizo un par de pliegues en un
folio y Dalí le dijo, sin esconder su temor, que no se le ocurriera
hacer una pajarita de papel. La razón: le recordaban a los saltamontes.
4. Dos personas podían ver cómo pintaba. Es
un acto de soledad pintar, así que parece raro que alguien pudiera
estar presente. Sin embargo, Dalí permitía que estuvieran Gala y Pitxot.
“No sé de nadie más a quien Dalí aguantase”, dice Pitxot en Sobre Dalí,
“porque el acto de pintar es muy íntimo. Conmigo tenía una confianza
total, confianza absoluta, en todo, en mi discreción, en todas las
cosas…”.
5. Caperuzas rojas con velas sobre sus cisnes. La
fascinación de Dalí por los cisnes era tal que les ponía a los que
tenía en su casa (Portlligat) una caperuza roja con una vela encima
durante las noches, hasta que los animales metían la cabeza bajo el agua
y la apagaban. “Tenía tal querencia por sus cisnes que los hacía
disecar cuando morían”, explica Pitxot.
En su formidable Diario de un Genio, Dalí escribe:
A pesar de su
realismo categórico, mi obra encerrará escenas realmente prodigiosas, y
no puedo evitar comunicar de antemano algunas de ellas a mis lectores
con el solo objeto de que se haga la boca agua. Contemplarán cómo
estallan cinco grandes cisnes uno después del otro en secuencias
minuciosamente lentas y en un desarrollo según la más rigurosa euritmia
arcangélica. Los cisnes estarán repletos de auténticas granadas
previamente rellenas de explosivos para que puedan observarse, con toda
la precisión deseable, la explosión de las entrañas de las aves y la
proyección en abanico de la metralla
6. Intentos de incapacitación mental. Fueron
algunas las ocasiones en las que se intentó incapacitar al
hospitalizado Dalí (por quemaduras) y fue el mundo judicial el que paró
aquellos intentos, “porque Dalí tenía la cabeza lúcida, la tuvo lúcida
hasta el final, lo que le pasaba era que estaba deprimido”, señala
Fernando Huici. Tan lúcida como para decir, cuando los médicos le decían
que estaba bien: “Me voy a morir totalmente curado”.
7. Ingresado en un hospital de partos. Es
difícil saber por qué Dali fue ingresado en un hospital especializado
en partos (clínica del Pilar de Zaragoza) cuando se quemó, en 1984,
debido a un incendio en su dormitorio. “No sabemos la razón por la que
fue a aquel hospital”, indica Huici; “pudo ser algo tan simple como que
al ser una situación de urgencia fuera ese el lugar que primero se les
ocurrió”.
Lo que tampoco fue una extravagancia,
sino la creencia del genio de que sería la última vez que vería la que
para él era su gran obra, el Museo Dalí, fue aceptar que lo ingresaran
en el hospital sólo si antes lo llevaban a ver su gran instalación. Y
así lo hicieron, aunque era de noche y tuvieron que llevarlo en camilla.
Cuando salió del hospital se instaló en Torre Galatea, en donde se
quedó hasta el final de sus días (23 de enero de 1989).
8. La única visita que no le molestaba: el Rey. Su
fascinación por la monarquía era grande y además era correspondida: “El
Rey estuvo siempre pendiente de él, y cuando venía era un momento
solemne, y Dalí hacía un verdadero esfuerzo para estar de buen tono y
darle buenas réplicas”, se cuenta en Sobre Dalí; “Eran las únicas veces en las que no manifestaba disgusto ni malestar por las visitas.
9. Testigo de su deterioro. Famosa es su faceta de voyeur,
incluso o sobre todo en el sexo. Lo que acaso sea menos conocido es que
llegaba hasta tal punto su obsesión contemplativa que fue capaz de ser
su máximo testigo durante su proceso de deterioro.
10. Fisioterapia si recitaban a Rubén Darío. Es esta una de las pruebas de hasta qué punto llegaba la teatralización a su vida íntima: el fisioterapeuta recitaba La marcha triunfal de
Rubén Darío mientras lo trataba. Probablemente la única manera de que
se dejara manipular los huesos, los músculos, las cervicales… fuera esa.
11. Un creador metódico. Como
define Pitxot: “Tenía unas secuencias en el proceso de un cuadro que
seguía rigurosamente”. Desde que amanecía estaba en su taller
experimentando. “Cuando hizo La Santa Cena se levantaba a las
cinco o seis de la mañana y hacía que le instalaran en Portlligat, en el
patio, una mesa con un mantel blanco y un vaso de vino. Esperaba
pacientemente a que saliera el Sol, y cuando amanecía, se estaba allí el
rato que conviniera, haciendo bocetos, pintando, imitando el efecto del
Sol que atraviesa el vino y los reflejos que están en el mantel blanco
en forma de colores complementarios”.
Pitxot asegura que Dalí era un hombre
“perfectamente programado. En los cuadros grandes se pasaba primero seis
meses dando vueltas a su concepción”.
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