La ingeniera venezolana Carolina Parada, oriunda de
Maracay, Venezuela, a sus 34 años de edad, lidera en Silicon Valley los
laboratorios de comprensión de lenguaje a través de la voz del gigante
tecnológico Google.
Como sabemos, “Ok, Google” es una frase que cada vez se repite más para hablar con las máquinas. Es la manera de activar el sistema de comprensión de lenguaje de las gafas del gigante tecnológico, las famosas Google Glass, como en los móviles más avanzados y sus primeros smartwatches (relojes inteligentes).
Basta con pronunciar esas dos palabras para poder comunicarse con los aparatos con lenguaje natural. Basta con pedir que diga el tiempo que hará en la ciudad para acceder a él, por ejemplo. Su tecnología permite que solo con la voz se haga una foto, se mande un SMS diciendo que se llega tarde a una cita, que se dicte un correo mientras se conduce de vuelta al trabajo, o pedir que nos guíe hasta una dirección, giro a giro, sin tener que quitar los ojos de la carretera.
Carolina Parada (Maracay, Venezuela, 1980) es la responsable de que esto suceda. Llegó a EE UU con 18 años gracias a un programa de intercambio; ahora lidera el hot word team, como se denomina al equipo que hace que las máquinas entiendan a las personas en lenguaje natural, sin necesidad de usar órdenes complejas, sino como si se hablase entre humanos.
Parada fue la primera de su familia en cruzar una frontera. Cambiar las aulas de la Simón Bolívar de Caracas por la Johns Hopkins de Baltimore (Maryland) le permitió ampliar horizontes. Con su título de ingeniera electrónica decidió cursar un máster y el doctorado en el mismo centro. De ahí pasó a Nuance, una firma especializada en reconocimiento de voz. Muchos recordarán su producto más popular, Dragon, un sistema que se integraba en Word, muy común para la transcripción de una grabadora.
Como sabemos, “Ok, Google” es una frase que cada vez se repite más para hablar con las máquinas. Es la manera de activar el sistema de comprensión de lenguaje de las gafas del gigante tecnológico, las famosas Google Glass, como en los móviles más avanzados y sus primeros smartwatches (relojes inteligentes).
Basta con pronunciar esas dos palabras para poder comunicarse con los aparatos con lenguaje natural. Basta con pedir que diga el tiempo que hará en la ciudad para acceder a él, por ejemplo. Su tecnología permite que solo con la voz se haga una foto, se mande un SMS diciendo que se llega tarde a una cita, que se dicte un correo mientras se conduce de vuelta al trabajo, o pedir que nos guíe hasta una dirección, giro a giro, sin tener que quitar los ojos de la carretera.
Carolina Parada (Maracay, Venezuela, 1980) es la responsable de que esto suceda. Llegó a EE UU con 18 años gracias a un programa de intercambio; ahora lidera el hot word team, como se denomina al equipo que hace que las máquinas entiendan a las personas en lenguaje natural, sin necesidad de usar órdenes complejas, sino como si se hablase entre humanos.
Parada fue la primera de su familia en cruzar una frontera. Cambiar las aulas de la Simón Bolívar de Caracas por la Johns Hopkins de Baltimore (Maryland) le permitió ampliar horizontes. Con su título de ingeniera electrónica decidió cursar un máster y el doctorado en el mismo centro. De ahí pasó a Nuance, una firma especializada en reconocimiento de voz. Muchos recordarán su producto más popular, Dragon, un sistema que se integraba en Word, muy común para la transcripción de una grabadora.
El
siguiente paso fue el laboratorio de lenguas de IBM, hasta que fichó
por Google y su entonces secreto programa. Hoy funciona en 14 idiomas.
Reino Unido e India son los países que más tráfico generan, después de
EE UU. Les siguen Francia y Alemania. En castellano, España y México
están a la cabeza. Y no deja de asombrar el crecimiento en Brasil, que
va de la mano de la expansión de las nuevas tecnologías.
Parada se siente una más en Silicon Valley. Hace cinco años que no vuelve a Venezuela. “Ya no me queda apenas nadie allí. La situación política y social no invita a visitarlo. Toda la familia estamos dispersos entre EE UU y Francia”, reconoce con amargura.
Su meteórica carrera profesional no ha frenado su maternidad. Sus dos hijas, de 8 y 11 años, son susbetatesters, como se llama a los que prueban los productos antes de salir al mercado. “Mamá, esto no funciona’, es lo que me decían al principio con las gafas de Google. Después, cuando vieron que salían en la televisión, se emocionaban, ‘pero si es lo que haces tú, lo que tenemos en casa”, relata. Así es como se trabaja en Google, lo denominan dog food, una metáfora para referirse a probar el propio trabajo durante un tiempo antes de que salga al mercado.
“Lo más difícil”, reconoce, “es discernir contextos, saber qué se quiere significar en cada momento o registrar una frase nueva”. Y algo que los que hablamos español reconocemos bien: “Los acentos pueden ser una pesadilla. Siempre estamos recogiendo datos, hacemos encuentros con estudiantes a cambio de swag [los objetos promocionales de Google, que los entusiastas coleccionan]”.
A pesar de su frenética actividad, no deja de fomentar su afición. Este otoño corrió su primer maratón. “Me ayuda a estar en forma, a concentrarme y afrontar retos duros”, explica. Sabe que es una pionera y un ejemplo para muchas mujeres. Menos del 30% de los trabajadores de las grandes firmas de tecnología son mujeres; pero la cifra es todavía más sonrojante: solo el 17% tienen una labor relacionada con la ingeniería.
Más aún si se tiene en cuenta que, según la unión de trabajadores de Silicon Valley, latinos y afroamericanos representan el 82% de los limpiadores y conserjes de la zona.
Además de hacer de mentora de chicas más jóvenes de la compañía, intenta sembrar la curiosidad en sus hijas: “Desde bien pequeñas tienen su ordenador, de su propiedad, para que sea su juguete, pero también su puerta al aprendizaje de programación, idiomas…”
Fuente: http://tecnologia.elpais.com/tecnologia ... 95602.html
Parada se siente una más en Silicon Valley. Hace cinco años que no vuelve a Venezuela. “Ya no me queda apenas nadie allí. La situación política y social no invita a visitarlo. Toda la familia estamos dispersos entre EE UU y Francia”, reconoce con amargura.
Su meteórica carrera profesional no ha frenado su maternidad. Sus dos hijas, de 8 y 11 años, son susbetatesters, como se llama a los que prueban los productos antes de salir al mercado. “Mamá, esto no funciona’, es lo que me decían al principio con las gafas de Google. Después, cuando vieron que salían en la televisión, se emocionaban, ‘pero si es lo que haces tú, lo que tenemos en casa”, relata. Así es como se trabaja en Google, lo denominan dog food, una metáfora para referirse a probar el propio trabajo durante un tiempo antes de que salga al mercado.
“Lo más difícil”, reconoce, “es discernir contextos, saber qué se quiere significar en cada momento o registrar una frase nueva”. Y algo que los que hablamos español reconocemos bien: “Los acentos pueden ser una pesadilla. Siempre estamos recogiendo datos, hacemos encuentros con estudiantes a cambio de swag [los objetos promocionales de Google, que los entusiastas coleccionan]”.
A pesar de su frenética actividad, no deja de fomentar su afición. Este otoño corrió su primer maratón. “Me ayuda a estar en forma, a concentrarme y afrontar retos duros”, explica. Sabe que es una pionera y un ejemplo para muchas mujeres. Menos del 30% de los trabajadores de las grandes firmas de tecnología son mujeres; pero la cifra es todavía más sonrojante: solo el 17% tienen una labor relacionada con la ingeniería.
Más aún si se tiene en cuenta que, según la unión de trabajadores de Silicon Valley, latinos y afroamericanos representan el 82% de los limpiadores y conserjes de la zona.
Además de hacer de mentora de chicas más jóvenes de la compañía, intenta sembrar la curiosidad en sus hijas: “Desde bien pequeñas tienen su ordenador, de su propiedad, para que sea su juguete, pero también su puerta al aprendizaje de programación, idiomas…”
Fuente: http://tecnologia.elpais.com/tecnologia ... 95602.html
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