EL
MONTE DEL ETERNO Y SU TEMPLO
Historia y proyección
profética del Monte Moriah
Dr.
Alberto R. Treiyer
¿Qué puede
importarnos el descubrimiento del lugar donde se habría edificado el templo de
Salomón? Siendo que como adventistas tenemos nuestra mirada en la Nueva
Jerusalén y en su templo celestial, ¿por qué tendrían que interesarnos los
estudios arqueológicos con respecto a la vieja Jerusalén y su templo terrenal?
Por otro lado, si
Dios determinó que no quedase piedra sobre piedra de aquel antiguo templo (Mat
24:2), y eso se cumplió al pié de la letra a tal punto que hasta el lugar
exacto sobre el que se construyó el templo quedó olvidado e ignorado, ¿por qué
habríamos de interesarnos en encontrar su localización primitiva? ¿No permitió
Dios, acaso, que se borrase casi todo vestigio del templo de Salomón y de
Herodes, con el deseo de que los hombres no se aferrasen a las cosas de la
tierra, sino a las del cielo? (Col 3:1-3). ¿No debía atraernos más una ciudad
celestial, “cuyo arquitecto y constructor es Dios” mismo? (Heb 11:10).
En primer lugar, la
historia del pueblo del Antiguo Pacto nos ayuda a entender mejor la Palabra de
Dios y, bien específicamente, el evangelio. De allí es que también nos hemos
especializado en el ritual hebreo efectuado en el antiguo tabernáculo divino
levantado por Moisés en el desierto. Nunca podremos entender bien el evangelio
a menos que conozcamos las sombras que lo anticipaban. En segundo lugar,
ciertos detalles arqueológicos inesperados nos han ayudado a menudo a entender
algunos pasajes oscuros de la Biblia. La revelación divina está llena de
sorpresas siempre, ya que Dios no habla de una sola manera, sino “muchas veces
y de muchas maneras” (Heb 1:1-2).
También puede
interesarnos entender el contexto de la lucha entre musulmanes y judíos por
acapararse de la tierra donde una vez Dios habitó visiblemente. Están los
sueños que tienen un buen grupo de sionistas judíos y cristianos, de volver a
reconstruir ese templo, más específicamente, el tercer templo que, según
algunos, habría sido profetizado por Ezequiel. Estos intereses creados
enturbian, en realidad, los intentos genuinos por conocer la historia del
templo de Jerusalén. Como veremos luego, los musulmanes ocupan hasta hoy un
lugar estratégico del lugar donde Salomón construyó el templo, y en su
impaciencia por comenzar ya a reconstruir ese antiguo templo que atraería al
Mesías en su primera venida (para los judíos sionistas), o segunda venida (para
los cristianos sionistas), algunos buscan pruebas de su existencia fuera del asentamiento
musulmán.
Siendo que muchos
esperan que el Mesías venga (o vuelva) a este mundo vía Jerusalén, una leyenda
levantada por un autor judío cuenta que después de mucho tiempo finalmente vino
el Mesías tan esperado por judíos y cristianos. Por allí se le ocurrió a uno
preguntarle si él era el que vino hace dos mil años atrás, o no tuvo nada que
ver con él. Alguien de la multitud habría corrido entonces para susurrarle al
oído: “No diga nada, porque de lo
contrario se va a armar la pelea otra vez.”
¡Gracias a Dios que
hace las cosas bien! Porque cuando venga el Mesías lo hará en gloria y
majestad, en las nubes de los cielos, de tal manera que “todo ojo lo verá” (Sal
50:3-6; Mat 24:31-32), no en lugares ocultos aquí y allí como intentará
representarlo el anticristo, el diablo mismo (Mat 24:23-27). En su segunda
venida, el Señor no descenderá sobre la vieja Jerusalén, ni sobre la Meca, ni
sobre Roma, ni sobre ninguna pirámide. No tocará con su pie la tierra, sino que
seremos nosotros los “arrebatados para recibir al Señor en el aire”, y viajar
con él a la Jerusalén celestial (1 Tes 4:17). De manera que si alguno le hace
esa pregunta al impostor que lo precederá, sobre cuál de los dos es, si el
anterior u otro, se peleará para diversión del anticristo, con el mismo diablo.
Prehistoria del Monte del Templo
De todos los
muebles del santuario, ninguno estuvo tan cargado de historia y significado
como el arca del pacto. Una lección (o capítulo) entero le dediqué a esa
historia en mi primer seminario sobre el santuario. También puede trazarse una
historia del Tabernáculo del Testimonio y la manera en que Dios se manifestó a
través de él. Pero el templo que construyó Salomón no era transportable como el
arca y el tabernáculo que lo cobijaba. ¿Qué historia puede extraerse de ese
templo y del monte sobre el que se lo construyó? La Biblia, los escritos judíos
posteriores y la arqueología, nos traen una amplia información. En ella
encontramos lo que los seres humanos le hicieron a ese templo, y al monte que
el Señor se escogió para sí.
Los pueblos
antiguos escogían un monte para levantar allí un templo a sus dioses. Si
estaban en la llanura levantaban torres o pirámides (Gén 11:2,4). ¿Cuál sería
el monte que Dios escogería para sí, para revelarse a la humanidad? De entre
los tantos montes que hay en la tierra eligió uno que, desde entonces, estaría
en pugna con los montes de los demás dioses o, dicho de otra manera, con los
dioses de las otras naciones. Allí se revelaría no sólo la Palabra de Dios,
sino también los intentos del diablo para impedir que la versión divina del
conflicto entre el bien y el mal se diese a conocer. Pero al final del tiempo,
el Monte del Eterno prevalecería sobre los montes de todos los dioses falsos
que el enemigo de Dios habría erigido (Isa 2:2-4; Miq 4:1-2).
a) El altar que
construyó Abraham. La historia del Monte del Eterno se remonta a la
época de Abraham. ¿Por qué ordenó Dios a Abraham ir tres días de camino para
ofrecerle sacrificios, más definidamente, el sacrificio de su “único” hijo?
¿Para probar su persistencia en obedecer a Dios aún contra sus más caros
sentimientos y comprensión humana? Sin duda esa fue una razón. Pero había mucho
más en la indicación de ir a “la tierra de Moriah”, para sacrificar a su hijo
“en uno de los montes” que Dios iba a mostrarle al llegar. En uno de esos
montes iba a construirse el templo, y en otro de esos montes iba a morir el
Hijo de Dios en sacrificio por el pecado (Gén 22:14).
La historia del
Génesis no especifica sobre cuál de los montes de Moriah sacrificó Abraham
virtualmente a su hijo. Mientras que algunos cristianos suponen que fue sobre
el mismo monte sobre el que el Hijo de Dios moriría en sacrificio por los
pecados del mundo, la mayoría está de acuerdo con los judíos que aseguran que
fue sobre el lugar en el que se inauguraría el templo de Salomón con la sangre
de los sacrificios de los animales. Lo que queda claro y nos interesa resaltar
más en la descripción del lugar donde Abraham debió construir el altar, es que
ese monte iba a tener un valor sagrado
permanente desde ese momento, porque lo llamó “El Señor proveerá. Por eso
se dice hasta hoy: ‘En el monte del
Eterno será provisto’” (Gén 22:14).
La frase, beHar YHWH yiraeh, puede traducirse de
dos maneras, “en el monte el Eterno proveerá” o “en el monte el Eterno será
visto”. Ambas traducciones proyectan un impacto profético imposible de ignorar,
porque mientras en la primera se pone el énfasis en el sacrificio que va a ser
provisto, en la segunda traducción se prevé que volverá a ser visto. Y siendo
que el “Ángel del Eterno” es el Eterno mismo (Gén 16:7-13; 18:1,13,17,20,22,33;
Juec 6:11-23; 13:21-22; Zac 3:1-2; Mal 3:1-3), puede interpretarse que David lo
vio otra vez cuando vio al “Ángel del Eterno” sobre ese mismo lugar (1 Crón
21:16). Nuevamente, en ese lugar todo el pueblo vio la gloria de Dios descender
del cielo una vez que el templo se construyó (2 Crón 7:1-3). Allí sería visto,
además, por el sumo sacerdote cada Día de la Expiación (Lev 16:2).
Jesús se refirió a
esta historia en una de sus controversias con los dirigentes judíos, y proyectó
esa expresión para sí mismo, en un contexto en donde se atribuyó claramente la
naturaleza de Dios. En esa oportunidad parece haber favorecido la traducción que
pone énfasis en lo que Abraham vio. En el contexto del sacrificio de Isaac, lo
que se le reveló a Abraham involucraba también el sacrificio que Dios iba a
ofrecer por la humanidad. “Abraham, vuestro padre”, dijo, “se gozó de ver mi día. Lo vio, y se gozó” (Jn 8:56). ¿Por qué se gozó? Porque no debió
sacrificar a su propio hijo. El sacrificio futuro hacía innecesaria la muerte
de Isaac, y traía esperanza para el cansado viajero.
Sabiendo los judíos
que el Génesis se había referido a Dios mismo, y concediéndole a Jesús veinte
años más de vida, se burlaron diciendo: “Aún no tienes cincuenta años, ¿y has
visto a Abrahán?’” (v. 57). Entonces Jesús les dijo, claramente, que él es el
YHWH, el gran “YO SOY” del Antiguo Testamento (v. 58). Con eso se terminó la
discusión. Pero el intento de apedrearlo por blasfemo fracasó porque aún no
había llegado ese “día” que Abrahán había visto. “Jesús se encubrió, y salió
del templo” (v. 59).
Abrahán habló con
el “Ángel del Señor” cuando estuvo por sacrificar a su hijo. Pero al ponerle a
ese Monte un nombre futuro, dejó el Génesis claro que el Eterno volvería a manifestarse
sobre ese monte, en un contexto de sacrificio superior. Y así como el Monte de
Sión estaba junto al Monte de Moriah, pero por metonimia pasó a abarcar el
templo y toda la ciudad de Jerusalén; así también podía comprender el monte
Calvario donde Jesús murió, cumpliendo con el sacrificio que proyectó Abraham.
Ese día vio por anticipado Abraham, cuando el Padre del cielo dio a su Hijo en
sacrificio por el pecado.
“Mediante símbolos
y promesas, Dios ‘evangelizó antes a Abraham’ (Gál 3:8). Y la fe del patriarca
se fijó en el Redentor que había de venir… El carnero ofrecido en lugar de
Isaac representaba al Hijo de Dios, que había de ser sacrificado en nuestro
lugar” (PP, 150).
Puede irse más allá
y verse a Jesús como la shekinah o “gloria”
del templo de Israel. E. de White dice que al llegar Abraham cerca del lugar,
“mirando hacia el norte, vio la señal prometida, una nube de gloria, que cubría
el monte Moria, y comprendió que la voz que le había hablado procedía del
cielo” (PP, 145). Esa nube de gloria
descendió otra vez, cerca de un milenio después, sobre el Templo de Salomón, y
permaneció allí por alrededor de 400 años. Pero desde que los cautivos volvieron
de Babilonia, esa gloria no había descendido sobre el segundo templo. Por tal
razón, al decirles a los judíos que Abraham había visto su día, Jesús estaba implicando
también que él era esa gloria prometida del segundo templo. Y aunque “vino a lo
suyo, los suyos no lo recibieron” (Juan 1:11). En lugar de cubrir esa gloria
con una nube como en la antigüedad, la veló con la carne humana (Jn 1:14). Así
hizo depender su recepción de una naturaleza espiritual, de tal manera que “a
todos los que lo recibieron, a los que creyeron en su Nombre, les dio el
derecho de ser hijos de Dios” (Jn 1:11-12).
E. de White vio
también el templo como siendo el que Dios quiso proyectar con ese altar, y los
futuros sacrificios de animales. Por supuesto, según lo expresa claramente, esos
sacrificios representaban al gran sacrificio que el Hijo de Dios iba a llevar a
cabo en esa misma tierra de Moriah. Al describir “la historia de más de mil
años durante los cuales Dios extendiera su favor especial y sus tiernos
cuidados en beneficio de su pueblo escogido”, que ahora se extendía delante de
Jesús al contemplar el templo desde el Monte de los Olivos, la pluma inspirada declaró:
“Allí estaba el
monte Moriah, donde el hijo de la promesa, cual mansa víctima que se entrega
sin resistencia, fue atado sobre el altar como emblema del sacrificio del Hijo
de Dios. Allí fue donde se le habían confirmado al padre de los creyentes el
pacto de bendición y la gloriosa promesa de un Mesías (Gén 22:9; 16:18). Allí
era donde las llamas del sacrificio, al ascender al cielo desde la era de
Ornán, habían desviado la espada del ángel exterminador (1 Crón 21), símbolo
adecuado del sacrificio de Cristo y de su mediación por los culpables…” (CS, 20).
b) El altar que
construyó David. La otra historia que se trae a colación en relación
con el templo de Salomón, y en conexión con el altar que construyó Abraham, es
la que llevó a David a comprar todo el monte donde más tarde su hijo construyó
el templo. Aunque no se le permitió a David construir el santuario divino,
preparó los planes siguiendo el trazado que Dios mismo le dio, para facilitar
la tarea de construcción a su hijo (1 Crón 28:11ss). ¿En qué lugar ubicó David
el templo que su hijo debía edificar?
David cometió un
grave pecado al censar al pueblo, cuando Dios ya le había dado “reposo” de sus
enemigos. En lugar de educar al pueblo para la paz, y confiar en Dios, quiso
afirmar su reino en el poderío humano. Por tal razón le impidió también
construir el templo, que sólo un hombre de paz y libre de sangre podía erigir.
El relato está en 2 Sam 24 y 1 Crón 21. [Algunos creen que David habría hecho
el censo sin requerir el pago del rescate por cabeza (Ex 30:12)].
De entre los tres
castigos que Dios le ofrece a David, escoge caer en manos de Dios. Como hombre
de guerra sabía lo terribles que eran los guerreros en sus batallas, su
carácter vengativo y cruel. Pero sabía también cuán compasivo es Dios cuando
castiga a sus hijos. Por tal razón exclamó: “caiga yo en la mano del Eterno,
que es grande en misericordia, y no caiga en mano de hombres” (1 Crón 21:13).
Aún así, el castigo
de Dios ya había comenzado a caer sobre el pueblo, y el ángel exterminador
estaba sobre lo alto del monte Moriah listo para destruirlo. Con compasión Dios
ordenó al ángel detener su mano, como lo había hecho con Abraham cuando estaba
por sacrificar a su hijo en holocausto cerca de un milenio atrás, y en el mismo
lugar (1 Crón 21:14-15). “Y el ángel del Señor estaba junto a la era de Ornán
el jebuseo. David alzó sus ojos y vio al ángel del Eterno entre el cielo y la
tierra, con la espada en su mano, extendida contra Jerusalén” (v. 15úp-16).
David intercedió por el pueblo y pidió que el castigo cayese sobre él y su
casa. Entonces “el ángel del Señor ordenó a Gad (el profeta), que dijese a
David que construyese un altar al Eterno en la era de Ornán el jebuseo (v. 18).
Ornán el jebuseo
vio también al ángel del Eterno y se asustó. Junto con sus cuatro hijos dejaron
de trillar el trigo y se escondieron. Llegó David al lugar y le compró la
propiedad, pagándole 50 ciclos de plata (2 Sam 24:24), y posteriormente 600
siclos de oro por todo el Monte del Templo (1 Crón 21:25). “Y edificó allí
David un altar al Eterno, y ofreció holocaustos y ofrendas de paz, e invocó al
Eterno, que le respondió con fuego desde el cielo sobre el altar del holocausto.
Entonces el Eterno habló al ángel, y él guardó su espada” (v. 26-27). Al ver
que Dios le había respondido “en la era de Ornán… ofreció sacrificios allí” (v.
28).
Algunos creen que
David levantó en ese lugar un templo provisorio (2 Crón 21:18; 29:21), mientras
preparaba los planos para construir al Eterno un templo fijo y permanente.
“Entonces dijo David: ‘Aquí se levantará el templo de Dios, y el altar del
holocausto para Israel” (1 Crón 22:1). David sabía como todo Israel, que ése
era el monte al cual Abraham había llamado “en el Monte el Eterno será visto”, y
en relación al sacrificio que iba a ser provisto. A diferencia del relato de
Abraham, sin embargo, el de David contiene más detalles geográficos, algunos
bastante significativos sobre el lugar en donde construyó el altar por orden
del Señor.
En primer lugar, el
ángel no estaba sobre la era, sino al lado (etsel).
En segundo lugar, el ángel debe haber estado de pie sobre un lugar más elevado.
No se solía ubicar las eras de trigo sobre el tope de una montaña, sino un
poquito más bajo, para que el viento no llevase el trigo junto con la paja.
Siendo que en Jerusalén, el viento proviene regularmente del oeste, se arguye
también que la era de Ornán debe habérsela ubicado debajo de la roca conocida hoy
como Sakhra, y al este de ella.
Recordemos que la entrada al templo daba al este, y el lugar santísimo al
oeste.
Estos hechos
descartan la creencia de algunos de que David habría construido el altar sobre la
Sakhra, que es el lugar más alto del
monte de Moriah. El espacio de esa roca no era suficientemente grande para
poner allí una era de trigo y, dada su elevada posición, corrían los bueyes el
peligro de deslizarse hacia abajo. También se hace notar que si el templo se
hubiera construido al oeste de la Sakhra,
hubiera requerido fundamentos más profundos, mucho más profundos que los seis
codos que había hacia el este, ya que hacia el oeste la pendiente desciende más
abruptamente.
Así, se deduce que David
construyó el altar al este de la Sakhra,
un poco más bajo, en la era de Ornán, en un lugar que está ahora a 20 pies al
este del Domo de la Cadena. En este contexto, se sugiere que el ángel estaba de
pie sobre esa roca, como si estuviera “entre el cielo y la tierra”. Siendo que
el arca era el lugar de donde provenían los oráculos de Dios (Núm 7:89), y el
ángel estaba “entre el cielo y la tierra”, se argumenta que el ángel estuvo de
pie sobre el lugar en el que más tarde se colocaría el arca en el lugar
santísimo del templo de Salomón.
Prestemos atención
una vez más a esta descripción. “El ángel del Señor estaba entre el cielo y la
tierra” (1 Crón 21:16). A través de Isaías dijo el Señor: “el cielo es mi
trono, y la tierra estrado de mis pies” (Isa 66:1). El estrado de sus pies
estaba en su templo de Jerusalén, más definidamente en el lugar santísimo donde
estaba el arca del pacto (1 Crón 28:2). Jacob vio en sueños una escalera
mística que unía el cielo con la tierra. Dios estaba en la cima, y él al pie de
la misma. Los ángeles de Dios subían y bajaban por esa escalera. ¿Estaba el
Señor indicando de esa manera, que el lugar que había pertenecido a Ornán el
jebuseo y sobre el que David edificó un altar, iba a transformarse en el
vínculo místico que une el santuario celestial con el terrenal?
Esto es lo que
afirman algunos intérpretes, y que E. de White confirma al considerar los
pensamientos tan cargados de historia que embargaron al Hijo de Dios mientras
contemplaba a Jerusalén desde lo alto del Monte de los Olivos. “Jerusalén había
sido honrada por Dios sobre toda la tierra. El Señor había ‘elegido a Sión;
deseóla por habitación para sí” (Sal 132:13)… Allí se había asentado la base de
la escalera mística que unía el cielo con la tierra (Gén 28:12; Jn 1:51), que
Jacob viera en sueños y por la cual los ángeles subían y bajaban, mostrando así
al mundo el camino que conduce al lugar santísimo…” (CS, 21).
Historia
La prehistoria del
templo de Salomón que acabamos de considerar nos permite ver que Dios puede
leer en los lugares tanto el pasado como el futuro que se desarrolla después.
Con mucho tiempo de anticipación, Dios había escogido para sí un lugar para
morar en medio de su pueblo, y revelar sus oráculos sagrados. A través de la
elección de Israel y de su ciudad capital, Jerusalén, Dios se propuso revelar
al mundo el plan de salvación. Todo lo que allí ocurriera estaría enmarcado
dentro de la historia de la salvación.
Mientras
contemplaba Jesús la ciudad de Jerusalén en esa última semana de oportunidad
que tenían sus habitantes de aceptarlo como Mesías, pudo ver también como en un
panorama la historia de ese lugar tan favorecido por Dios. “Allí habían
proclamado los santos profetas durante siglos y siglos sus mensajes de
amonestación. Allí habían mecido los sacerdotes sus incensarios y había subido
hacia Dios el humo del incienso, mezclado con las plegarias de los adoradores.
Allí había sido ofrecida día tras día la sangre de los corderos sacrificados,
que anunciaban al Cordero de Dios que había de venir al mundo. Allí había
manifestado Jehová su presencia en la nube de gloria, sobre el propiciatorio” (CS, 21).
¿Cómo encaramos,
pues, la historia de ese lugar tan sagrado y consagrado por siglos de historia?
Primero tendríamos que descubrir el lugar, para luego tratar de entender los
cambios y cicatrices que le dejaron con los años en base a un trato profano del
lugar sagrado. Sin embargo, para propósitos prácticos, convendrá que
adelantemos ciertos hechos cruciales de la historia de ese templo y de su
lugar, que nos servirán de anticipo de los descubrimientos arqueológicos modernos.
a) El templo de
Salomón. Salomón inauguró el templo de Dios reconociendo la trascendencia
divina, al mismo tiempo que su condescendencia para habitar entre los hombres
(1 Rey 8:27ss). Y Dios respondió a su oración con fuego del cielo como lo había
hecho con David su padre sobre el mismo altar que ahora formaba parte del
templo visible de la Deidad (1 Rey 8:22; 2 Crón 7:1-3).
Valle de Hinnom (Gehena)
Durante los
cuarenta años de reinado de Salomón, ese templo permaneció en paz. Pero el rey
terminó permitiendo a sus mujeres que construyesen templos a sus dioses (1 Rey
11), para sacrificar a sus hijos en el Valle de Hinnom (transliterado al griego
como gehena), fuera de las murallas
de la ciudad de Jerusalén, al suroeste de la ciudad y del Monte de Sión (la
antigua fortaleza jebusita y posterior ciudad de David). Por más terrible y
aborrecible que pueda haber sido ese hito histórico, terminó siendo utilizado
por Dios para ilustrar el infierno eterno (eterno por sus consecuencias, no por
su duración: Isa 30:33: en lugar de “rey” es Moloc; el recinto sagrado donde
sacrificaban a Moloc se llamaba Tofet, traducido a veces por “lugar de
incendio”: 66:24, etc).
Poco después de
morir el constructor del templo, la apostasía se incrementó, y los ataques al
templo no se harían tardar. El primero de ellos se dio estando Roboam aún como
rey (hijo de Salomón), tras una invasión de Sisac, faraón de Egipto (1 Rey
14:26). Luego de separarse las diez tribus del norte, Joas, rey de Israel,
también atacó Jerusalén, rompió sus muros, y saqueó gran parte de los
utensilios del templo (2 Rey 14:13-14), lo que ha llevado a algunos a pensar
que ya para entonces los sacerdotes habrían escondido el arca del pacto.
Aquí corresponde afirmar
que todas las veces en que el templo de Salomón fue saqueado o dañado, volvió a
reconstruírselo sin perjudicar o desviar el esquema básico original. Los daños
producidos por los predecesores del rey Joas de Judá fueron seguidos de
extensas reparaciones bajo la dirección del sumo sacerdote Joiada (2 Rey
12:1-16; 2 Crón 24:1-14). El terremoto que afectó al templo en el último año
del rey Uzías (Zac 14:5), condujo a una reparación parcial durante el reino de
Jotam (2 Rey 15:35; 2 Crón 27:3).
En ese año el rey
Uzías había cometido un gran pecado al pretender entrar dentro del templo para
oficiar como si fuera sacerdote, y contrajo como castigo la lepra, de la cual
murió poco después. Ese terremoto tiene que haber sido considerado como una
seria advertencia divina sobre las consecuencias de desobedecer sus leyes, y sobre
la estabilidad del templo que habían venerado durante tanto tiempo. De hecho,
Josefo, el historiador judío del primer siglo, refiere una tradición que
afirmaba que el terremoto ocurrió cuando el rey Uzías entró al templo para ofrecer
incienso (Ant., IX, x, 4). En otras
palabras, por más piedras grandiosas que poseyese ese templo, por más estable
que se lo viese, podía terminar siendo destruido con la consiguiente partida de
la gloria divina. Dios no es inmanente a los objetos y personas, sino
trascendente. Puede morar en ellos, pero también retirarse.
Fue en esa época en
que Uzías murió por cometer ese grave pecado, que Isaías fue llamado al
ministerio profético. Y fue en ese año también, que tuvo la visión del templo
celestial con Dios sentado para juzgar a su pueblo en el lugar santísimo (Isa 6:1-7).
Al contemplar la gloria de Dios, el profeta se sintió morir como si fuese
inmundo o leproso. Pero había todavía oportunidad para los que clamasen por
perdón, y fue limpiado. Dios anticipó entonces que Jerusalén iba a ser destruida,
y su pueblo dispersado (Isa 6:11-13). Y siendo que el templo estaba dentro de
la ciudad, ese anuncio era un presagio de su destrucción también. Entonces
experimentarían el destierro del rey Uzías por su lepra y el trato que
recibirían de las demás naciones que les dirían: “¡Apartaos, impuros! ¡Apartaos, apartaos, no
nos toquéis! Cuando huyeron y fueron dispersos, dijeron entre las
naciones: ‘Nunca más vivirán aquí’” (Lam
4:15).
Ese terremoto quedó
marcado en la mente de los antiguos israelitas, y sirvió para hacer ver que el
mensaje de juicio que Dios había dado al profeta Amós contra el reino de Israel
no era de desestimar (Am 1:1). Previendo el futuro juicio de Dios, muchos
huyeron de Jerusalén para habitar en lugares más apartados, lo que sirvió a
Zacarías para ilustrar lo que va a pasar en el “día del Señor” (Zac 14:1,5).
De nuevo, en
tiempos de Ezequías, debió limpiarse el templo de todas las inmundicias que se
habían acumulado durante el reinado de Acaz su padre (2 Crón 29:3-19), quien
hasta había erigido otro altar según el modelo que tomó de un templo en
Damasco, desplazando el altar de bronce hacia el norte del patio del templo (2
Rey 16). Lo que hizo Ezequías fue restablecer los servicios de la casa de Dios
que habían sido interrumpidos por su padre (2 Crón 29:35). Nuevamente, cada
restauración posterior procuraba volver el orden al original que había sido
establecido al principio.
En los tiempos
peligrosos del reino de Manasés y de su hijo Amón, los sacerdotes piadosos
decidieron quitar el arca del lugar santísimo y guardarla en un lugar seguro. Manasés
llegó a instalar una imagen pagana en el lugar santísimo (2 Rey 21:7; 2 Crón
33:15). Con la ascensión de Josías al reino de Judá, se hizo una amplia reforma
que lo llevó a atreverse incluso a destruir el Tofet y sus altares a Moloc que
Salomón había permitido erigir en el valle de Hinom y el monte contiguo en
honor a los dioses de sus esposas (2 Rey 23:10ss).
Josías restableció
el pacto con Dios, y trajo el arca otra vez a su lugar debido en el templo de
Salomón (2 Crón 35:3). Esta es la primera vez que tenemos una prueba definida
de la tendencia a esconder el arca por parte de los sacerdotes encargados de
custodiarla, en momentos de gran apostasía. Llama la atención también que de a
momentos Dios se esconde, y de a momentos interviene con su poder para salvar
(Isa 45:15), como lo hizo antiguamente con el arca cuando los hijos de Elí la
quitaron para llevarla a la batalla (1 Sam 4-6).
El día llegó en que
la paciencia de Dios se agotó. “También todos los príncipes de los sacerdotes y
el pueblo, aumentaron la iniquidad, siguiendo todas las abominaciones de las
naciones, y contaminando la casa que el Eterno había santificado en Jerusalén…
Ellos se reían de los mensajeros de Dios, menospreciaban sus palabras, y se
burlaban de sus profetas, hasta que la ira del Eterno subió contra su pueblo, y
no hubo más remedio” (2 Crón 36:14-16). Al retirarse la gloria divina del
templo y de su ciudad (Ezeq 9-10), vinieron los babilonios y destruyeron ambas
cosas en el año 586 AC.
Los babilonios se
llevaron todos los muebles a Babilonia (2 Rey 24:13), exceptuando el arca que
fue escondida, y cuyo secreto parece haber muerto con los que la escondieron.
Algunos creen que debe estar escondida en una de las cuevas o cavernas que hay
debajo de la plataforma donde una vez estuvo el templo. Pero los árabes tienen
un edificio al que consideran sagrado allí, y les es imposible a los judíos
hacer excavaciones en el lugar.
b) El templo de
Zorobabel. La reconstrucción
emprendida por el príncipe heredero Zorobabel y el sumo sacerdote Josué 70 años
después del cautiverio y de la destrucción de Jerusalén, y posteriormente por Esdras
y Nehemías, siguió el trazado del templo anterior. Algunos han querido negar
que el templo se hubiese construido sobre el mismo lugar, pero esto va contra
todos los principios involucrados en la construcción del templo, en el que Dios
estableció claramente la posición con respecto a los puntos cardinales. Como
veremos después, tales deducciones suelen tener un trasfondo sionista de
quienes quieren poder volver a construir ese templo lo antes posible, y no ven
fácil la eliminación del edificio que erigieron los árabes en el S. VII. Sobre este punto volveremos al considerar los
descubrimientos arqueológicos más recientes efectuados en los alrededores del
área del templo.
Otro momento de
crisis llegó para este segundo templo, cuando Jerusalén fue invadida por los
seléucidas en el S. II AC. Antíoco Epífanes profanó el templo sacrificando
puercos sobre él, lo que llevó a los macabeos a rededicar otro altar a Dios.
Las piedras del altar anterior fueron llevadas a un monte y dejadas allí hasta
que un profeta viniese para decidir sobre su destino (1 Mac 4:36-61; 2 Mac
10:1-8). Esto prueba que los judíos vivían en medio del largo período que se
extendió desde Malaquías hasta la primera venida del Señor, sin revelación
directa de Dios. A su vez, lo que era consagrado a Dios no volvía a
santificarse, razón por la cual tomaron esa medida extrema en relación con las
piedras del altar.
De todas maneras,
los judíos no tenían más el arca, y esperaban que se encontrase alguna vez en
el futuro, para que descendiese de nuevo la gloria de Dios. Ellos
reconstruyeron los dos altares, la mesa y el candelabro, pero no el arca,
porque el trono de Dios, representado por el arca, es irremplazable. Además, el
arca era ante todo, “el arca del pacto” (Deut 9:9,11,15) y “del testimonio” (Ex
30:6,26; 39:35; 40:3,5,21; Núm 4:5). Como tal contenía la ley de Dios escrita
con su propio dedo, y nadie iba a atreverse a escribir con su dedo humano algo
que era de escritura divina. Esto nos permite ver que donde la ley de Dios no
está, la gloria de Dios tampoco desciende.
Así también, es por
obra del Espíritu que la ley se escribe hoy en el corazón de cada creyente y de
la iglesia de Cristo. Sin esa escritura divina, nadie puede contar con el
descenso de la gloria espiritual que se da libremente en todo aquel que invoca
el Nombre del Señor (Juan 14:21,23; 2 Cor 3:3; véase 1 Cor 3:16; 6:19-20). El
engaño de los últimos días consistirá en pretender contar con el descenso del
fuego celestial sin guardar los mandamientos de Dios (Apoc 13:13-14; compárese
2 Tes 2:10-12, y Sal 119:86).
c) El templo de
Herodes. Se arguye que los pocos y pobres repatriados hebreos no estaban en
condiciones de emprender una obra de una envergadura tal como el de reconstruir
el monte del templo sobre otros cimientos que los que ya existían de la época
de Salomón (véase Isa 58:12). La primera modificación real se hace durante la
dinastía de los asmoneos (macabeos: 141 AC), y tuvo que ver con la plataforma
(patio) del templo que se extendió algo hacia el sur. Tuvieron que reparar,
además, todo lo que Antíoco Epífanes había dañado.
Fue sobre el templo
macabeo que añadió Herodes su propia expansión, agrandando al doble el tamaño
del monte del templo. Su reedificación comenzó en el año 19 AC, y se completó
alrededor de medio siglo después. Mientras que Salomón debió construir un muro
de contención para llenarlo con tierra y de esa manera crear una plataforma
nivelada sobre la colina más alta de Jerusalén, Herodes amplió esa plataforma
al doble construyendo una muralla en tres lados—oeste, sur y norte—y extendiendo
la cuarta muralla (la oriental) al norte y al sur para alcanzar las nuevas
murallas. El lado oeste es una sección actual del muro de contención que
construyó Herodes para sostener el Monte del Templo. Con esto cambió la
topografía del área.
Al mismo tiempo,
Herodes quitó el fundamento anterior y lo elevó seis codos, nivelando el lugar
santo con el lugar santísimo. La roca, llamada Sakhra, quedó así
prácticamente sepultada o, más precisamente, a ras del suelo. Según Josefo, el
muro de contención de Herodes pasó a ser “la obra más prodigiosa que jamás se
escuchó hecha por el hombre” (W., Antiquities of the Jews 15.11.3). Eso
equivale a cinco campos de fútbol de norte a sur, y a seis campos de fútbol de
oeste a este.
Fue ese templo
magnífico el que contempló Jesús desde la ladera de la montaña oriental,
embellecido con oro y piedras costosas de mármol blanco importado. “Ese templo
resultó ser el edificio más soberbio que este mundo haya visto” (CS, 26). Algunos creen que, de no haber
sido porque los romanos lo destruyeron por completo, todavía seguiría siendo
una de las maravillas del mundo. ¿Cuáles fueron las razones por las que Dios
permitió que fuese borrado prácticamente del mapa?
Para que tengamos
una idea, las piedras más grandes tuvieron 44.6 pies por 11 pies, con un peso
de 628 toneladas cada una. Al dar con semejantes piedras, algunos trabajadores
devotos que participaban en la excavación del lado exterior del monte del
templo pensaron que semejantes piedras podrían haberlas traído
únicamente ángeles. Hoy se sabe, sin embargo, que usaron un sistema de
terraplenes y muros de contención producidos por esas mismas piedras que
volvían a rellenar una vez que eran colocadas. Así, no necesitaban alzar esas
tremendas moles de piedras para colocarlas una sobre otra (algo imposible),
sino que las hacían subir suavemente por esos terraplenes sobre rodillos de
troncos tirados con sogas por bueyes. Al terminar la tarea y en donde fue
necesario, quitaron esos terraplenes. Así lograron hacer una muralla de 16 pies
de grosor en la zona de alargue del Monte del Templo, toda una fortaleza que
parecía inexpugnable. Según Josefo, se utilizaron mil bueyes para esa
extensión.
La emoción del
Señor era muy diferente a la de los discípulos que con orgullo llamaron su
atención a las piedras impresionantes que se habían traído. “De haberse
mantenido Israel como nación fiel al Cielo, Jerusalén habría sido para siempre
la elegida de Dios (Jer 17:21-25). Pero la historia de aquel pueblo tan
favorecido era un relato de sus apostasías y sus rebeliones. Había resistido la
gracia del Cielo, abusado de sus prerrogativas y menospreciado sus
oportunidades” (CS, 21). En las
patéticas palabras de su Mesías divino venido en carne, se puede leer el dolor
que embargó al Hijo de Dios cuando entre sollozos exclamó: “¡Jerusalén,
Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti!
¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollos bajo
sus alas! Y no quisiste. Vuestra casa os queda desierta” (Mat 23:37-38). “No
quedará piedra sobre piedra que no sea derribada” (Mat 24:1-2).
“Cristo vio en
Jerusalén un símbolo del mundo endurecido en la incredulidad y rebelión que
corría presuroso a recibir el pago de la justicia de Dios… Dirigiendo Jesús sus
miradas hasta la última generación vio al mundo envuelto en un engaño semejante
al que causó la destrucción de Jerusalén. El gran pecado de los judíos
consistió en que rechazaron a Cristo, el gran pecado del mundo cristiano iba a
consistir en que rechazaría la ley de Dios, que es el fundamento de su gobierno
en el cielo y en la tierra” (CS,
24-25).
Llama la atención
que aún antes que viniese la destrucción final en el macrocosmos del mundo,
Dios permitiría ilustrar la angustia final con algunos microcosmos ilustrativos
que serían equivalentes al de la destrucción de Jerusalén. “Los deleitables
monumentos de la grandeza de los hombres se harán polvo aun antes que venga la
última gran destrucción sobre el mundo” (3MS, 478-479 [1901]). “El Señor
me ha hecho saber que a pesar de su insólita firmeza y su costosa imponencia,
esos edificios correrán la misma suerte del templo de Jerusalén” (5CBA 1074 [1906]). “Maestro, ¡mira qué
piedras y qué edificios!” (Mar 13:1).
Templo de Herodes / Destrucción de
Jerusalén
Post-historia
Tan completamente
se cumplieron las palabras del Señor que, hasta el día de hoy, la ubicación
exacta de ese templo tan magnífico que contó con una plataforma de 145 acres
(cerca de 60 hectáreas), es motivo de debate. Siendo que el fuego derritió el
oro del templo que se escurrió entre las piedras, los soldados posteriormente
las removieron con el propósito de extraerlo y enriquecerse. Y en lugar de 70
años de destrucción como había sido el caso del templo de Salomón, ya llevan
prácticamente dos milenios de esta última desolación. Peor aún, en su lugar se
emplazaron cultos paganos y cristianos y, posteriormente, un santuario musulmán
que está en pie hasta hoy.
¿Qué implicaciones
tuvo y tiene para el judaísmo, el islamismo y el cristianismo, el hecho de que
esa escalera mística no esté más sobre el monte del templo durante tanto
tiempo? Esto lo veremos más adelante. Consideremos primero lo que le pasó a ese
lugar luego que se cumpliesen al pie de la letra las palabras del Señor de
completa desolación para ese templo por haber rechazado su razón de ser, la
gloria misma de Dios velada en carne.
a) Intentos judíos
de recuperación. Según lo confirman las enciclopedias judías, no hubo
ningún cristiano en Jerusalén cuando la ciudad fue destruida en el año 70. Siguiendo
el consejo del Señor, en la primera oportunidad que tuvieron escaparon de la
ciudad y de su ruina. Los judíos, en cambio, creyéndose siempre favorecidos por
Dios, se atrincheraron dentro de la ciudad pensando hasta el último momento que
Dios iba a intervenir. Pero vanas fueron sus esperanzas, y la catástrofe
seguida cien veces peor.
Esa primera gran revuelta
judía contra los romanos comenzó en el año 66 y terminó con la destrucción del
templo y su ciudad Jerusalén en el año 70. Posteriormente hubo algunos motines
que se produjeron en un intento de algunos judíos por volver, y que llevó a los
romanos a forzar la vigilancia sobre ese lugar. Un segundo gran intento de
recuperar el monte del templo se dio en la revuelta de Simón Bar Kokhba (“Hijo
de la Estrella”), a quien el sanedrín judío de la diáspora proclamó Mesías, en
presunto cumplimiento de Núm 24:17: “saldrá estrella de Jacob”. Esto hizo que
las dos comunidades, cristiana y judía, se distanciasen más aún de lo que ya lo
habían estado con la destrucción de la ciudad, porque para los cristianos Jesús
era el verdadero Mesías, y la destrucción de la nación provino de su rechazo
por parte de los judíos.
Arco de Tito sobre saqueo del
templo / César Adriano / Dracmas de Adriano
Todo comenzó cuando
el emperador Adriano visitó en el año 130 las ruinas de Jerusalén, y pareció
manifestar simpatías hacia los judíos a quienes les prometió ayudar para
reconstruir su ciudad. Pero los judíos se enfurecieron cuando captaron que las
intenciones del emperador eran de establecer un culto pagano sobre el monte del
Señor. Al siguiente año se pusieron los fundamentos de la nueva ciudad que
pasaría a llamarse Aelia Capitolina, y un nuevo templo donde había estado el
anterior se erigió en honor a Júpiter.
Dracmas de Adriano y templo de
Júpiter / Monedas de Bar Kokhba / Papirus de Bar Kokhba
La revuelta judía
se organizó en secreto. Los romanos fueron tomados por sorpresa, lo que le
permitió a Bar Kokhba apoderarse en poco tiempo de Jerusalén, y proclamar “la
era de la restauración de Israel”. Volvieron a construir el altar y restauraron
los sacrificios. Pero Roma reaccionó y trajo sobre Jerusalén un ejército mayor
aún que el que había destruido el templo. Después de tres años de sangrientas
batallas, la rebelión fue completamente aplastada. Según Casios Dío, 580,000 judíos
murieron en esa segunda gran rebelión. 50 ciudades fortificadas y 985 poblaciones
fueron arrasadas.
En este contexto
Adriano, que por ser de corte helenista había abolido la circuncisión por
considerarla una mutilación, decidió también suprimir la Torah y, con ello, la
religión judía y particularmente su día de reposo, el sábado, y en general todo
el calendario de fiestas judías. Más que nunca, los judíos fueron proscritos
por todo el imperio, y no podían participar de sus tradicionales fiestas de
peregrinación. Esto llevó a los cristianos, especialmente en Roma, a procurar
distanciarse de los judíos e incluso de su día de reposo, ayunando en él en
repulsión a la práctica judía de considerarlo su mejor día. La literatura
latina pagana y cristiana abunda desde entonces en epítetos despectivos y
negativos hacia la religión judía. En el monte del templo Adriano quemó también
el rollo sagrado, y erigió una estatua suya como objeto de veneración. También
borró del mapa el nombre de Judea. En su lugar puso el nombre Palestina, dado
antiguamente por los filisteos a esa tierra, y que permanece hasta nuestros
días.
Desde entonces los
judíos de la diáspora comenzaron a reinterpretar las profecías mesiánicas para
darles un sentido abstracto y espiritual. El Talmud, por ejemplo, terminó apodando al presunto príncipe mesías Bar
Kokhba que había liderado la rebelión fracasada, como ben-Kusiva, un falso
mesías. El centro de la religión judía se trasladó entonces a Babilonia en donde
había una representación judía importante. Fue entonces que se compilaron la Mishnah y el Talmud, con las leyes que habían regido los servicios del templo
cuando éste estaba en servicio.
En el año 324 se
inició el período bizantino en Palestina, con la unificación pagano-cristiana del
imperio mediante el emperador Constantino. Aunque les permitió a los judíos
peregrinar a Jerusalén para ir a llorar su ciudad y su templo en ruinas, no
manifestó interés alguno en reconstruirla por creer, como los cristianos desde
bien temprano, que Dios había abandonado a los judíos. Otra revuelta judía posterior
en el año 351, en la época del emperador Constancio Galo, terminó en una nueva
represión cruenta contra los judíos.
Más tarde, la
emperadora Eudocia se apiadó de los judíos eliminando su proscripción de
Jerusalén, lo que permitió que muchos regresaran a orar en el lugar del templo,
y renaciesen las esperanzas mesiánicas. La comunidad judía de Galilea, por
ejemplo, promulgó un llamado “al gran y poderoso pueblo de los judíos” que
comenzaba diciendo: “Sepan que el fin del exilio de nuestro pueblo ha llegado”.
Pensando en los tiempos de la restauración, traicionaron nuevamente a los
romanos e hicieron pacto con los persas que invadieron Palestina en el año 614,
permitiéndoles a los judíos gobernar la ciudad por cinco años. Pero fueron luego
terriblemente masacrados por los bizantinos en tiempos del emperador Eraclio.
¡Cuán terrible fue
el castigo de Dios sobre el pueblo judío! Fue el cumplimiento de la
oración que elevó el pueblo mismo reunido en juicio en abierto
rechazo al Señor: “Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros
hijos” (Mat 27:25). Jesús les anticipó también que iba a caer sobre ellos “toda
la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el
justo, hasta la de Zacarías hijo de Berequías” (Mat 23:35). Porque al asumir a
sabiendas el mismo espíritu rebelde y sanguinario de sus antecesores, se hacen
culpables del pecado que los precedió. “Porque esos son días de castigo, para
que se cumpla todo lo que está escrito... Porque habrá gran calamidad en la
tierra, e ira en este pueblo. Caerán a filo de espada, y serán llevados
cautivos a todas las naciones. Y Jerusalén será pisoteada por los gentiles,
hasta que se cumpla el tiempo de los gentiles” (Luc 21:22-24; véase Rom
11:25ss).
¡Cuán importante es
que cuidemos nuestras expresiones cuando nos sobreviene la ira! Es mejor no
airarse, pero si eso ocurre, será sabio refrenar nuestra lengua, no sea que
acarriemos sobre nosotros una condenación de la cual podamos recibir el perdón
del cielo, aunque sin necesariamente evitar por ello las consecuencias de lo
que dijimos! Al declarar con ira que la sangre del Hijo de Dios cayese sobre
ellos y sus hijos, acarrearon sobre sí una maldición que no se ha extinguido
hasta el día de hoy.
b) La ocupación
musulmana. En el año 638 los árabes invadieron Palestina y se apoderaron de
Jerusalén, así como de otros territorios que pertenecían anteriormente al
imperio bizantino. El héroe de esa conquista fue el Califa Omar (algunos aducen
que otro musulmán de menor rango lo precedió), quien encontró que la roca es-Sakhra había sido usada como colina
de estiércol. Les llevó a los musulmanes gran trabajo limpiarla. Luego
construyeron sobre esa roca un edificio que en el principio no tuvo la
intención de ser una mezquita. Su estructura hasta hoy no es el de una mezquita,
sino de un santuario. Su sacralidad parece haber provenido de una rivalidad posterior
entre los califas después de la muerte de Mahoma. El califa de Jerusalén habría
querido hacer de esa ciudad un centro de atracción comparable a los de Medina y
la Meca…
La roca está
relacionada para algunos judíos con el lugar del sacrificio virtual de Isaac y
con el lugar donde Jacob vio la escalera que une el cielo con la tierra (aunque
para los musulmanes Abraham quiso sacrificar a Ismael y esto habría tenido
lugar en el desierto de Mina hacia donde millones van cada año en
peregrinación). Otros creen y con mayores pruebas de que sobre esa roca estuvo
una vez el arca en el lugar santísimo del templo de Jerusalén, razón por la
cual los judíos ortodoxos prohíben terminantemente mirar o tocar ese lugar (su
entrada está prohibida también por los musulmanes que edificaron sobre ella el
Domo de la Roca). Por su parte, creen los árabes que Mahoma subió al cielo
desde ese lugar donde recibió instrucciones del mismo Alah (aunque es
improbable que Mahoma hubiese estado alguna vez allí). Por consiguiente, el
monte del templo quedó sellado para los judíos, bien guarnecido bajo la
vigilancia árabe. Aunque los musulmanes se mostraron en ocasiones más
indulgentes con ellos durante la Edad Media, que los emperadores romanos y
bizantinos en las dos fases, pagana y cristiana, alejaron la posibilidad para
los judíos de alguna vez recuperar ese monte al introducir una connotación
sagrada para la fe islámica.
Domo de la Roca y al sur,
Mezquita Al-Aqsa (“la más lejos” en relación a la Meca)
Hostilidad
musulmana hacia los judíos. ¿Cuál fue la actitud general de los musulmanes
hacia los judíos? Mahoma incluyó en el Corán algunos versos que afirman que por
apostatar del libro, Dios quitó a los judíos su tierra y se la dio a los
musulmanes. “El [Dios] hizo que el pueblo del Libro [los Judíos], que ayudaron
a los confederados, cayesen de sus fortalezas, y se desmayasen sus corazones.
Algunos Uds. mataron, a otros tomaron prisioneros. Y El les dio su tierra, y
sus habitaciones, y su riqueza, como herencia—aún una tierra sobre la cual
nunca habían puesto sus pies...” (33:26). “Haz guerra contra los que recibieron
las Escrituras pero que no creen en Dios, o en el día final, y no prohíben lo
que Dios y su Apóstol prohibieron, ni profesan la verdad, hasta que paguen
tributo de su mano, y sean humildes. Los judíos dicen: ‘Esdras es un hijo de
Dios’; y los cristianos dicen: ‘El
Mesías es un hijo de Dios’... Se parecen al dicho de los infieles en la
antigüedad. ¡Ordena batalla contra ellos! ¡Cuán desviados están!... El [Dios]
es quien ha enviado a su Apóstol [Mahoma] con la Guía [el Corán] y la religión
de la verdad, para hacerla victoriosa sobre toda otra religión, toda vez que
los que asignan socios a Dios se opongan a ella” (9:29-30).
Y siendo que a
través de Mahoma Dios había prometido a sus fieles darles en herencia toda la
tierra, triunfando sobre toda religión, no hay algo que enfurezca más a los
árabes que ver lugares conquistados por ellos siendo reconquistados o dominados
por sus antiguos posesores. “Pelea
entonces contra ellos hasta que las luchas lleguen a su fin, y la religión sea
toda de Dios” (8:40). “Dios ha prometido a quienes creen y hacen lo recto, que
los llevará a suceder a otros en la tierra, y que establecerá para ellos esta
religión en la que se deleitan, y que después de sus temores les dará seguridad
en cambio” (24:54). Por eso Dios advierte al profeta: “te hemos enviado a la humanidad en general,
para anunciar y amenazar” (34:27). Dios eligió a los musulmanes “para ser
testigos” no sólo a los árabes, sino también “al resto de la humanidad”
(22:22:78).
“Te hemos mostrado
nuestras señales en diferentes países y entre ellos mismos (los árabes), hasta
que llegue a serles claro que es la verdad” (41:53). “Es El (Dios) quien ha
enviado a su Apóstol con ‘la Guía’, y la religión de verdad, para que pueda
exaltarla encima de toda religión” (48:28), para que aunque “los que juntan
otros dioses a Dios la odien, El (Dios) pueda hacerla victoriosa sobre toda
otra religión” (61:9).
Inscripciones
ofensivas. Si los judíos se sienten ofendidos por tener un santuario musulmán
sobre su montaña sagrada, los cristianos pueden también sentirse ofendidos por
lo que algunos consideran un insulto al cristianismo. En efecto, dentro y fuera
del Domo de la Roca hay inscripciones tomadas del Corán que definen la fe
islámica contra la religión cristiana y la judía. Es una de las inscripciones
más grandes que hay en la tierra, que miden alrededor de 734 pies de extensión.
Consideremos algunos extractos:
Del interior: Pared sur: “… No hay Dios sino Alah solo; él no tiene
socios…”
Pared sureste: “… Oh, pueblo del
libro (judíos y cristianos), no vayan más allá de los límites de su religión y
no digan de Alah sino la verdad. El Mesías, Jesús, hijo de María, no es sino un
mensajero de Alah y su palabra que arrojó sobre María, y un espíritu de él.
Así, crean únicamente en Alah y en su mensajero, pero no digan ‘Tres’
(Trinidad) y será mejor para Uds. Alah es el único Dios. Lejos sea de su gloria
que debiese tener un hijo”.
Pared norte: “El Mesías no se
dignará estar al servicio de Alah, ni sus ángeles que están en su presencia… No
es para Alah tomar ningún hijo, gloria sea a él”.
Pared oeste: “Alah lleva
testimonio de que no hay Dios sino él… Verdaderamente, la religión en la vista
de Alah es el Islam”.
Del exterior: Pared oeste y
noroeste: “… No hay Dios sino Alah
solo. Alabado sea Alah quien no ha tomado para sí hijo… Mahoma es el mensajero
de Alah. Pueda Dios orar sobre él y
aceptar su intercesión”.
“Alabado sea Dios
quien no ha tomado para sí un hijo y quien no tiene socio en soberanía…”
Exégesis musulmana
curiosa. Siendo que en el Génesis, Dios le pide a Abraham que sacrifique su
“único hijo”, arguyen los árabes que para entonces Isaac no había nacido y, por
consiguiente, se trataría de Ismael. Siendo que en el Corán, Mahoma menciona el
sacrificio de Abraham sin mencionar a Ismael, y declara que después del
sacrificio Abraham recibió noticias sin especificar cuáles, deducen que esas
noticias tuvieron que ver con el nacimiento de Isaac. Por consiguiente, el
sacrificio de Abraham tuvo que ver, según deducen, con Ismael, no con Isaac.
Otra deducción
curiosa es la que los lleva a considerar sagrado para el islamismo el lugar
donde una vez estuvo el templo de Jerusalén. En la séptima sura, el Corán habla
de lo que Mahoma hizo “desde el templo sagrado hasta el templo que está más
lejos, cuyo precinto hemos bendecido, para que podamos mostrarle nuestras
señales…” “El templo sagrado” es la Meca, y “el templo que está más lejos” no
menciona a Jerusalén, pero fue interpretado posteriormente como tal, aunque el
contexto histórico muestra que no podía ser Jerusalén, sino Medina.
Exégesis curiosas
de esa naturaleza (si se las puede llamar exégesis), eran típicas de la Edad
Media. La Iglesia Católica tiene varias exégesis de esa categoría también,
algunas bien antiguas. Por ejemplo, por el hecho de haber dado a luz a Jesús, y
éste ser el Hijo de Dios, terminaron deduciendo que María es la “Madre de Dios”
y, por consiguiente, digna de culto. A partir del pedido de Jesús a Juan de
hacerse cargo de su madre durante su vida terrenal (Jn 19:27), diciéndole “he
ahí tu madre”, terminaron deduciendo que Jesús indicaba que como Juan, debemos
reconocer a María como nuestra madre y rendirle veneración.
¡Tantas leyendas en
torno a tantos lugares de la tierra (muchas de ellas en relación con Palestina),
que se veneran como sagrados sin fundamento alguno! La marca de un pie sobre un
piso de hormigón en el Monte de los Olivos habría sido la última pisada del
Señor antes de ascender al cielo… ¿Para qué hacer una lista? Uno no puede menos
que pensar en lo que el Señor dijo a la pobre mujer samaritana que creía más
importante su sitio en ruinas (el Monte Gerizim) que el de los judíos aún en
pie (el Monte Moriah). “Mujer, créeme, que la hora viene, cuando ni en este
monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (Jn 4:21). Lo que para Dios cuenta
es que lo adoremos donde estemos “en Espíritu y en Verdad” (v. 22).
c) La invasión de
los cruzados. La protección musulmana del Monte del Eterno quedó
garantizada hasta comienzos del segundo milenio cuando, por un corto tiempo,
los cruzados lograron hacerse dueños de la ciudad de Jerusalén. En efecto, los
cruzados pelearon contra los musulmanes en el año 1099 para apoderarse del Domo
de la Roca, y la transformaron en una iglesia llamada Templum Domini. Levantaron una cruz encima de la cúpula del Domo,
hiriendo más a los musulmanes que odiaban toda forma de idolatría del
catolicismo romano.
Antes que los
musulmanes invadiesen Jerusalén en el S. VII, los cristianos habían levantado
un templo en el sur del Monte del Templo, donde creían que el ángel Gabriel
había anunciado el nacimiento del Hijo de Dios, el mismo ángel que, según
interpretaron entonces, había dado el anuncio de su concepción a María. Esa
iglesia fue levantada por el emperador Justiniano en el año 530, y se la llamó
“Iglesia de Nuestra Señora”. Cuando los musulmanes tomaron Jerusalén, la
transformaron en una mezquita conocida hoy como Al-Aqsa (“la más lejana”
o “el fin” del viaje de Mahoma), y siguieron con la leyenda del ángel Gabriel
sobre ese lugar, pero ahora transformada en otra leyenda. El arcángel Gabriel
habría venido con un caballo alado (Buraq) para llevar al cielo a Mahoma
y traerlo de vuelta.
Cuando cuatro
siglos después los cruzados conquistaron Jerusalén, llamaron a esa mezquita Templus
Salomonis, en referencia al Palacio Real de Salomón. De manera que la
usaron como sede de los reyes de Jerusalén, y más tarde como morada de los
caballeros templarios. Lejos de ser respetuosos por esos antiguos lugares
sagrados, los cruzados mutilaron la roca es-Sakhra
porque “desfiguraba el templo del Señor”. Con el propósito de hacerla más
aestética a los ojos de los occidentales, cortaron partes de esa roca cuyos
pedazos vendieron luego como sagrados al regresar a Europa, al mismo precio que
costaba para entonces el mismo peso en oro. Luego cubrieron la roca con una
loza de mármol. También abrieron una cantera sobre el lado occidental de la
roca con una amplia escalera para poder llegar más fácil al altar que
construyeron en la iglesia que llamaron Templum Domini.
Cruzados conquistando
Jerusalén
Asimismo cavaron
los cruzados un hueco en la Sakhra por considerar que una cueva debajo de ella,
a la que llamaron “Pozo de las Almas”, marcó el lugar donde se habría anunciado
el nacimiento de Juan el Bautista. Ese lugar habría sido visitado por un ángel
quien le dio la noticia a Zacarías. Siendo que no existen fuentes históricas antiguas
de ese hueco de tres pies de diámetro, y el primero en mencionarlo fue Ali de
Herat en 1173, 15 años antes que Saladín batiera a los cruzados, se cree que
ese hueco fue hecho para que sirviera de chimenea de los cruzados. Dada la
costumbre católica de prender velas en sus lugares sagrados, se hacía necesario
un escape para el humo que iban a producir. Los cruzados llamaron a esa cueva
“Lugar Santísimo”.
Todos estos hechos
históricos, con sus leyendas, nos pueden dar una idea del trasfondo de la
disputa que existe hoy por el Monte del Templo (según judíos y cristianos) o El
Santuario Noble (según los musulmanes). La extracción de datos históricos y
arqueológicos de entre las leyendas que se levantaron sobre el lugar es obra de
titanes. Las disputas de tres religiones con sus propias historias y leyendas
sobre lo que una vez fue el centro del culto de Israel, hacen a su vez más
difícil la convivencia y el interés real por conocer la verdad de todo lo que
ocurrió sobre esa montaña sagrada.
d) Nuevamente en
poder musulmán. Después que Jerusalén cayó al concluir el S. XX, de
nuevo bajo los musulmanes, esta vez bajo el famoso sultán egipcio-turco
Saladín, los historiadores musulmanes denunciaron vivamente los vejámenes que
los cruzados habían hecho a la roca sagrada. Demolieron las imágenes que los “infieles”
(los francos cruzados) habían construido, y las demás construcciones que en
ella habían añadido. De esa manera procuraron dejar otra vez la roca al
descubierto, para que los visitantes pudiesen contemplarla en toda su belleza.
Aunque lamentaron las cicatrices que dejaron sobre ella los profanos que
vinieron de occidente.
Por casi todo el
resto del milenio, el monte del templo quedó bajo el dominio y protección
árabe. Bajo el gobierno otomano (1517-1918) se permitió a los judíos de nuevo ir
a orar frente al muro occidental. Pero los sultanes turcos cambiaron el
carácter entero del Monte del Templo islamizándolo a tal punto de hacerlo
irreconocible. Y en la actualidad, la sensibilidad judía se siente herida por
los planes árabes de islamizarlo aún más, construyendo minaretes en las
esquinas del Monte del Templo.
Concluyamos esta parte
con una reflexión sobre el conflicto milenario de las religiones cristiana,
judía y musulmana. Llama la atención el hecho de que los musulmanes se tomen la
libertad de condenar ciertas creencias básicas judías y cristianas, y al mismo
tiempo se sientan tan ofendidos cuando se condenan sus creencias. ¡Tantas
amenazas musulmanas de muerte contra quienes presuntamente blasfeman la
religión islámica, y tantas blasfemias musulmanas contra la religión cristiana
que resalta la figura del Hijo de Dios como siendo Dios mismo en la carne
humana!
Algo semejante
hacían los clérigos católicos en el así llamado mundo cristiano pero romano de
la Edad Media. Se enfurecían por las creencias blasfemas de los musulmanes y
los condenaban a la hoguera, mientras ensalzaban al papa, a María y a los
santos por encima aún del mismo Hijo de Dios al que pretendían venerar! No hay
duda de que la religión medieval, ya fuese musulmana o católico-romana, se
caracterizó siempre por colar el mosquito y tragar el camello. Se condenaron mutuamente
como blasfemos, no tolerando en el otro lo que ellos mismos hacían. ¡Cuán
importante es que fundemos nuestra fe en la Biblia, y la libremos de tantas
leyendas que se han construido sobre ella!
Una contradicción
semejante se ve en la prédica actual de ambas religiones sobre la paz o la no
violencia. Muchos musulmanes “moderados” pretenden que la religión islámica es
pacífica. Si Mahoma impulsó la guerra en el Corán, se debe a que no contaba
como los musulmanes hoy, con un ente regulador que es las Naciones Unidas para
garantizar la paz. Los demás musulmanes radicales o integristas pretenden, al
mismo tiempo, que la jihad o guerra santa la llevaron y deben llevarla a
cabo aún hoy cuando son atacados. Pero la historia del islamismo nos muestra
que el Islam fue una religión guerrera, expansiva, y extremadamente vengativa.
Durante la mayor parte de su historia interpretaron en forma literal el Corán,
y se apropiaron de prácticamente todo el imperio romano oriental o bizantino, y
de toda la franja del norte de África que pertenecía al imperio romano
occidental. Hasta Europa peligró grandemente ante sus invasiones.
Inquisición papal
violenta / Prédica papal actual y réplica musulmana
La misma
contradicción la encontramos hoy en las prédicas de los papas, en especial de los
dos últimos, que insisten en hablar del amor y de la convivencia de los
pueblos, y en que la violencia es contraria al carácter de Dios. Hablan como si
ignorasen que fueron los papas que los antecedieron y a quienes honran, los que
sostuvieron a lo largo de los siglos una doctrina nacida del paganismo que se
conoce como infierno eterno, y que desdice las afirmaciones sobre el carácter
de amor de Dios. Los tribunales de la Inquisición con toda suerte de torturas
infligidas a cristianos protestantes, judíos y musulmanes, no eran otra cosa
que un eco de esa doctrina, puesto que si Dios iba a castigar eternamente
a los malhechores, ¿por qué no podían comenzar ya con ese sufrimiento infligido
a los que se oponían a la religión católica? También argumentan que fueron una
religión defensiva, pero su historia muestra que fue una religión expansiva, y
que los mismos métodos de evangelismo salvaje lo emplearon para con los pueblos
paganos que conquistaron.
e) Recuperación
judía de Jerusalén. A pesar de tantos fracasos, a lo largo de los siglos
hubo intentos migratorios que promovieron algunos judíos que nunca dejaron de soñar
con recuperar algún día la tierra que Dios les había prometido. Esto muestra el
valor de un libro divino para la identificación de un pueblo. Muchos fueron
muertos sin dejar descendientes. Pero una permanencia pequeña de colonos judíos
logró mantenerse en Palestina, especialmente desde poco antes de mediados del
segundo milenio.
En los tiempos
modernos, las corrientes migratorias más significativas se iniciaron en la
segunda mitad del S. XIX, con llamados a “redimir el suelo”. Los sueños
sionistas no podían esconderse del todo bajo llamados tales. Una manera
pacífica de ir recuperando el territorio era comprando terrenos. Pero eso
produjo la enemistad de los árabes con los que tuvieron constantes
enfrentamientos, quienes intentaron vez tras vez frenar esa inmigración porque
captaban la intención judía, como captaron antaño los faraones egipcios el
peligro de la multiplicación asombrosa del pueblo de Israel que habitaba en su
territorio (Ex 1).
Después que el
antiguo imperio Turco Otomano se sometió en 1840 a los poderes occidentales, la
cohesión de las naciones islámicas se quebró, y la intromisión de los europeos
en los territorios árabes se hizo sentir más y más. Bajo el protectorado
inglés, la inmigración judía en Palestina se incrementó. La declaración de
Balfour en 1919, emitido por el secretario británico del exterior, determinó
que los judíos tenían derecho a tener un hogar en Palestina. Y en 1920 se
estableció una Liga de Naciones en Palestina bajo la administración inglesa.
Pero el incremento tan significativo de la inmigración judía produjo reacciones
tales entre los musulmanes que, en 1939, los ingleses decidieron limitar esa
inmigración a 75.000, y prohibieron la continua compra de territorios por los
judíos. Eso irritó a los judíos quienes consideraron que los ingleses estaban
violando la declaración de Balfour. Tampoco las medidas inglesas conformaron a
los árabes que ya se habían opuesto a tal declaración, y querían un cese total de
la corriente inmigratoria judía.
Las continuas
confrontaciones entre judíos y musulmanes hicieron que los ingleses decidieran
retirarse de Palestina en 1947. La ONU intervino entonces y decidió dividir el
territorio dando a los judíos una parte de Palestina, y a los árabes otra
parte. La ciudad de Jerusalén pasó a ser administrada por la ONU como un lugar
internacional para evitar los conflictos. Siendo que los árabes no aceptaron
esa partición, se produjeron violentos ataques que desencadenaron una guerra
civil. En ese contexto Ben-Gurion declaró el Estado de Israel el 14 de mayo de
1948, y en 1949 Israel fue aceptado como otro país miembro de las Naciones
Unidas.
La fundación de ese
estado reveló dos tendencias. La corriente secular se interesaba simplemente en
tener una tierra en la cual los de origen judío pudiesen vivir sin sufrir el
odio que habían experimentado durante dos milenios. Otra corriente sionista,
sin embargo, se interesaba en la restauración político-religiosa. Así, la
histórica revuelta de Bar Kokhba volvió a transformarse en un símbolo de
resistencia nacional. El movimiento de juventud sionista Betar tomó su nombre
del último bastión de Bar Kokhba, y David Ben Gurión, el primer primer ministro
israelí, tomo su último nombre hebreo de uno de los generales de Bar Kokhba. A los
sueños sionistas judíos se sumaron movimientos sionistas cristianos
dispensacionalistas que hasta hoy apoyan a Israel, y esperan el regreso de los
tiempos mesiánicos para cuando el antiguo “pueblo de Dios” restaure su templo.
Las controversias entre judíos y árabes por la “tierra
santa” no parecen encontrar un camino intermedio. Los sueños sionistas judíos chocan
especialmente con los de los musulmanes radicales y fundamentalistas que
exaltan el Corán por encima de la Biblia. Osama bin Laden, por ejemplo, fundamentó
su lucha armada guerrillera aduciendo que “hemos sufrido y continuamos
sufriendo a causa de la ONU, por lo que ningún musulmán ni ningún sabio se debe
dirigir a ella porque es un instrumento criminal”. “¿Quién votó la partición de
Palestina en 1947? La ONU. Los que pretenden ser dirigentes árabes y cuyos
países son miembros de la ONU son infieles que renegaron del Corán y de la
tradición del Profeta, ya que decidieron remitirse a la legalidad
internacional en vez de someterse al Corán” (Clarín, “Bin Laden acusó a la
ONU...”, 3 de Nov., 2001).
f) Reflexión. ¡Cuán vanos han
probado ser, a lo largo de los siglos, los intentos judíos de traer consigo los
tiempos mesiánicos mediante la recuperación de Israel! ¡Cuánta sangre derramada
inútilmente! Viendo ese sufrimiento y dolor de ese pueblo tan amado por Dios,
Jesús exclamó ante las mujeres que lloraban movidas a compasión por el trato
cruento que estaba recibiendo en el camino al Calvario: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí,
llorad por vosotras y por vuestros hijos. Porque vendrán días en que
dirán: ‘Dichosas las estériles, las
entrañas que no concibieron, y los pechos que no criaron’” (Luc 23:27-29).
“Cruzando los
siglos con la mirada”, Jesús “vio al pueblo del pacto disperso en toda la
tierra, ‘como náufragos en una playa desierta’. En la retribución temporal que
estaba por caer sobre ellos, no vio sino los primeros tragos de la copa de la
ira que debía apurar hasta las heces en el juicio final” (CS, 24). ¡Cuánto costó a esa nación (sobre la cual se habían derramado
tan copiosamente las bendiciones divinas) su rechazo del verdadero Mesías, y
los intentos de buscarse otros mesías que satisficiesen sus aspiraciones
temporales! Pronto esa tierra por la que luchan con tanto esmero les será
quitada tanto a ellos como a los árabes. El Mesías esperado la dará a los
“mansos”, los únicos dignos herederos de la tierra que Dios creó (Mat 5:5).
¿Cuál será ahora el
propósito divino al permitirles regresar a la tierra de Palestina? Mucho es lo
que se puede suponer sobre este punto. Con los judíos los trabajos
arqueológicos se facilitaron, dado su interés por desentrañar los secretos de
su historia, y confirmar su derecho a vivir en esa tierra. A su vez, debido a
un interés histórico común con los cristianos que basan su fe en el mismo libro,
su regreso facilitó el diálogo teológico entre ambas religiones y un avance
extraordinario en la comprensión de la Biblia. Pero sus confrontaciones con los
árabes a causa de sus sueños sionistas dificultan al mismo tiempo la tarea
arqueológica.
Buscando rastros del Templo en el Monte
La arqueología bíblica
es una ciencia que nació con los tiempos modernos. Siendo que por tanto tiempo
estuvieron los musulmanes en control del medio oriente, era muy difícil que
alguien se aventurase a ir a esos lugares en busca de objetos que pudieran
aclarar porciones de la Biblia. Y como la Biblia no era un libro que atraía a
los musulmanes, ni tampoco a los católicos medievales, tampoco se despertó en
ellos interés por verificar históricamente lo que decía. De allí es que
circulasen tantas leyendas sobre un buen número de sitios que aún hoy se
veneran todavía.
a) Primeras
investigaciones arqueológicas. La invasión napoleónica a Egipto en el S.
XVIII impulsó los estudios históricos de Palestina, y de allí en adelante se
incrementó el interés por sacar a luz los testimonios escondidos de
generaciones y generaciones. Dicen que cuando Napoleón llegó a Jerusalén y vio
a unos judíos añorando volver a su tierra después de tantos siglos, se
maravilló y declaró que un pueblo que se aferra tan asiduamente a su lugar
después de tanto tiempo merece una patria. Lamentablemente, el Domo de la Roca que
los musulmanes habían construido sobre el lugar sagrado de los judíos limitó el
campo de investigación en lo que habría quedado del antiguo templo de
Jerusalén.
Campaña de Napoleón a
Palestina
Los conflictos de
poder posteriores entre los mismos musulmanes debilitaron al imperio otomano
frente a los poderes occidentales, lo que alentó a algunas organizaciones
protestantes a enviar misioneros a Palestina. Entre ellos se destacó el
norteamericano Edward Robinson quien identificó muchos lugares bíblicos, a tal
punto que se terminó considerándolo como el fundador de la arqueología bíblica
y, más precisamente, de la palestinología moderna. Se hizo acompañar por un
antiguo alumno, Elie Smith, un misionero que residía en Beirut y que conocía
bien el árabe. Sus viajes comenzaron entre 1837 y 1838, y preparó un mapa con
el nombre de muchos lugares bíblicos. Su obra fue proscrita por los católicos,
porque destacó la superstición sobre la que se basaban los lugares sacralizados
por la Iglesia Católica en Palestina desde la época de los cruzados. De manera
que su obra fue ponderada al mismo tiempo por los protestantes, como un gran
triunfo en favor del protestantismo. Robinson estuvo también en Jerusalén e
identificó algunos restos que quedaban del complejo exterior del templo,
descubriendo un arco que hasta hoy lleva su nombre.
A partir de 1839/40,
el imperio otomano comienza oficialmente un proceso de secularización y
sumisión a los poderes occidentales que permite el flujo de misioneros y exploradores
ávidos por descubrir los secretos del medio oriente. Raros habían sido los que
se habían atrevido antes a viajar por Palestina, porque los musulmanes los
miraban con desprecio pensando que venían para convertirlos al protestantismo.
Para 1844, sin embargo, la presión protestante inglesa fue tan fuerte que logró
del imperio otomano la promulgación de una polémica ley de apostasía,
comprometiéndose a no perseguir a los cristianos ni dar muerte a los conversos
del Islam que apostatasen luego de la fe musulmana.
Así fue que un buen
número de ingleses se aventuraron a hacer las primeras excavaciones en el área
que rodea el Monte del Templo. Entre ellos estuvieron el arquitecto J. T.
Barclay, el ingeniero Charles Wilson, y el explorador también ingeniero Sir Charles
Warren, quien en sus años 20 ya, fue patrocinado por el Fondo de Exploración
Palestina. Este último, especialmente, hizo muchas excavaciones, descubriendo
36 de las 37 estructuras subterráneas del Monte del Templo, amén de muchas
cisternas y túneles que cavó afuera, junto con los muros de retención del
Monte. Su entusiasmo fue tal que arruinó su salud midiendo esos lugares a veces,
durante horas con parte de su cuerpo bajo el agua fría, de tal manera que debió
acortar su estadía en Jerusalén para volver a Inglaterra. Sus informes son de
una ayuda considerable para la arqueología de hoy, tan trabada por los
intereses particulares que involucran toda el área del Monte del Templo.
La introducción del
secularismo en medio del islamismo, que ya había permeado la civilización occidental
liberándola del predominio religioso medieval romano, permitió también, como ya
vimos, el flujo de corrientes ideológicas y religiosas extranjeras, así como de
inmigrantes judíos sionistas que pusieron sus asentamientos en Palestina. Las
confrontaciones que se dieron a partir de entonces entre judíos y musulmanes volvieron
a trabar la exploración del Monte del Templo. Por otro lado, los arqueólogos
judíos que se interesan en investigar prácticamente cada piedra que encuentran
en su vieja tierra, se muestran remisos a tocar la roca sagrada es-Sakhra, como si pudiese producir la
plaga bíblica que Dios envió para castigar a David al tomar un censo en Israel (véase
2 Sam 24). Además, el hecho de que el lugar está en el centro de la mirada de
las tres religiones más grandes (judía, musulmana y cristiana), lo volvieron
prácticamente intocable.
La roca Sakhra pudo ser medida en 1910 por el
erudito alemán Gustavo Dalman, a quien se le permitió caminar sobre ella por
diez minutos. En varias visitas subsiguientes pudo hacer nuevas medidas,
extendiendo una cinta sobre “la Roca” con la ayuda de un asistente de la mezquita
que estaba de pie dentro del cerco. También se permitió sacar fotos desde
arriba y desde el ángulo oriental, dentro del Domo, en esa misma década, antes
de la Primera Guerra Mundial. Con la ayuda de la fotogrametría moderna se ha
podido medir hoy el tamaño no sólo de la roca, sino también de las marcas que
quedaron registradas sobre ella, y que confirman las medidas de Dalman.
b) A partir de la Guerra
de los Seis Días. En 1967 se dio la Guerra de los Seis Días que trajo
aparejado un renovado énfasis arqueológico del Monte del Templo o, como lo
llaman los árabes, del Noble Santuario. Esa guerra permitió a los judíos
recuperar la ciudad de Jerusalén. Pero no se atrevieron a expulsar a los árabes
del Domo de la Roca para no exacerbar más los ánimos islámicos. Tampoco se
atrevieron a tomar el Monte del Templo el que, hasta hoy, está bajo
administración árabe. Esto hace que ni siquiera tengan los arqueólogos acceso a
sus cuevas. Jerusalén es un foco de disputa que reclaman tanto los palestinos
como los judíos.
Aunque al principio
los guardianes del edificio musulmán permitían la entrada al Domo de la Roca a
los visitantes no musulmanes, como lo permiten por ejemplo en otras mezquitas
famosas, (entre ellas la Mezquita Azul de Estambul donde pude entrar), los
intentos por destruirlo los llevaron a prohibir su acceso a todos los que no
son musulmanes. Fue un sionista cristiano australiano, perteneciente a una
secta que quería apurar la reconstrucción del templo para que, en su
interpretación, llegasen los tiempos mesiánicos, quien en la década del 60
logró quemar parte del Domo de la Roca. Las autoridades judías lo declararon
enfermo mental y lo deportaron a Australia.
Intentos sionistas
judíos posteriores destruir el Domo de la Roca llevaron a los gobernantes
judíos a tomar medidas para evitar su ingreso a no musulmanes. Esto ha impedido
hasta hoy hacer excavaciones en el mismo lugar donde habría estado el templo,
pero abrió las puertas para hacer excavaciones en sus alrededores, en relación
con las murallas de la explanada del templo. Aún así, los musulmanes se quejan
porque dicen que con las excavaciones que se están llevando a cabo en el
extremo oeste del muro de contención del Monte del Templo, están debilitando
los fundamentos del Domo de la Roca.
Gracias a la
reconquista judía de Jerusalén comenzó en 1967 una excavación arqueológica gigante
encabezada por el profesor Benjamín Mazar de la Universidad Hebrea. Para ello
contó con el apoyo del arquitecto irlandés Brian Lalor. A partir de 1973, Lalor
fue reemplazado por un “intrépido” arquitecto danés llamado Leen Ritmeyer,
quien se mudó a Jerusalén donde vivió por 16 años (y en Israel un total de 22
años). Fue allí que conoció a una joven arqueóloga, Kathleen, con quien se
casó, complementando una labor que los iba a llevar a trabajar juntos arduamente
por muchos años.
Leen Ritmeyer se
mudó en 1989 a Inglaterra para obtener un doctorado en arqueología en la Universidad
de Manchester, algo que logró en 1992. Su tesis tuvo que ver con la ubicación
del Monte del Templo. Según lo declara Hershel Shanks, editor del Biblical
Archaeology Review, Ritmeyer es “en la actualidad el más grande experto en la
arqueología del Monte del Templo”. Mientras que los arqueólogos anteriores
trabajaron partiendo de las ideas que tenían sobre la ubicación del templo, y
de allí procuraron bosquejar la plataforma que lo rodeó, Ritmeyer decidió
cambiar la estrategia. Consideró más apropiado juntar las claves arqueológicas
que le permitiesen localizar en forma exacta la explanada cuadrada (o patio) del
templo, para entonces aventurarse a localizar el Templo mismo.
Un método tal iba a
permitirle ver también, con mayor exactitud, las diferencias y semejanzas entre
el templo de Salomón, el de Zorobabel, el de los Macabeos y el de Herodes,
confirmando los detalles dados por la Biblia, por los escritos rabínicos, y por
los historiadores judíos como Josefo en particular. Para su asombro, encontró que
algunas aparentes contradicciones entre la Mishnah
(incluyendo el Talmud) y Josefo no lo
eran en verdad, y concluyó que el testimonio que esas fuentes dejaron es hoy
una guía imprescindible por su exactitud. Analicemos, a continuación, algunos
de sus descubrimientos y argumentos más importantes.
Como orientación
general, recordemos la ubicación del templo en el Monte del Templo según las
coordenadas geográficas. Al este estaba la entrada del templo en sus diferentes
épocas desde Salomón hasta Herodes, teniendo en frente el Monte de los Olivos.
Al oeste estaba el lugar santísimo y la roca Sakhra. Hoy el Domo de la
Roca tiene, contrariamente, su entrada por el lado occidental. El Valle del Cedrón
está entre el Monte de los Olivos (o montaña oriental) y el Monte Moriah (o
Monte del Templo), y se constituyó en el basurero de todos los ídolos
abominables que se habían puesto en el templo, en las épocas de reforma (1 Rey
15:13). 2 Rey 23:4,6,12; 2 Crón 29:16; 30:14); Jer 26:23). Se suele identificar
ese Valle del Cedrón con el de Josafat referido en el libro de Joel (según
algunos incluido también el de los hijos de Hinom al suroeste).
c) La explanada del
templo. Cuando el profesor Benjamín Mazar dirigía la expedición arqueológica de
la Universidad Hebrea, excavando la sección occidental y sudoccidental del
Monte del Templo, tuvo un diálogo muy significativo con el arquitecto Ritmeyer.
Estaba leyendo Neh 2:8, donde se informa sobre “la madera para las puertas de
la birah,” algo relacionado al templo
y que a menudo se ha traducido erróneamente por “palacio”. “¿Qué es la birah?”, le preguntó Mazar a su
arquitecto. “¿Y dónde está?” Poco podían sospechar aún que esa pregunta iba a
llevarlos a un gran avance en la comprensión del desarrollo arquitectónico del
Monte del Templo. Ritmeyer le sugirió que podría tratarse de un sinónimo de los
500 codos cuadrados referidos para el Monte del Templo en Middot 2:1 (una sección de la Mishnah).
“Entonces”, prosiguió Mazar, “¿dónde está ese cuadrado?”
Para construir el
Domo de la Roca los musulmanes levantaron una plataforma a la que se accede por
ocho tramos escalonados, cuya base es paralela a la plataforma musulmana. Brian
Lalor se percató, sin embargo, de que uno de esos tramos, el de la esquina
noroeste, no se correspondía con la muralla a la que conducía. También la construcción
del escalón de abajo era diferente. Mientras que los otros tramos estaban
hechos de muchas piedras pequeñas, éste fue hecho de bloques rectangulares de piedra
labrada, lo que llevó a suponer a Lalor que se trataba de una muralla
construida anteriormente.
Después del diálogo
con Mazar, Ritmeyer decidió estudiar ese escalón de abajo. Descubrió que se
correspondía en forma exacta con el muro oriental del Monte del Templo. Siendo
que cuando Herodes alargó el monte del templo, no modificó la línea del muro
oriental debido a que el Valle del Cedrón estaba demasiado cerca del muro
existente, bien podía ese muro oriental provenir de una época anterior, aún
salomónica. También notó que la línea formada por la terminación de la gran
piedra que está más al norte de ese escalón, se corresponde en forma exacta con
el filo norte de la plataforma levantada por los musulmanes. Por otro lado, la
medida de los bloques de piedra labrada era diferente a la albañilería que usó
Herodes para reconstruir el templo. Si esto era así, ya se contaba con el lado
oriental y el occidental del Monte del Templo así como existió antes de las
reformas de Herodes.
Para conocer la
ubicación del Monte del Templo pre-herodiano, se requería encontrar, entonces,
los otros 500 codos del límite norte y del límite sur, puesto que según la Mishnah,
su plataforma era de 500 codos cuadrados. Al ir a los registros de Warren
hechos el siglo anterior en busca de más pistas, Ritmeyer encontró que Warren
había descubierto una “zanja excavada” de 52 pies al norte del escalón del muro
en consideración, que se hizo para cavar un foso. Mazar recordó enseguida que
Strabo, el historiador y geógrafo griego que visitó Jerusalén (64 AC – 21 DC),
dio la medida de ese foso de 70 pies de profundidad por 250 pies de ancho. Y
siendo que el Monte del Templo estaba protegido por valles naturales en tres de
sus cuatro lados, exceptuando el del norte, ese foso lo protegía por su lado
norte.
Josefo escribió,
además, que ese foso fue rellenado por los soldados de Pompeya en el 63 AC para
permitir a los romanos atacar las torres construidas sobre el muro norte
pre-herodiano. De manera que el muro occidental no podía terminar más allá de
52 pies al norte del escalón-muralla, porque allí comenzaba el foso, y ése era
el tamaño que tenían las torres mencionadas por Josefo. El muro norte debía
estar al sur de ese foso. Otros datos históricos basados en las cisternas que
fueron identificando, les ayudaron a ir confirmando paso a paso la orientación
del templo anterior al de Herodes.
Bien, no
corresponde aquí seguir con todo el laberinto impresionante de datos históricos
que fueron guiando y confirmando a Ritmeyer en su descubrimiento de los 500
codos en los cuatro lados del Monte del Templo sobre el que habrían edificado los
exiliados de Babilonia (véase Leen & Kathleen Ritmeyer, Secrets of
Jerusalem’s Temple Mount. Updated & Enlarged Edition, (Biblical
Archaeology Society, Washington, DC, 2006).
Y siendo que los exiliados, grandemente empobrecidos, no habrían podido
hacer otra cosa que reparar la estructura existente (véase Isa 58:12), sin
crear nuevas murallas y fortificaciones, se descuenta que con esos
descubrimientos estaban tocando los mismos fundamentos del Monte del Templo de
Salomón.
La Biblia no
describe el Monte del Templo de Salomón, aunque menciona un Gran Patio
Salomónico alrededor del Templo y del Palacio Real (1 Rey 7:2). Jeroboam I
parece haber construido un templo en Tel Dan, poco después de la muerte de
Salomón, mucho menor, pero también con un entorno cuadrado. Siendo que su culto
se levantó para competir con el del templo en Jerusalén, es bien probable que, en
algunos respectos, Jeroboam haya hecho una réplica del templo de Salomón. En
Ezequiel 40-43 encontramos también que el nuevo templo que Dios le revela a su
profeta tiene exactamente 500 codos en sus cuatro lados. Esa es la medida que
indica la Mishnah en Middot 2:1 con respecto al Monte del
Templo que construyeron los repatriados de Babilonia.
El Monte del Templo
fue alargado en la época Macabea en su lado sur (141 AC), sobre el lugar donde
Antíoco Epífanes construyó una torre con el propósito de proteger mejor el
lugar. Cuando los macabeos recuperaron Jerusalén y su templo, destruyeron esa
torre pero usaron su fundamento para alargar la explanada del templo. Es ese Monte
del Templo que alargó también Herodes el Grande (37AC-4DC). El muro de los
lamentos o, más bien, el muro oeste, no es un resto del Monte del Templo de
Salomón, sino de uno de los muros de contención del patio exterior occidental
de Herodes. Los judíos creen hoy que Dios les dejó ese lugar como señal divina de
no haber roto completamente su compromiso con Israel.
Siendo que existen
más restos de ese Monte del Templo hecho por Herodes, se ha podido ir confirmando
de nuevo la ubicación que tuvo la construcción anterior. De tal manera que su
localización ha sido bien establecida ya en el mundo arqueológico, y se lo ha
apodado el “Patio Ritmeyer”. Pero para evitar confrontaciones judío-musulmanas
en base a ese descubrimiento, las autoridades civiles pavimentaron el lugar del
escalón de abajo, de tal manera que no se puede ver ahora ese escalón, ni la
clase de piedra que había en su base.
Lugar pavimentado sobre el
escalón de abajo del antiguo Templo de Salomón / Muro de los lamentos
Una vez ubicado en
forma exacta el Monte del Templo, es decir, el patio original del templo en el
Monte de Moria, ¿en qué lugar del patio que conformaba ese Monte del Templo
estaba el templo mismo?
d) El lugar del
templo mismo. Josefo nos dice que el templo fue construido sobre la
cima de la montaña, y esa cima la constituye la roca conocida como es-Sakhra. Aunque ese lugar lo habían
determinado instintivamente los investigadores del siglo pasado y anteriores,
algunos en tiempos recientes han querido ubicarlo al norte de esa roca. Sin
embargo, al tratar de ubicarlo ahora, luego de haber logrado determinar las
dimensiones del patio, y siguiendo las medidas consignadas por la Mishnah, en armonía con la ubicación de
las cisternas que hay debajo del monte del templo, se puede confirmar que el
templo se construyó sobre esa roca.
El Domo de la Roca
construido por los musulmanes cubre la cima de la roca del monte. Al localizar
el lugar santísimo sobre esa roca, los patios de los cuatro lados del templo se
conforman con las medidas dadas por la Mishnah
en Middot. Dicho de otra manera, los
requerimientos dados por ese documento rabínico pueden satisfacerse únicamente
si colocamos el lugar santísimo sobre es-Sakhra.
Esa roca mide, por ejemplo, seis codos de altura en relación con su base más
cercana que la rodea. Esa es la medida que se establece en Middot para la fundación del templo. También la ubicación de las
cisternas cuadra magistralmente con el templo construido sobre esa roca.
La roca Sakrah dentro del Domo
de la Roca
Se ven en la
superficie de la Sakrah las marcas de
las paredes del templo de Salomón. A su vez, la orientación de esas paredes “se
alínea con la cima de la Montaña de los Olivos (del otro lado del Valle del Cedrón
o Kidron en inglés), donde se sacrificaba la vaca roja (véase Núm 19). Según Middot 2:4, el sumo sacerdote quemaba la
vaca roja y, de pié sobre la cima del Monte de los Olivos, debía poder mirar
directamente la entrada del santuario cuando asperjaba la sangre. Esta es otra
confirmación” de la localización del templo y de la Sakrah como correspondiendo al lugar santísimo.
“En el Templo de
Salomón y en las reconstrucciones posteriores, la pendiente oriental de la roca
(Sakhra) debía servir como una rampa
para que el sumo sacerdote ascendiese una vez al año, en el Día de la Expiación
(Yom Kippur), al lugar santísimo…”
Puede verse, por consiguiente, que “el lugar santísimo tenía” seis codos “más
alto que cualquiera otra parte del Templo.” Más tarde, Herodes creó una
fundación alta para su templo, de seis codos, que sepultaba casi completamente
la Roca. En lugar de la rampa que estaba dentro del templo salomónico, se tenía
acceso al piso del templo de Herodes mediante una escalera con doce peldaños
que estaba localizada fuera del templo, frente al Pórtico. El nuevo piso se
encontraba, aparentemente, tres pulgadas más bajo que el lugar más alto de la Sakhra que era el piso del Lugar
Santísimo.
Según la Mishnah, “después que fue tomada el arca
permaneció allí una piedra desde la época de los primeros profetas, y se la
llamaba ‘Shetiyah’. Se elevaba tres
pulgadas por encima del suelo. Sobre ese lugar [el sumo sacerdote] solía poner
[el incensario]” (Yoma 5.2). Esta
descripción cuadra con las medidas que se estiman tiene esa depresión hecha en
la cuenca labrada de la roca para el arca. Se puede llegar a esta conclusión
gracias a un estudio de las fotos de la Sakhra, y a las declaraciones
del libro de los Reyes sobre el templo de Salomón.
“Durante el período
del Primer Templo se preparó un lugar para poner el arca, cortando la cuenca
plana en la roca, porque de lo contrario, el arca se habría bamboleado de una
manera indigna”. En 1 Rey 6:19 y 8:6,20-21, Salomón dice literalmente, “hice
allí un lugar para el arca.” “Ese lugar se encuentra exactamente en el medio
del lugar santísimo, sobre la Sakhra.
Las dimensiones de esta cuenca nivelada concuerdan con las medidas del arca del
pacto y un pequeño espacio adicional para el Libro de la Ley que estaba al lado
del arca (Deut 30:26ss). El eje longitudinal de esta cuenca plana concuerda con
el del templo.”
¿Qué llevó a
Ritmeyer a concluir que esa cuenca nivelada era el lugar del arca? El hecho de
haber visto espacios equivalentes en otros templos paganos sobre los que se
ponían estatuas. Pero a diferencia de esos otros lugares que son siempre
cuadrados (sobre los que se apoyaban las columnas con sus estatuas), éste en el
medio de la Sakhra es rectangular, y cuadra como ya vimos, con el tamaño
del arca y un pequeño espacio adicional sobre el que se habría colocado el
libro del pacto.
¿Cómo explicar, sin
embargo, el hecho de que Salomón mandó hacer el piso del lugar santísimo de
cedro? (1 Rey 6:16). Ritmeyer responde con otra pregunta. ¿Dice el libro de los
Reyes que el piso de todo el lugar santísimo se lo hizo de cedro? El v. 16
declara, literalmente: “y él construyó
veinte codos sobre los lados de la casa, desde el suelo (karkah) hasta
los muros con tablones de cedro. Aún construyó para ello dentro, aún para el
oráculo (dvir), aún para el lugar santísimo…” Se arguye que karkah
significa “suelo” (como en Núm 5:17), no “piso”, y esto daría lugar a que el
arca estuviese apoyada sobre la roca misma. Cuando los cautivos regresaron de
Babilonia, habrían dejado intacta esa superficie que había preparado Salomón
para el arca como único testimonio (descrito en la Mishnah) del lugar
donde una vez había estado el arca (Yoma 5:2).
Izquierda: rampa al lugar
santísimo (Ritmeyer reconoce no saber cómo eran los querubines)
Derecha: el arca está puesta
en forma horizontal, como tal vez en el Tabernáculo del Testimonio
Valor teológico y apocalíptico del Monte del Templo
El lugar donde el
Señor sería visto quedó marcado y señalado por el sacrificio de Abraham. “Por
eso se dice hasta hoy: ‘En el monte el Eterno proveerá’” (Gén 22:14). Esa
expresión, “hasta hoy”, revela que el lugar era conocido en épocas posteriores.
David también vio en ese lugar al “ángel del Señor” (1 Crón 21:15-16). ¿Habrá
tenido en mente esa roca, cuando se refirió al Señor como siendo la Roca de la
salvación? (2 Sam 22:2-3,47; Sal 62:2,6-7; 95:1, etc). Aunque hay otros motivos
bíblicos que vinculan a Dios con la firmeza de una roca, llama la atención lo
que dijo el rey en el Sal 27, al referirse al templo de Dios, más definidamente
al lugar santísimo. “Porque él me esconderá en su morada en el día del mal, me
ocultará en lo reservado de su pabellón [la nube de gloria del lugar
santísimo], me pondrá en alto sobre una roca” [el lugar donde iba a construirse
el templo y cuyos planos preparó para Salomón, y que estaba en la cima del
Monte Moriah] (Sal 27:5).
Como a Moisés, el
Señor dio a David “entendimiento en todos los detalles del plan” (1 Crón
28:19). Así, Salomón siguió el plan que Dios le dio a David para construir el
templo. Por consiguiente, el lugar más alto del lugar santísimo tomaba como
modelo al lugar más alto del lugar santísimo del templo celestial. Un corolario
tradicional en el judaísmo que está basado en conceptos bíblicos, establece que
cuanto más alto es el lugar, más sagrado es (véase Isa 2:2,12-17; 6:1). Y la
roca del Monte del Templo es el lugar más alto del monte Moria.
Llama la atención
de que la Mezquita Al-Aqsa, que está en el extremo sur del Monte del
Templo, fue afectada grandemente a lo largo de los siglos por los constantes
temblores y terremotos que hay en Palestina. Por tal razón debió reparársela
más de una vez. El Domo de la Roca, en cambio, por estar justamente fundada
sobre la roca, soportó mejor todos esos sacudones de tierra típicos de esa
región del mundo. ¿Había Dios de elegir para su morada un lugar menos sólido
que el de una roca firme como la Sakhra? (véase Mat 7:24-27).
Es digno de notar
también, el hecho de que el piso del lugar santísimo en el templo de Salomón
estuviese más alto que el piso del lugar santo. Mientras que el templo entero
medía treinta codos de alto, el lugar santísimo medía sólo veinte codos de alto
(1 Rey 6:2,20). Usualmente se ha resuelto esta aparente contradicción arguyendo
que el piso del lugar santísimo estaba diez codos más alto que el piso del
lugar santo. Ritmeyer sugiere seis codos en base a las medidas de la roca para
con su entorno más cercano, y argumenta que en ningún lado se dice que el techo
del lugar santo y el del lugar santísimo debían estar a la misma altura. Es
notable ver también que algo semejante se ve en los cella de otros templos antiguos, donde el lugar de sus dioses
estaba más alto que el resto del templo.
Teniendo este
cuadro como contexto, podemos entender mejor la descripción de Isaías al contemplar
el lugar santísimo. Vio el trono de Dios como siendo “alto y elevado” (Isa
6:1). Y Jeremías declaró: “Trono de
gloria, alto desde el principio, es
el lugar de nuestro santuario” (Jer 17:12). De una manera semejante Juan, quien
había estado en el lugar santo mirando a Jesús entre los candeleros, fue
llamado por el Señor en su segunda visión a “subir”, para contemplar el trono
de Dios dentro de la puerta del lugar santísimo (Apoc 4:1).
Si
miramos el santuario desde el norte (como lo hace aquí un artista), el lugar
santísimo en el oeste está
correctamente puesto en la derecha. Pero el
autor de este cuadro se olvidó de intercambiar la mesa y el candelabro.
Nuevamente, los querubines gigantes del lugar santísimo no se describen así en
la Biblia, y el arca está horizontal a la entrada del templo y no en el centro
del lugar santísimo. Tiene valor el cuadro, de todas maneras, por el contraste
de nivel que se hizo entre el Lugar Santo y el Lugar Santísimo
Notemos, además,
que Jesús llama a Juan a “subir” a un lugar más alto. El mismo llamado reciben
los dos testigos en conexión con los dos candelabros del Lugar Santo, al
concluir su período de testimonio profético que deben cumplir vestidos de sacos
o aflicción. Ese llamado, “subid acá”, conecta a los “testigos” igualmente con
el “tiempo del fin” en que debía ser purificado el santuario (Apoc 11:3-11;
véase el mismo período de tiempo en Dan 12:1-9). Cuando ese período estuviese
concluyendo, la palabra profética debía dirigir la atención del pueblo de Dios
hacia el cielo (Apoc 11:12), más definidamente al Lugar Santísimo que enmarca
el juicio de la séptima trompeta (Apoc 11:15,18-19).
Finalmente
convendrá tener en cuenta otra deducción más que se ha hecho a partir de la
descripción de las varas del arca que aparece nuevamente en el libro de los
Reyes de Israel. El texto dice que “las varas eran tan largas que la punta de
las varas se veía en el lugar santo” [la principal entrada del lugar santo] (1
Rey 8:8). Según el Talmud (Yoma 54a), las varas medían diez codos de
largo. El lugar santísimo, por otro lado, medía 20 codos cuadrados. A menos que
las varas se las hubiese colocado de oeste a este, dando dos de sus puntas
hacia la separación del lugar santo con el lugar santísimo, los sacerdotes no
habrían podido quitar las varas del arca. Hubieran chocado, en efecto, con los
dos grandes querubines que Salomón puso a los dos lados del arca. Tampoco se
hubieran podido ver las varas desde el lugar santo, ya que el arca estaba en el
centro del lugar santísimo y a seis codos de altura con respecto al piso del
lugar santo. De allí es que el pasaje alude a los extremos de las varas como
pudiendo verse desde el lugar santo (sin duda en el Día de la Expiación cuando
se abría la puerta al lugar santísimo), pero no fuera de él ya que la puerta
del patio exterior se cerraba en el Día de la Expiación.
Esto nos acerca más
a la descripción de los cuatro seres vivientes (o querubines) que Juan vio
“alrededor del trono” en su visión del templo celestial (Apoc 4:6), y al
Cordero de pie “en medio del [lugar] del trono”, es decir, en medio del lugar
santísimo, y en medio de los cuatro seres vivientes y de los 24 ancianos (Apoc
5:6). Recordemos que en el Antiguo Testamento el propiciatorio servía de
estrado de los pies del Señor (1 Crón 28:2), pero que el trono de Dios mismo era
invisible y estaba cubierto por una nube de gloria sobre el propiciatorio. Los
cuatro querubines (dos sobre los dos extremos del arca y dos a los dos lados
del arca que agregó Salomón) rodeaban, así, como en un rombo dentro del
cuadrado del Lugar Santísimo, el trono de Dios que estaba más alto y se
encontraba en medio de los querubines, sobre el propiciatorio.
La única dificultad
que encuentro para esta interpretación que parece obvia de la lectura del Libro
de los Reyes, es que Lev 16:14 dice que el sumo sacerdote asperjaba en el Día
de la Expiación la sangre del sacrificio “hacia el este” del arca. ¿Cómo haría
el sumo sacerdote para asperjar la sangre hacia el este del arca si las varas
estaban puestas siguiendo la dirección este-oeste? ¿Habrá habido una diferencia
pequeña en este sentido entre la posición del arca en el tabernáculo, y la
posición del arca en el templo de Salomón? De hecho, hubieron algunas pequeñas
diferencias ya que en el tabernáculo había sólo dos querubines esculpidos, y en
el templo de Salomón cuatro, conformando en su conjunto el trono de Dios que
estaba en medio de ellos, invisible, y en un sitial más elevado. [Es probable
que la indicación “hacia el este” se aplicase al Tabernáculo del Testimonio
porque no existían aún los dos querubines adicionales que Salomón colocó a los
costados del arca y, por consiguiente, no había necesidad de poner el arca en
una posición vertical que no los chocase con sus varas].
El triunfo final del Monte del Eterno
¿Terminó toda la
historia del Monte del Eterno en un fracaso con la destrucción del templo de
Jerusalén por los romanos en el año 70 de nuestra era? ¿Se propone Dios hacer
algo todavía, con ese antiguo lugar geográfico al que bendijo con su presencia
durante tantos siglos? ¡Sí, la Deidad aún tiene planes para con aquel antiguo
monte, al que hará finalmente triunfar para siempre! Sin embargo, los sueños
sionistas actuales están muy lejos de los propósitos divinos, y de los sueños
que todo verdadero cristiano que cree en la Biblia entera debiera tener.
a) El retorno judío
al antiguo monte Moria. ¿Qué es lo que hará que triunfe finalmente el Monte
del Eterno? Porque el Señor prometió que su monte iba a triunfar por sobre todo
otro monte terrenal, cuando dijo que “en el último tiempo será confirmado el
monte de la casa del Eterno por cabeza de los montes, será exaltado sobre los
collados, y correrán a él todas las naciones” (Isa 2:2). ¿Tiene esto algo que
ver con la inmigración judía a Palestina?
Esto es lo que algunos
creen, como se vio cuando se instauró la nación de Israel en 1948, y
posteriormente durante la guerra de los seis días. ¿Qué los llevó a creer que
el fin venía para ese entonces? Especialmente la profecía de Cristo en Luc
21:24: “Caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las
naciones. Y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el
tiempo de los gentiles”. Este pasaje tiene como texto causal la profecía de Dan
12:7: “Será por un tiempo, dos tiempos y la mitad de un tiempo. Y cuando se
acabe de quebrantar el poder del pueblo santo, todo esto se cumplirá”.
Vamos al
Apocalipsis y encontramos también que Dios permite que “los gentiles [o
“naciones”] pisoteen “la ciudad santa durante 42 meses”, en referencia incluida
más específicamente al “patio exterior del templo” (Apoc 11:2). Un estudio de
las fechas proféticas de Daniel y del Apocalipsis y su cumplimiento histórico
nos llevan al año 1798 como la conclusión de ese período. Coincidentemente, no
fue sino después de esa fecha que los judíos lograron ir asentándose en
Palestina, hasta que en 1948 pudieron organizarse como una nación
independiente. ¿Y qué en cuanto a su conversión? ¿No dijo Pablo que su
“endurecimiento” fue “parcial”, “hasta que haya entrado la plenitud de los
gentiles, y así todo Israel será salvo”? (Rom 11:25-26).
Seamos concisos al
responder aquí. ¿A dónde tenemos que ir? ¿A la vieja Jerusalén con su templo y
su ciudad en ruinas? Porque la ciudad que han construido hoy no tiene nada que
ver con la ciudad y gobierno teocráticos del mundo antiguo. ¿Dónde está el
verdadero monte Sión y su templo? En el cielo, donde está la “nueva Jerusalén”
(Heb 8:1-2; 11:10,16,40). Es hacia allí que debemos ir por la fe, como lo
afirma Pablo a los judíos de sus días. “Porque no os habéis acercado al monte
que se podía tocar…, sino que os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del
Dios vivo, Jerusalén celestial…, a Jesús, el Mediador del nuevo pacto” en el
verdadero templo que está en el cielo (Heb 12:22-24).
¿Dónde está hoy el
verdadero pueblo de Israel, y en torno a qué montaña se reúne? El verdadero
Israel está compuesto hoy por todos aquellos que se convierten al Señor y
aceptan al prometido de Israel, ya sean judíos carnales o gentiles según la
carne también (Rom 2:25-29; 1 Cor 7:17-20; Gál 6:15-16; Ef 2:11-18-22). “Miré,
y vi al Cordero de pie sobre el monte Sión, y con él 144.000 [israelitas
espirituales] que tenían el nombre del Cordero y el nombre de su Padre escrito
en sus frentes” (Apoc 14:1). “Me llevó en espíritu a un grande y alto monte, y
me mostró la gran ciudad santa, la Jerusalén que descendía del cielo, de Dios.
Resplandecía con la gloria de Dios” (Apoc 21:10-11).
¿A qué se refirió
Jesús, entonces, cuando anunció que Jerusalén sería pisoteada hasta que se
cumpliese el tiempo de los gentiles (o naciones)? En el contexto de Rom 11:25,
tiene que ver con la terminación de la predicación del mensaje que, según
Jesús, debía llegar “hasta lo último de la tierra” (Hech 1:8), “a todo el
mundo” (Mat 24:14; véase Apoc 10:11; 14:6-7). Al decir Pablo que el
endurecimiento de los judíos es “parcial”, “hasta que haya entrado la plenitud
de los gentiles, y así todo Israel será salvo” (Rom 11:25-26), está anunciando,
por un lado, que siempre habría judíos que se convertirían, y conformarían el
nuevo Israel con los conversos de entre las naciones. Por otro lado da a
entender que esto sería así hasta que la plenitud de los conversos de entre las
naciones (entre los cuales están los judíos que se convertirán), se haya
completado para que “todo Israel” sea salvo (incluyendo los fieles israelitas
de todas las edades) en el día del Señor.
En Apoc 11:2 se
habla del nuevo templo, el del cielo, cuyo patio exterior se encuentra en la
tierra (E. G. White en SDABC, VII, 913), y sobre el cual busca
establecerse el anticristo (2 Tes 2:4). Los conversos a Cristo, la Iglesia del
Señor, son el nuevo Israel y, por lo tanto, la población virtual de la Nueva
Jerusalén que está en el cielo. El período medieval de opresión sobre los que
se sientan o adoran o moran por fe en el cielo, en una dimensión espiritual (Ef
2:6; Apoc 11:1; 12:12; 13:6, etc), llega hasta 1798 con el fin de los 42 meses
o 1260 días símbolo de años. Los gentiles o naciones en este caso, no
representan a los conversos sino a “los moradores de la tierra” que oprimen,
bajo la conducción del anticristo romano (Apoc 13:3,8,14; 17:2, etc), al
verdadero Israel de Dios que lo adora en “espíritu y en verdad” (Apoc 11:1,3-4,
etc).
El sionismo
moderno, sea cristiano o judío, que sueña con la restauración de los tiempos
mesiánicos mediante la reunión de un Israel carnal en torno a un monte y ciudad
terrenales, está destinado al fracaso. Tal sionismo es otro intento del diablo
para desviar la atención de la gente del verdadero templo y ciudad celestiales.
Siendo que los “moradores del cielo” de los que habla el Apocalipsis,
involucran a los que por fe adoran en ese templo celestial (Apoc 11:1), (aunque
físicamente están en la tierra), la profecía muestra cómo son pisoteados
durante tanto tiempo por un sacerdocio e intercesión abominable, impostor y
rival.
De esta forma, cuando
Dan 11:45 dice que el anticristo romano plantará “sus tiendas reales entre los
mares, en el monte glorioso y santo”, no se está refiriendo a ningún monte ni
ciudad terrenales. No significa en absoluto que el papado se va a mudar a la
vieja Jerusalén, ni tampoco a Estados Unidos. Todas esas interpretaciones
espúreas tienen que ver con un intento del gran engañador de desviar la
atención de todo lo que se juega en la corte celestial, hacia ciudades y
proyectos humanos que buscan reemplazar la obra de Dios aquí en la tierra.
El papado buscará
sentarse sobre la iglesia de Cristo, es decir, sobre el verdadero Israel de
Dios, los 144.000 (Apoc 7:4-8), que figuran al final, como estando de pie con
el Señor sobre el monte celestial (Apoc 14:1). El acto impostor de sentarse
sobre la iglesia lo llevó a cabo Roma durante el medioevo en medio del
cristianismo, e a intentar hacerlo otra vez al final. Pero esta vez “llegará a
su fin, y no tendrá quien lo ayude” (Dan 12:45). “Aborrecerán a la ramera, y la
dejarán desolada y desnuda; devorarán su carne y la quemarán a fuego” (Apoc
17:16). El Señor mismo consumará esa obra de destrucción del anticristo “con el
resplandor de su venida” (2 Tes 2:8).
b) La nación judía
nunca se convertirá al Señor. Aunque la promesa divina es para todo el
mundo, inclusive para todos los judíos, el deseo de Pablo es salvar si fuera
posible “a algunos de ellos” (Rom 11:14). Algunos de ellos se unirán al remanente
del Señor formado por gentiles y judíos convertidos al Señor (Rom 9:27). “No
todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de
Abrahán son todos hijos” (Rom 9:6-8). El reino del Señor está en las manos del
Cordero y de los que obedecen su Palabra, no en manos del judaísmo que lo
rechazó.
“Me fueron
señalados algunos que están en gran error al creer que tienen el deber de ir a
la vieja Jerusalén, y piensan que tienen una obra que hacer allí antes que
venga el Señor. Una opinión tal tiende a apartar la mente y el interés de la
obra que actualmente hace el Señor bajo el mensaje del tercer ángel… También vi
que la vieja Jerusalén nunca será edificada, y que Satanás estaba
haciendo cuanto podía para extraviar en estas cosas a los hijos del Señor
ahora, en el tiempo de reunión, a fin de impedirles que dediquen todo su
interés a la obra actual de Dios e inducirlos a descuidar la preparación
necesaria para el día del Señor” (PE, 75-76).
Aún así, muchos
judíos se convertirán al Señor y pasarán a formar parte de su pueblo. “Los
judíos están viniendo a las filas de los seguidores elegidos de Dios y se están
uniendo al Israel de Dios en estos días finales. Así es como algunos de los
judíos una vez más volverán a formar parte del pueblo de Dios, y la bendición
de Dios se derramará abundantemente sobre ellos si es que se ubican en la
posición de gozo señalada en la siguiente declaración bíblica: ‘Alegraos,
gentiles, con su pueblo’ (Rom 15:10)” (Ev, 420-1).
“Ví que Dios
había abandonado a los judíos como nación. Aún así, había una porción de
ellos que serían capaces de desgarrar el velo de sus corazones. Algunos aún
verán que la profecía se cumplió con respecto a ellos, y recibirán a Jesús como
Salvador del mundo, y verán el gran pecado de su nación al rechazar a Jesús y
crucificarlo. Individualmente algunos de entre los judíos se convertirán;
pero como nación están abandonados para siempre por Dios” (1SG,
107).
“El Señor ha
declarado que los gentiles serán reunidos, y no solamente los gentiles,
sino también los judíos. Hay entre los judíos muchas personas que serán
convertidas, y por medio de las cuales veremos cómo la salvación de Dios
avanzará como una lámpara que arde. Hay judíos por todas partes, y a ellos ha
de serles llevada la luz de la verdad presente. Hay entre ellos muchos que
vendrán a la luz, y que proclamarán la inmutabilidad de la ley de Dios con
maravilloso poder. El Señor Dios obrará. El hará cosas maravillosas en justicia
(Ev, 421).
Hoy muchos judíos
están aceptando a Cristo, aunque no tienen toda la luz que quisiéramos que
tengan. Se autodenominan judíos mesiánicos. ¿Lo estará permitiendo el Señor
para que nos sea más fácil predicarles el evangelio? De entre ellos, aquí y
allí, muchos van aceptando el mensaje adventista. Un líder judío mesiánico de
Nueva York me dijo que de entre todas las iglesias cristianas, se sienten más
identificados con la Iglesia Adventista. Aunque hay algunas cosas en las
creencias adventistas, especialmente en cuanto a profecía, que no han adoptado,
tampoco las han rechazado (según me afirmó), sino que las tienen en
observación.
c) El Señor volverá
a la tierra de Moria. No se sorprendan. El Señor volverá a la tierra de
Moria para morar allí eternamente con su pueblo, cumpliendo literalmente con la
promesa que hizo antiguamente a través de sus profetas. “Porque el Eterno
eligió a Sión, la quiso para su morada. Este es para siempre el lugar de mi
reposo, aquí habitaré, porque la he preferido” (Sal 132:13-14).
¿Cuándo volverá el
Señor a la tierra de Moria? En su segunda venida no tocará la tierra, sino que
su pueblo será elevado para recibirlo en el aire (1 Tes 4:16-17). Mientras la
tierra siga girando sobre sus ejes, su pueblo redimido irá siendo elevado hasta
unirse a él en las nubes de los cielos. De manera que los que están esperando
la restauración del Monte del Eterno en Palestina se pelarán la frente. No es
allí que el Señor se reunirá con ellos. Tampoco en los Estados Unidos que no es
ni la tierra ni el monte deseable. Mucho menos en Roma y ni siquiera en la
Meca. ¿Para qué ir a las pirámides de Egipto como lo hacen los de la nueva era,
intentando que los faraones se reencarnen en ellos? Lo que buscamos es una
reencarnación prometida de nuestro carácter y ser en un nuevo cuerpo que el
Señor nos dará en su venida, y que durará por toda la eternidad.
Es en la tercera
venida, luego del milenio, cuando vuelva con todos sus santos junto con la
Nueva Jerusalén, que el Señor pondrá la planta de sus pies sobre la antigua
tierra de Moria. Luego que los impíos resuciten y procuren en un último y
desesperado esfuerzo, forzar la entrada a la ciudad de Dios, todos los malvados
perecerán y la tierra entera será transformada completamente en una nueva
tierra y un nuevo cielo en donde more la justicia. No quedará entonces vestigio
de la obra de los hombres efectuada durante el imperio del mal.
“La santa shekinah,
al apartarse del primer templo, había permanecido sobre la montaña oriental,
como si le costase abandonar la ciudad elegida [Eze 10:18-19; 11:22-23]; así
Cristo estuvo sobre el monte de los Olivos, contemplando a Jerusalén con
corazón anhelante… Desde esa montaña había de ascender al cielo. En su cumbre
se asentarán sus pies cuando vuelva. No como varón de dolores, sino como
glorioso y triunfante rey, estará sobre el monte de los Olivos mientras que los
aleluyas hebreos se mezclen con los hosannas gentiles, y las voces de la grande
hueste de los redimidos hagan resonar esta aclamación: Coronadle Señor de
todos” (DTG, 769-770).
“Al fin de los mil
años, Cristo regresa otra vez a la tierra. Le acompaña la hueste de los
redimidos, y le sigue una comitiva de ángeles… Cristo baja sobre el monte de
los Olivos, de donde ascendió después de su resurrección, y donde los ángeles
repitieron la promesa de su regreso. El profeta dice: ‘Vendrá Jehová mi Dios, y
con él todos los santos”. “Y afirmaránse sus pies en aquel día sobre el monte
de los Olivos, que está frente de Jerusalén a la parte de oriente; y el monte
de los Olivos se partirá por medio… haciendo un muy grande valle.’ ‘Y el Eterno
será rey sobre toda la tierra. En aquel día el Eterno será uno, y uno su
nombre’ (Zac 14:5,4,9). La nueva Jerusalén, descendiendo del cielo en su
deslumbrante esplendor, se asienta en el lugar purificado y preparado para
recibirla, y Cristo, su pueblo y los ángeles, entran en la santa ciudad” (CS,
720-1).
¿Por qué vuelve el
Señor a la tierra de Moria, y establece su ciudad sobre ella y la extiende
inmensamente, a partir de allí, sobre la tierra? Porque es una característica
divina la de restaurar, recomponer “lo que se había perdido” (Luc 19:10; véase
Isa 58:13-14, donde aún el sábado será restaurado junto con los cimientos en
ruinas de muchas generaciones). Sus pies pisarán, en efecto, ese lugar que se
escogió con tantos siglos de antelación. Y su ciudad celestial ocupará el lugar
de la antigua ciudad de Jerusalén, pero será extendida mucho más allá, hasta
abarcar gran parte de la tierra (Apoc 21:16). Vendrá del oriente, como
antiguamente lo hizo Dios a su templo. Por esa razón dice que pisará la montaña
oriental, y desde allí preparará la explanada (un valle inmenso) donde estará
el trono de Dios, y la ciudad se extenderá por más de 2000 kms. cuadrados.
En la lucha de los
diferentes montes por determinar cuál está por encima del otro, el monte del
Eterno estará más alto, y vencerá sobre todos los otros montes (Apoc 21:10). No
será el diablo quien triunfará buscando imponerse sobre el monte del Señor, en
la batalla que de antiguo tiene entablada con el Eterno (Isa 14:12-14). El
único monte que prevalecerá será el del Señor (Isa 2:2-4; Miq 4:1-4). Y aunque
los reinos y poderes de este mundo, inspirados por Satanás, hayan parecido en
su momento triunfar sobre el monte del Eterno, se verá al final que el Señor
volverá, y pondrá su morada sobre él para siempre, cuando descienda la Nueva
Jerusalén (Apoc 21:10; véase Heb 11:10).
¡Es ese monte el
monte de mis sueños! ¡Es esa la migración que tanto anhelo se dé pronto! ¡Es a mi
casa, preparada para mí por el Señor en su santa ciudad, a donde deseo
realmente mudarme! (Juan 14:1-3). ¡Es esa la Roca sobre la cual quiero estar
por toda la eternidad, ya que no será jamás quebrantada! (Apoc 3:12). “Las
naciones [de los justos] andarán a su luz, y los reyes de la tierra le traerán
su gloria y su honra. Sus puertas nunca se cerrarán de día, porque allí no
habrá noche. Y traerán a ella la gloria y la honra de las naciones” (Apoc
21:24-26). “Y ya no habrá maldición alguna. El trono de Dios y del Cordero
estará en ella, y sus siervos le servirán. Verán su rostro, y su Nombre estará
en sus frentes… Y reinarán por los siglos de los siglos” (Apoc 22:3-5).
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