Leyendas del pasado
América fue descubierta (o mejor, redescubierta, ya que no podemos olvidar la aventura vikinga de Vinland) por Europa en el año 1492 cuando Cristóbal Colón avistó por primera vez costas en el oriente. Colón moriría convencido de que habían sido asiáticas las costas que encontrase, y pasarían décadas antes de que Europa se diera cuenta de que se encontraban ante un mundo, para ellos, nuevo. Mundo nuevo, Nuevo Mundo.
Lamentablemente, este mundo murió. Cayó ante las balas y las espadas de los conquistadores, ante enfermedades que no conocían y que parecían traídas por los mismísimos dioses como castigo por costumbres licenciosas. Cayó ante una civilización mejor preparada para esta guerra.
Lo que resurgió fue un nuevo orden en el que algunas cosas se perdieron y otras permanecieron. Dentro de las que permanecieron – gracias ante todo al celo de algunos caciques y sacerdotes comprometidos con la defensa de los indígenas – se encuentran muchas de las leyendas y relatos originales de las religiones indígenas, leyendas que por siglos se pasaron de padres a hijos y de abuelos a nietos. Algunas de ellas son particulares y se concentran en las peculiaridades de cada sociedad.
Pero hay una en particular que parece ubicarse en prácticamente todo el territorio americano, replicándose entre las tribus de América del Norte, de Mesoamérica, de los Andes. Se trata de la leyenda de los gigantes blancos, antiguos habitantes del continente que habrían sembrado las bases de la civilización y enseñado a los primeros hombres.
Gigantes americanos
La leyenda tiene muchas versiones, y en ocasiones parece representar a dos tipos de hombres diferentes. Sin embargo, algo es universal: la presencia de gigantes de piel pálida. Veamos algunos de los pueblos que mencionan esta raza olvidada:
Mesoamérica
En la tradición azteca se hablaba de los hombres de la tercera edad del mundo, los “quinametzin”, que habrían sido creados por el dios Tlaloc. Se trataba de gigantes de piel clara que habrían construido la ciudad de Teotihuacán y perecido ante el fuego de Quetzalcóatl. De acuerdo con los registros españoles, los tlaxcaltecas que habitaban más al sur incluso afirmaban que habían luchado contra estos gigantes en tiempos históricos.
Norteamérica
Seguramente sea en Norteamérica donde las leyendas de gigantes blancos fueron más recurrentes: muchísimas tribus hablaban de su aparición y de su destrucción por fuerzas sobrenaturales o, a veces, por las mismas tribus que los habían combatido.
Comencemos por los Saiduka o Si-Teh-Cah de las leyendas paiutes. De acuerdo con esta tribu, eran gigantes caníbales de cabello rojizo que fueron combatidos por las tribus y, eventualmente, acorralados en la cueva Lovelock. Allí, para evitar que su maldad volviese a recorrer el mundo, fueron encerrados y quemados vivos. Cabe mencionar que en la dicha cueva se encontraron restos de momias (algunas datando de más de 2.000 años atrás) en 1912, cuya relación con la leyenda aún no se ha esclarecido.
Los comanches de las llanuras hablaban de gigantes blancos de 3 metros de altura que se convirtieron en una raza industriosa y lograron hazañas que nadie había logrado antes que ellos. “Sus fortificaciones”, en palabras del jefe Rayo Vibrante, “coronaban las cimas de las montañas, protegiendo sus ciudades ubicadas en los valles intermedios”. Eventualmente dicha raza olvidó el respeto y la justicia, se volvió vanidosa y comenzó a creerse superior a los dioses, por lo que el Gran Espíritu la aniquiló. Leyenda parecida a esta es la de los Navajo, que hablaban de una raza de gigantes llamados “Starnake” dotados de tecnología minera que esclavizaron otras razas y eventualmente se extinguieron o regresaron a los cielos (curiosa semejanza, por cierto, con los llamados Anunnaki). Para terminar, los Choctaw hablan de los “Nahullo”, gigantes blancos que combatieron y derrotaron en los tiempos en los que su tribu cruzó el río Mississippi. Del modo de vida de estos hombres no dicen mucho.
Sudamérica
En los Andes americanos encontramos menos presencia de estas antiguas leyendas, pero existen. El caso más representativo es el de los habitantes de Manta, que vieron arribar en balsas de caña una raza de humanos gigantes “cuya rodilla alcanzaba la estatura de un hombre” (es decir, que rondarían los 4 – 5 metros de altura). Estos hombres fueron eventualmente exterminados por las deidades a causa de sus costumbres licenciosas.
Por último, algunas fuentes de los andes peruanos refieren a los “Viracochas” (vinculados seguramente a la deidad del mismo nombre), hombres de tez pálida y ojos claros que habrían gobernado vastas regiones antes que el Inca. De sus usos y costumbres no se dice mucho.
¿De quiénes se trataba?
Es difícil determinar qué indican tantas leyendas semejantes. Muchos de los pueblos que las contaban habían estado separados por miles de años, quizás tanto como 10.000.
Esto nos deja tres opciones: la primera, que se trate de una simple coincidencia, algo posible sin duda, pero que resultaría bastante extraño.
La segunda, que esta raza ocupase el territorio americano por un larguísimo periodo y conviviera con los primeros indígenas, algo que sin duda coincide con los relatos. Pero y entonces, ¿dónde están las evidencias? ¿Por qué tenemos centenares de restos de indígenas y ninguno de un gigante?
La tercera, que considero más posible, es que todas estas leyendas vengan de tiempos ancestrales, en los que estos pueblos aún no se habían separado. Basadas en hechos reales, fueron mutando hasta convertirse en particularidades de cada región pero se originaron en algún momento del pasado remoto, hace quizás unos 20.000 años.
En aquel entonces los antepasados de los indígenas, habitantes de las planicies heladas del norte asiático y quizás de Norteamérica, podrían haber conocido una raza olvidada de gigantes de tez blanca (de la que coincidencialmente, o no, también hablan las leyendas escandinavas). Este contacto primario, olvidado tras centenares de generaciones, perduraría en forma de relatos que a su vez tomarían las particularidades de cada región. Eventualmente llegarían a nosotros de la manera en que llegaron: cada uno diferenciado por milenios de desarrollo cultural, pero en su génesis encontraríamos evidencias de algo que no hemos descubierto, pero que bien podría ser posible. Una raza perdida, un mundo olvidado: el de los antiguos Gigantes del Norte.
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