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martes, 14 de junio de 2016

EL AGUILA IMPERIAL AL ACECHO.... PA K MA$$$ ¡

Pretensiones históricas del águila imperial en el siglo XIX

Raúl Izquierdo Canosa

El enfrentamiento entre los Estados Unidos de América y Cuba es un fenómeno histórico que data de la segunda mitad del siglo XVIII y tiene su esencia  en las pretensiones del primero, que durante más de dos siglos le han querido imponer a la Isla sus concepciones hegemónicas y geopolíticas, desconociendo el derecho de ésta a su independencia, soberanía y a establecer el régimen  económico, político y social que considere más conveniente.
Hay algunos, que desconociendo la verdadera esencia de dicho fenómeno, tratan de argumentar que tales diferencias surgieron con el triunfo del 1ro enero de 1959 y el establecimiento de un Gobierno Revolucionario dirigido por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. Nada más superficial y ajeno a toda realidad. Indudablemente, que es a partir de ese momento en que el pueblo cubano recupera su verdadera y plena independencia y ejerce su derecho soberano nacional e internacionalmente. La  conquista de esa libertad de acción y actuación lo apartó de los marcos y cánones de conducta establecida por los gobernantes estadounidenses para la Isla, y por tanto cayó en franca contradicción con la política del imperio, agudizándose el conflicto, entrando en una nueva etapa, que aun perdura.
Durante dos siglos, en las relaciones bilaterales  ha primado  la política hostil norteamericana, evidenciada en sus constantes amenazas, agresiones y provocaciones de todo tipo: en el siglo XIX para impedir o frustrar la obtención de la independencia del colonialismo español; luego, en la primera mitad del siglo XX, interviniendo sistemáticamente en los asuntos internos de Cuba e incluso empleando sus fuerzas armadas, imponiendo regímenes dictatoriales en contra de la voluntad del pueblo cubano, introduciendo su capital financiero para  apoderarse de las mejores y mas productivas tierras, monopolizando el control de los principales servicios públicos: el banco, la electricidad, el teléfono, el transporte y otros. En la segunda mitad del siglo XX, apoyaron a Fulgencio Batista después del golpe de estado del 10 de marzo de 1952, le brindaron asistencia militar y apoyo logístico, suministrando armas, municiones y asesores militares, facilitando el territorio de la Base Naval de Caimanera para que los aviones de la Fuerza Aérea batistianas bombardearan, asesinaran y destruyeran las viviendas de los campesinos indefensos. Al triunfo de la Revolución sirvió de refugio seguro a los asesinos, malversadores, prófugos de la justicia revolucionaria a los que no solo acogió, sino les ha permitido conspirar con toda impunidad para tratar de derrocar el Gobierno Revolucionario establecido por el pueblo cubano. Desde el territorio de los Estados Unidos de América se efectuaron y continúan realizando acciones agresivas en contra de nuestro país. 
Dos prominentes luchadores de la América Latina del siglo XIX, sentenciaron con inobjetable visión y precisión de futuro, lo que Estados Unidos de América estaba llamado a ser y hacer en detrimento de los destinos de la humanidad. Simón Bolívar, el Libertador de América,  a fines de la segunda década de ese siglo dijo: (…) Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América  de  miseria a nombre de la libertad.[1]  A fines del mismo siglo, José Marti,  apóstol de la independencia de Cuba, cayo combatiendo en Dos Ríos,  (…) para impedir a tiempo con la independencia de Cuba, que los Estados Unidos se extiendan y caigan con esa fuerza sobre las tierras de América.[2] 
Los Estados Unidos de América  surgen como consecuencia  de la guerra de las Trece Colonias inglesas, en su Declaración de Independencia del 4 de julio de 1776 se establece lo siguiente:
Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales, que son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables, que entre éstos  están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, que para garantizar estos derechos se instituyen  entre los hombres, los gobiernos que derivan sus poderes  legítimos del consentimiento de los gobernados, que cuando quiera que una forma de gobierno se haga  destructora  de estos principios, el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno  que se funde  en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores  probabilidades  de alcanzar su seguridad y felicidad(...)[3] En dicha Declaración, refiriéndose a Inglaterra, plantean lo siguiente: (...) Desean impedir nuestro comercio con todas las partes del mundo (...) quitarnos nuestras cartas, aboliendo nuestras leyes más estimables y alterando fundamentalmente las formas de nuestro gobierno[4].
En 1767, una década antes de que las Trece Colonias inglesas declararan su independencia, Benjamín Franklin, uno de sus padres fundadores, escribió acerca de la necesidad  de colonizar el valle de Mississipi: (...) para ser usado contra Cuba o México mismo (...)[5]
Con anterioridad a la Guerra de las Trece Colonias por su Independencia, muchas tribus de indios que habitaban en la costa del Atlántico habían sido aplastadas, vencidas y prácticamente exterminadas debido, en lo fundamental, a la falta de unidad entre ellas y a la superior fuerza de los blancos. Fueron varios los métodos  y engaños empleados para conseguirlo: propiciar rivalidades internas que le debilitasen, hacerlos firmar tratados en los cuales renunciaban a sus tierras y las cedían por sumas ridículas, que luego le pagaban con baratijas.
Los hombres blancos o  caras pálidas del oeste norteamericano despojaron de sus tierras y exterminaron a cerca de once millones de cheyennes, cherokeees, seminolas, sioux apaches, iroqueses y otros e  hicieron celebre la frase de que el único indio bueno era el indio muerto.  Theodore Roosevelt al referirse a tales  hechos dijo:  El blanco estaba decidido a adueñarse de la tierra.(…) El indio, por su parte, se hallaba inquebrantablemente resuelto.(…) luchando hasta morir(…) Sin ficciones ni disimulos, se apelaba a la fuerza para obligar a las tribus a aceptar convenios de despojo.(…) La tierra se tomaba en beneficio de la humanidad. Esta era blanca, no piel roja. Es una torpe, perversa y estúpida moralidad la que prohíbe prácticas de conquistas que convierten los continentes en asiento de poderosas y florecientes naciones civilizadas.[6]
Recién constituido el Estado, se puso de manifiesto su vocación creciente por la expansión territorial, hasta el punto que, en 1778, John Adams, importante figura  de la guerra de independencia  y segundo presidente  de ese país, exigió  la conquista de Canadá, Nueva Escocia y Florida, y manifestó: Nuestra posición no será nunca sólida hasta que Gran Bretaña no nos ceda lo que la naturaleza nos destinó a nosotros o hasta que nosotros mismos  no le arranquemos esas posiciones (...)[7]  
El famoso historiador norteamericano Carl N. Degler, en su libro Historia de los Estados Unidos, considerado un clásico de la historiografía estadounidense, al caracterizar el proceso de expansión territorial de Estados Unidos en el siglo XIX, hace referencia a una declaración formulada en el Congreso Demócrata Estatal de 1844, en la que se expresa׃ Abrid paso porque el joven búfalo desea ampliar su hermoso pasto. No le bastan sus tierras y quiere extenderlas y conseguir un fresco refugio veraniego. Y yo os digo que le daremos Oregón para que tenga sombra en verano y la región de Texas, para sus pastos de invierno. Y como es característico en su raza y también le agrada el olor salino, podrá disponer de dos océano׃ el poderoso Pacifico y el turbulento Atlántico serán para el (…) No detendrá su carrera hasta que aplaque su sed en el frío océano. [8]
El joven búfalo, en menos de 70 aňos a partir de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América amplio su extensión territorial en más de diez veces.[9]  De la extensión alcanzada (9,5 millones de kilómetros cuadrados), algo más de 6,5 millones de kilómetros cuadrados se encuentran en los límites territoriales de Estados Unidos y alrededor de 3,0 millones de kilómetros cuadrados son posesiones fuera de sus fronteras.
El destacado político norteamericano John Adams, vicepresidente de Estados Unidos en 1789, reelegido en 1792 y electo presidente en el periodo 1796 – 1800, en carta fechada el 23 de junio de 1783, dirigida a Robert R. Livingston, , uno de los principales colaboradores de Thomas Jefferson en la redacción de la Declaración de Independencia y firmante de la Constitución de Estados Unidos por el Estado de New Jersey, expuso que (…) es casi imposible resistir la convicción de que la anexión de Cuba a nuestra Republica Federal será indispensable.[10]
La guerra de las Trece Colonias estimulo la economía criolla al florecer con rapidez el comercio de los rebeldes norteamericanos en Cuba. En 1779 se estableció en La Habana el primer agente especial de Estados Unidos en América Latina, Robert Smith, con la misión de cooperar con los corsarios norteamericanos e interceder por ellos ante las autoridades españolas en caso necesario. A pesar de la ayuda que habían prestado España y Francia a los norteamericanos en su lucha por la independencia, para esa fecha se pusieron de manifiesto las primeras pretensiones anexionistas sobre Cuba. Recién constituida la nación del norte, Benjamín Franklin expuso la conveniencia de apoderarse de las Sugars Islands, con el propósito de organizar un monopolio de la industria azucarera.[11] 
En 1787, Alexander Hamilton, Secretario del Tesoro, uno de los padres fundadores de esa nación exhortó a que su país creara un gran sistema norteamericano, superior al dominio de toda fuerza trasatlántica, y para lograrlo recomendaba: “La creación  de un imperio continental americano que incorpore a la unión los demás territorios de América, aún bajo  el dominio colonial  de potencias europeas, o las coloque, al menos bajo su hegemonía”[1][12]
Para el logro de tan apetentes objetivos en 1795 le arrebató a España el territorio al norte de la Florida, en 1803 le compró a Napoleón el territorio de Luisiana, en 1810 despoja a España de la Florida Occidental. Entre 1847 y 1853 le arrebata  por la fuerza a México los territorios de Texas, Oregón y California. En 1867 compro al Zar de Rusia la Península de Alaska[13].
En 1805, en una nota al Ministro de Inglaterra en Washington, el presidente Thomas Jefferson emitió las primeras declaraciones de carácter oficial, donde expresaba su interés de apoderarse de Cuba: (…) En caso de guerra entre Inglaterra y España, los Estados Unidos se apoderaran de Cuba por necesidades estratégicas para la defensa de Louisiana y de la Florida. (…)[14]
En 1810, siendo James Madison presidente, llego a Cuba un agente especial norteamericano para establecer contacto con elementos anexionistas y realizar actividades conspirativas. En ese propio año, el mandatario estadounidense oriento a su ministro en Londres, Willianm Piecknay, poner en conocimiento de la administración de ese país que:
(…) La posición de Cuba da a los Estados Unidos un interés tan profundo en el destino de esa isla, que aunque pudieran permanecer inactivos, no podrían ser espectadores satisfechos de su caída en poder de cualquier gobierno europeo que pudiera hacer de esa posición un punto de apoyo contra el comercio y la seguridad de los Estados Unidos.(…)[15] Madison fue más cauteloso que Jefferson, pero no cejo en el empeño anexionista.
En los  primeros aňos de la década del 20, los anexionistas criollos gestionaron el respaldo norteamericano a sus intereses esclavistas. En febrero de 1822, el agente comercial de Washington en La Habana alentaba la idea de la anexión en una carta dirigida al senador C.A.Rodney. El integrante del gabinete de gobierno, John C.Calhoun, defendió el criterio de anexar la Isla con el apoyo del ex presidente Jefferson, quien dijo en 1823:
(…) Confieso francamente haber sido siempre de la opinión que Cuba seria la adición mas interesante que pudiera hacerse a nuestro sistema de Estados. El dominio que, con el promontorio de la Florida, nos diera esta isla sobre el golfo de México, sobre los Estados y el istmo que lo rodean, y sobre los ríos que desembocan, llenarían por completo la medida de nuestro bienestar político.(…)[16]
Temeroso de una acción que pudiera conducir a la guerra con Inglaterra, el Secretario de Estado John Quince Adams, se opuso a toda acción que pudiera desencadenarla. Las discrepancias sobre la decisión a adoptarse se dilataron hasta abril de 1823, cuando un enviado especial llegó a Cuba con la misión de conocer la situación política y, sin identificarse con ninguna corriente, informar a Adams cualquier propuesta que pudiera originarse. En tales circunstancias surgió la conocida política de la fruta madura. En las instrucciones enviadas al ministro de Estados Unidos en España, con fecha 28 abril de 1823, John Quince Adams especificaba:
El traspaso de Cuba a Gran Bretaña seria un acontecimiento muy desfavorable a los intereses de esta Unión (…) La cuestión tanto de nuestro derecho y de nuestro poder para evitarlo, si es necesario por la fuerza, ya se plantea insistentemente en nuestros consejos, y el gobierno se ve obligado en el cumplimiento de sus deberes hacia la Nación, por lo menos a emplear todos los medios a su alcance para estar en guardia contra él e impedirlo. (…) En el propio documento se exponía que— Estas islas (Cuba y Puerto Rico) por su posición local son apéndices naturales del continente norteamericano, y una de ellas, la isla de Cuba, casi a la vista de nuestras costas, ha venido a ser, por una multitud de razones, de trascendental importancia para los intereses políticos y comerciales de nuestra Unión. Mas adelante señalaba— Cuando se echa una mirada hacia el curso que tomaran probablemente los acontecimientos en los próximos cincuenta anos, casi es imposible resistir la convicción de que la anexión de Cuba a nuestra Republica Federal será indispensable para la continuación de la Unión y el mantenimiento de su integridad (…)[17]
En esta carta John Quince Adams, formulo la política de la fruta madura: Cuba, al igual que una manzana madura cae de un árbol, inevitablemente al desmembrarse de España caería bajo el dominio de los Estados Unidos. El 2 de diciembre de ese mismo aňo James Monroe, Presidente de los Estados Unido estableció la Doctrina Monroe. Estados Unidos asume unilateralmente el papel de protector de la independencia de las naciones recién liberadas del dominio colonial hispano.
La Batalla de Ayacucho (1824)  donde fueron derrotadas las ultimas tropas españolas en Suramérica, alentó a los independentistas cubanos, conocedores de los esfuerzos de Bolívar por excluir a Estados Unidos y consolidar una fuerte confederación que incluía sus anhelos por liberar a Cuba y Puerto Rico. En 1825 fuerzas de México y Colombia laboraban por arrancar a Cuba de la soberanía de España. Estados Unidos se opuso con energía a tales propósitos.  Henry Clay, entonces Secretario de Estado de la administración de Quince Adams, en una instrucción del 27 de abril de ese año señalo:
Los Estados Unidos prefieren que Cuba y Puerto Rico permanezcan dependientes de España… están satisfechos con la condición actual de estas islas en manos de España y sus puertos abiertos a nuestro comercio como ahora lo están. Este gobierno no desea ningún cambio político que afecte la actual situación. (…)[18]
Las gestiones de Bolívar y de otros gobernantes de las nuevas republicas latinoamericanas para ayudar la causa de la independencia de Cuba, ocasionaron profundos temores a la administración estadounidense. Con vistas al Congreso de Panamá, Bolívar envió directivas a los participantes con el objetivo de buscar consenso y aprobar la creación de una fuerza militar para liberar a Cuba y Puerto Rico, tentativa a la que se opuso el gobierno de los Estados Unidos. Refiriéndose a ello, el general José Antonio Páez, quien sería el jefe de la proyectada fuerza, apuntó en sus memorias: El gobierno de Washington, lo digo con pena, se opuso de todas veras a la independencia de Cuba (…) ninguna potencia, ni aun la misma España, tiene en todo sentido un interés tan alto como los Estados Unidos en la suerte futura de Cuba.(…)[19]
En 1826, el senador John Holmes expreso en el Senado la opinión del Congreso y del Ejecutivo sobre los planes de Bolívar: ¿Podremos permitir que las islas de Cuba y Puerto Rico pasen a manos de esos hombres embriagados con la libertad que acaban de adquirir? ¿Cuál tiene que ser nuestra política? Cuba y Puerto Rico deben quedar como están. (…)[20]
En 1831 más de la tercera parte del comercio cubano se efectuaba con Estados Unidos, cuyos barcos controlaban las transportaciones marítimas de la Isla, y por tanto su gobierno compartía con los reformistas criollos el deseo de suprimir los derechos discriminatorios sobre el tráfico mercantil entre las dos partes. El Secretario de Estado, Livingston, escribió al respecto: El gran objeto que persigue nuestro gobierno en relación a Cuba es un comercio libre y sin trabas, sobre las bases actuales, pero desembarazado de los derechos discriminatorios. (…)[21]
La presión de Estados Unidos sobre España obtuvo éxito momentáneo cuando fueron rebajados  los derechos aduanales de los productos norteamericanos,  aunque pocas semanas después, fueron aumentados hasta el 30 por ciento de su valor. El Congreso estadounidense respondió elevando el aplicado a los buques españoles y creó uno especial para el café cubano, con lo que su producción quedó prácticamente arruinada, perjudicándose el comercio bilateral.
En la década del 30, una influyente parte de los hacendados cubanos se dio cuenta de que la introducción de la maquina de vapor, en la industria azucarera acercaba el día de la sustitución del esclavo por el obrero asalariado. A esa convicción de los más previsores se unía un motivo mas generalizado, el temor a que el aumento de la población negra provocara una rebelión de los mismos. 
A partir de 1841, después que la población africana sobrepasaba a la blanca, las sublevaciones se hicieron más continuas, extensas y peligrosas. Predominaba entre los hacendados el movimiento anexionista, cuya base y antecedentes radicaban en los pronunciamientos y gestiones realizadas por los gobernantes y otras personalidades norteamericanas desde finales del siglo XVIII.
El papel de defensor de España y enemigo de Cuba asumido por Estados Unidos alcanzo proyecciones agudísimas en 1840 cuando, al tratar de anular el peligro inglés, el Secretario de Estado del presidente Van Buren manifestó a España, por conducto de su encargado de negocios en Madrid:
Esta usted autorizado para asegurar al gobierno español que, caso de que se efectúe cualquier tentativa, de donde quiera que proceda, para arrancar a España esta porción de su territorio, puede él contar con los recursos militares navales de los Estados Unidos para ayudar a su nación, así para recuperar la Isla para mantenerla en su poder. (…) [22]
En 1845 se proclama el Destino Manifiesto, misión histórica inevitable que se atribuye los Estados Unidos de dominar la América.
En 1847 James Knok Polk, presidente norteamericano, en un editorial del Periódico Sun The New York publicó que: Por su posición geográfica, por necesidad y derecho, Cuba pertenece a Estados Unidos, puede y debe ser nuestra. Ha llegado el momento de colocarla en nuestras manos y bajo nuestra bandera[23]   
Varios presidentes norteamericanos procuraron la compra de Cuba a los españoles: Polk en 1848 y Pierce en 1853. Junto a sus ofertas y a las ocasiones en que la Isla sirvió como garantía a los compromisos del gobierno español, se añade que aquellas en que Estados Unidos propuso empréstitos a España a cambio de un consentimiento de sesión temporal.  
Las principales acciones anexionistas se llevaron a cabo a partir de 1846, siempre vinculadas a representantes de los intereses esclavistas del sur. Este movimiento, unido al disgusto que producía en Cuba el régimen absolutista, dio lugar a varias conspiraciones y expediciones que, con fachada de independentistas, se efectuaron entre 1846 y 1855, destacándose el papel anexionista de Narciso López, de quien dijo José Marti: (…) Walker fue a Nicaragua por los Estados Unidos; por los Estados Unidos, fue López a Cuba.(…)[24]
En 1857 asumió la presidencia estadounidense James Buchanan, quien había desarrollado su campaña electoral a partir de 1854, empleando como fundamental argumento en su plataforma electoral, la compra de Cuba. Para ello  publicó el Manifiesto de Ostende. La esencia de este documento, redactado en 1854, quedó resumida en las siguientes palabras:
Los Estados Unidos deben comprar a Cuba por su proximidad a nuestras costas, porque pertenecía naturalmente  a ese grupo de estados de los cuales la Unión era la providencial casa de maternidad, porque dominaba la boca del Mississipi cuyo inmenso y creciente comercio tiene que buscar esa ruta al océano, y porque la Unión no podría nunca gozar de reposo, no podría nunca estar segura, hasta que Cuba estuviese dentro de sus fronteras. (…)[25] 
Carlos Marx analizó con gran precisión la política de los intereses sureños y sus aspiraciones expansionistas hacia México y el Caribe, cuando expuso:
El interés de los esclavistas sirvió de estrella polar a la política de los Estados Unidos, tanto en lo exterior como en lo interno. Buchanan, en realidad, había comprado el puesto de Presidente mediante la publicación del Manifiesto de Ostende, con el cual la adquisición de Cuba, sea mediante el hurto o la fuerza de las armas, se proclamó como la gran tarea nacional. Bajo su gobierno, el norte de México fue ya dividido entre los especuladores de tierra estadounidenses, que esperaban con impaciencia la señal para caer sobre Chihuahua, Coahuila y Sonora. Las revoltosas y piráticas expediciones de los filibusteros contra los Estados de la América Central estaban dirigidas nada menos que desde la Casa Blanca de Washington. (…)[26]
La Guerra de Secesión  de Estados Unidos de América (1861 -1865); la firma del Tratado Lyon Seward por los gobiernos de Norteamérica e Inglaterra, prohibiendo el comercio de esclavos; la proclamación de la abolición de la esclavitud por Abrahán Lincoln y; los fracasos del reformismo en 1867 y de España por restaurar su dominio en América constituyeron el entorno en que surgió el pensamiento patriótico revolucionario en el grupo más radical de la burguesía y terratenientes criollos, que encabezó la Guerra de los Diez Años por la independencia de Cuba..
Poco después de iniciada la contienda bélica, España reclamó del gobierno norteamericano la represión de las actividades de la emigración cubana en apoyo a la lucha. Mientras con gran dificultad los emigrados lograban alquilar viejos buques y enviar modestos recursos al Ejército Libertador, el gobierno de los Estados Unidos comenzó la fabricación para su venta a España de 30 potentes cañoneras destinadas a impedir las expediciones desde el exterior por los insurgentes cubanos.
El norteamericano Thomas Jordán, mayor general del Ejercito Libertador que llegó a desempeñar el cargo de jefe de dicho ejército, denunció el fariseísmo del gobierno de Estados Unidos, cuando dijo:
Los españoles están peleando con armas compradas en Maiden Lane, en casa de Shurley, Harley & Graham, y a nosotros en todo un ano no nos ha sido permitido comprar nada (…) quisiera ver cambiada la infame ley de neutralidad —de Estados Unidos— Esa infame ley de ayuda a los españoles a quedarse en Cuba, y que se opone a que los cubanos se defiendan. (…)[27]
A fines de 1869, el presidente norteamericano, Ulises Grant, planteó que no se reconocería la beligerancia cubana y autorizó la venta de las cañoneras a España, lo cual dificultó aun más el envío y arribo de las expediciones marítimas a la Isla.
Desde los primeros momentos de la lucha, Carlos Manuel de Céspedes reclamó de los países del continente americano el reconocimiento a la guerra de los  patriotas cubanos, a la que el gobierno de Chile había dado su apoyo antes de iniciarse. En 1869, Benito Juárez, quien junto a su pueblo mexicano enfrentaba la intervención extranjera, lo hizo. Brasil, Guatemala, Bolivia y el Salvador también apoyaron,  en tanto Colombia, Perú y Venezuela enviaron algunas expediciones a principios de la contienda.
La posición estadounidense fue severamente criticada por Carlos Manuel de Céspedes, quien en carta a Ulises Grant, presidente norteamericano, le expreso:
Las ideas que defienden los cubanos y la forma de gobierno que han establecido, escrita en la constitución por ellos promulgada, hacen por lo menos obligatorio a los Estados Unidos mas que a algunas otras (naciones civilizadas) el inclinarse a su favor. Si por exigencias de humanidad y civilización todas las naciones están obligadas a interesarse por Cuba, pidiendo la regularización de la guerra que sostiene con España, los Estados Unidos tienen el deber que le imponen los principios políticos que profesan, proclaman y difunden.(…)[28]  
La misiva no tuvo respuesta oficial. Sin embargo, el Secretario de Estado, Hamilton Fish, fijo la posición de su gobierno al negarse a recibir a José Morales Lemus, representante oficial del gobierno de la Republica de Cuba en Armas, el 24 marzo de 1869, alegando lo siguiente: 
Nosotros nos proponemos proceder de completa buena fe con España, y cualquiera que pudieran ser nuestras simpatías por un pueblo que, en cualquier parte del mundo, luche por gozar de un gobierno mas liberal, no deberíamos apartarnos de nuestro deber para con otros gobiernos amigos, ni apresurarnos a reconocer prematuramente un movimiento revolucionario antes de que haya manifestado capacidad de sostenerse por si mismo y un cierto grado de estabilidad.(…) [29]
Céspedes no necesito mucho tiempo para llegar a la convicción de que nada tenía que esperar los independentistas cubanos del gobierno de los Estados Unidos de América. Al percatarse de ello, expresó:  Por lo que respecta a los Estados Unidos tal vez este equivocado, pero en mi concepto su gobierno a lo que aspira es a apoderarse de Cuba sin complicaciones peligrosas para su nación (…) este es el secreto de su política. (…)[30]
Al corroborar sus temores, Carlos Manuel de Céspedes, ordenó el cierre de la representación diplomática del gobierno de la República de Cuba en Armas en Estados Unidos, y expuso que:
No era posible que por mas tiempo soportásemos el desprecio con que nos trata el gobierno de los Estados Unidos, desprecio que iba en aumento mientras más sufridos nos mostrábamos nosotros. Bastante tiempo hemos hecho el papel del pordiosero a quien se niega repetidamente la limosna y en cuyos hocicos por último se cierra con insolencia la puerta.(…) no por débiles y desgraciados debemos dejar de tener dignidad. (…)[31]
Desde 1868 – 1878 la política  de los sucesivos gobiernos de Andrew Jonson, Ulises S. Grant, Rutherford B Hayes, se mantuvo contraria a reconocer el esfuerzo y sacrificio de los patriotas cubanos, su beligerancia y lucha por la independencia de España. Esto evidenció a los patriotas cubanos que en su afán de obtener su independencia debían enfrentar a dos enemigos: España y Estados Unidos de América. 
En 1878  William Evarts, Secretario de Estado, propuso el pretendido derecho de los Estados Unidos a defender las vidas y propiedades de sus ciudadanos en cualquier país extranjero (Doctrina Evarts). El derecho a defender la vida de los ciudadanos estadounidenses, los intereses y propiedades de dicho país, ha sido el pretexto esgrimido  para enmascarar sus agresiones e intervenciones militares contra otros países en diferentes partes del hemisferio durante todo el siglo XX y aun en los inicios del siglo XXI.
La culminación de la Guerra de los Diez Aňos agravó significativamente la situación colonial de Cuba. El cambio de la correlación de fuerzas a escala internacional, a favor de Inglaterra y Francia, afianzó a estas como potencias y agudizó la posición rezagada de España. Estados Unidos, al acecho del menor síntoma que le permitiera apoderarse de Cuba, no desaprovechó esta oportunidad.
El 16 de marzo de 1889 en un articulo publicado en The Manufacture de Filadelfia, con el titulo  ¿Queremos a Cuba? Se calificó a los cubanos de seres indeseables, afeminados, perezosos, incapaces, inmorales y que su falta de fuerza viril e indolencia era la causa por lo que estaba sometida a España, que la única esperanza era americanizar por completo la Isla cubriéndola con gente de su raza. A este despreciable artículo respondió José Martí con su Vindicación a Cuba, donde expuso:
Hay cubanos que por móviles respetables, por más admiración ardiente al progreso y la libertad, por el presentimiento de sus propias fuerzas en mejores condiciones políticas, por el desdichado desconocimiento de la historia y tendencias de la anexión, desearían ver la Isla ligada a los Estados Unidos. Pero los que han peleado en la guerra, y han aprendido en los destierros; los que han levantado, con el trabajo de las manos y la mente, un hogar virtuoso en el corazón de un pueblo hostil; los que por su mérito reconocido como científicos y comerciantes, como empresarios e ingenieros, como maestros, abogados, artistas, periodistas, oradores y poetas, como hombres de inteligencia viva y actividad poco común, se ven honrados dondequiera  que ha habido ocasión para desplegar sus cualidades, y justicia para entenderlos; los que, con sus elementos menos preparados, fundaron una ciudad de trabajadores donde los Estados Unidos no tenían antes más que unas cuantas casuchas en un islote desierto; esos, más numerosos que los otros, no desean la anexión de Cuba a los Estados Unidos. No la necesitan.”[32]
Meses después, el 14 diciembre de 1889, en carta a Gonzalo de Quesada, Martí le expone: 
Sobre nuestra tierra, Gonzalo, hay otro plan mas tenebroso que lo que hasta ahora conocemos y es el inicuo de forzar a la Isla, de precipitarla, a la guerra, para tener pretexto de intervenir en ella, y con el crédito de mediador y de garantizador, quedarse con ella. Cosa más cobarde no hay en los anales de los pueblos libres: Ni maldad más fría. ¿Morir, para dar pie en que levantarse a estas gentes que nos empujan a la muerte para su beneficio?[33]
El presidente de los Estados Unidos en el periodo 1893 – 1897, Stephen Grover Cleveland (Demócrata) en carta a su Secretario Richard Olney, fechada el 26 de marzo de 1900, refiriéndose a las ventajas de adquirir la Isla de Cuba dijo:  Me temo que Cuba debiera ser sumergida por algún tiempo antes de que pudiera ser un estado, territorio o colonia de los Estados Unidos del que estuviéramos especialmente orgullosos.[34]
La Isla de Cuba dependía económicamente del mercado norteamericano con quien comerciaba más del 90 por ciento de sus productos, situación que la convertía en una colonia con dos metrópolis: en lo político, España y en lo económico, Estados Unidos.
La situación económica y social de Cuba colonial a inicios de 1890 se resume en la deuda pública de las autoridades españolas en la Isla que era de 100 millones de pesos oro. Más del 40 por ciento de los ingresos tenían que dedicarse a amortizar dicha deuda. La distribución del 60 por ciento restantes de los ingresos no podía ser más arbitraria: los gastos de guerra, marina y guardia civil ascendía a casi el 37 y para el resto de las necesidades se dedicaba el 22,5. A la instrucción pública solo se dedicaba el 1,4 por ciento. Téngase en cuenta que el 76, 3 por ciento de los habitantes eran analfabetos. En 1894 solo el 10 por ciento de la población escolar recibía enseñanza en instituciones del Estado. De toda la población que no alcanzaba el 1,6 millón de habitantes, mas de 91 000 vivían de parásitos del Estado. Los criollos no tenían acceso a los empleos públicos ni se podían dedicar al comercio.
Los empresarios norteamericanos introdujeron centrales azucareros modernos, empezaron a dominar el transporte ferroviario, la luz eléctrica y otros servicios básicos. A partir de 1884 comenzaron a exportar minerales hacia Estados Unidos. En ese año el mercado norteamericano absorbía el 85 por ciento del total de la producción cubana y el 94 de todo el azúcar. En 1894, Cuba exportaba a España solo $8 381 661 y a Estados Unidos $93 410 411. Ese año importó desde España $30 620 210 y desde Estados Unidos $32 948 200. Al reiniciarse la guerra en 1895 los norteamericanos tenían invertidos en Cuba, valores por 50 millones de dólares.  Tal es así, que durante la guerra de 1895, los magnates del monopolio azucarero Havemayer, dijeron que si los gobernantes de Estados Unidos no intervenían en Cuba, sus 11 mil accionistas serían capaces de formar un ejército para conquistar a Cuba.
A inicios de 1898, la derrota de España era solo cuestión de tiempo, en ella determinaron el dominio del Teatro de Operaciones Militares por el Ejercito Libertador y el agotamiento económico, físico y moral de las tropas españolas. La oportunista intervención militar norteamericana solo acelero el fin del dominio colonial. El Almirante Pascual Cervera, jefe de la escuadra hispana sacrificada en Santiago de Cuba, dijo:
Me pregunto si me es lícito callar y hacerme solidario de las aventuras que causaran, si ocurren, la total ruina de España, y todo por defender una isla que fue nuestra, porque aύn cuando no la perdiésemos de derecho con la guerra, la tenemos perdida de hecho (…) defendiendo un ideal que ya solo es romántico. (…)[35]
Víctor M. Concas, Jefe de Estado Mayor de la Flota del almirante Cervera, fue mas categórico y concluyente cuando escribió: Aunque los escritores norteamericanos pretendan negarlo, la insurrección de Cuba había terminado la guerra, y la Isla no era ya nuestra, como dijo el almirante Cervera en la carta del 26 febrero 1898. (…) [36]
España capituló el 12 de agosto de 1898, el 10 diciembre se firmó el Tratado de Paris. El primero de enero 1899 fue arriada la bandera española e izada la norteamericana, se iniciaba la ocupación militar de la Isla por tropas extranjeras. Con profundo pesar y proféticas palabras, el mayor general y General en Jefe del Ejercito Libertador de Cuba sentenció para la historia en su Diario de Campaňa:
Tristes se han ido ellos y tristes hemos quedado nosotros, porque un poder extranjero los ha sustituido. Yo sonaba con la paz con España, yo esperaba despedir con respeto a los valientes soldados españoles, con los cuales nos encontramos siempre frente a frente en los campos de batalla(…) Pero los americanos han amargado con su tutela impuesta por la fuerza, la alegría de los cubanos vencedores, y no supieron endulzar la pena de los vencidos. La situación pues, que se le ha creado a este pueblo, de miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en todos sus actos de soberanía, es cada vez mas aflictiva, y el día que termine tan extraña situación, es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatía. (…)[37] 
En el siglo XIX los Estados Unidos de Norteamérica violaron los derechos, amenazaron y agredieron a muchos pueblos en América Latina y el Caribe, África, Asia y Europa.  Las políticas de la fruta madura, el Destino Manifiesto o fatalismo geográfico, el monroísmo, las intervenciones militares, la intromisión en los asuntos internos y la imposición de dictaduras militares, fueron rasgos que caracterizaron las ansias de apropiarse del territorio de otros países, entre ellos, con mucha fuerza, Cuba.
El siglo XX comenzó con una Cuba intervenida por el gobierno de Estados Unidos, quien facilitó a los geófagos estadounidenses adquirir grandes extensiones de suelo fértil por medio de la compra, a precios irrisorios, de tierras de propietarios arruinados y aquellas de la Metrópoli española que debían haber pasado al patrimonio de la nación cubana. Con la ocupación de nuestro país, Estados Unidos sentó las bases para su creciente penetración en los servicios públicos, la producción y las finanzas de una colonización de nuevo tipo: una neocolonia, que duró hasta el primero de enero de 1959, cuando triunfó la Revolución cubana, a partir de ese momento comienza una nueva historia, que resultara contenido para un nuevo  trabajo.


Raúl Izquierdo Canosa es Doctor en Ciencias. Es presidente del Instituto de Historia de Cuba y de la Unión de Historiadores de Cuba

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