Pretensiones
históricas del águila imperial en el siglo XIX
Raúl Izquierdo Canosa
Raúl Izquierdo Canosa
El enfrentamiento entre los Estados Unidos de
América y Cuba es un fenómeno histórico que data de la segunda mitad
del siglo XVIII y tiene su esencia en las pretensiones del primero,
que durante más de dos siglos le han querido imponer a la Isla sus
concepciones hegemónicas y geopolíticas, desconociendo el derecho de
ésta a su independencia, soberanía y a establecer el régimen
económico, político y social que considere más conveniente.
Hay algunos, que desconociendo la verdadera
esencia de dicho fenómeno, tratan de argumentar que tales
diferencias surgieron con el triunfo del 1ro enero de 1959 y el
establecimiento de un Gobierno Revolucionario dirigido por el
Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. Nada más superficial y ajeno a
toda realidad. Indudablemente, que es a partir de ese momento en que
el pueblo cubano recupera su verdadera y plena independencia y
ejerce su derecho soberano nacional e internacionalmente. La
conquista de esa libertad de acción y actuación lo apartó de los
marcos y cánones de conducta establecida por los gobernantes
estadounidenses para la Isla, y por tanto cayó en franca
contradicción con la política del imperio, agudizándose el
conflicto, entrando en una nueva etapa, que aun perdura.
Durante dos siglos, en las relaciones
bilaterales ha primado la política hostil norteamericana,
evidenciada en sus constantes amenazas, agresiones y provocaciones
de todo tipo: en el siglo XIX para impedir o frustrar la obtención
de la independencia del colonialismo español; luego, en la primera
mitad del siglo XX, interviniendo sistemáticamente en los asuntos
internos de Cuba e incluso empleando sus fuerzas armadas, imponiendo
regímenes dictatoriales en contra de la voluntad del pueblo cubano,
introduciendo su capital financiero para apoderarse de las mejores
y mas productivas tierras, monopolizando el control de los
principales servicios públicos: el banco, la electricidad, el
teléfono, el transporte y otros. En la segunda mitad del siglo XX,
apoyaron a Fulgencio Batista después del golpe de estado del 10 de
marzo de 1952, le brindaron asistencia militar y apoyo logístico,
suministrando armas, municiones y asesores militares, facilitando el
territorio de la Base Naval de Caimanera para que los aviones de la
Fuerza Aérea batistianas bombardearan, asesinaran y destruyeran las
viviendas de los campesinos indefensos. Al triunfo de la Revolución
sirvió de refugio seguro a los asesinos, malversadores, prófugos de
la justicia revolucionaria a los que no solo acogió, sino les ha
permitido conspirar con toda impunidad para tratar de derrocar el
Gobierno Revolucionario establecido por el pueblo cubano. Desde el
territorio de los Estados Unidos de América se efectuaron y
continúan realizando acciones agresivas en contra de nuestro país.
Dos prominentes luchadores de la América Latina del siglo XIX,
sentenciaron con inobjetable visión y precisión de futuro, lo que
Estados Unidos de América estaba llamado a ser y hacer en detrimento
de los destinos de la humanidad. Simón Bolívar, el Libertador de
América, a fines de la segunda década de ese siglo dijo: (…) Los
Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la
América de miseria a nombre de la libertad.[1]
A fines del mismo siglo, José Marti, apóstol de la independencia
de Cuba, cayo combatiendo en Dos Ríos, (…) para impedir a tiempo
con la independencia de Cuba, que los Estados Unidos se extiendan y
caigan con esa fuerza sobre las tierras de América.[2]
Los Estados Unidos de América
surgen como consecuencia de la guerra de las Trece Colonias
inglesas, en su Declaración de Independencia del 4 de julio de 1776
se establece lo siguiente:
Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son
creados iguales, que son dotados por su creador de ciertos derechos
inalienables, que entre éstos están la vida, la libertad y la
búsqueda de la felicidad, que para garantizar estos derechos se
instituyen entre los hombres, los gobiernos que derivan sus
poderes legítimos del consentimiento de los gobernados, que cuando
quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos
principios, el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla e
instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a
organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las
mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad(...)[3]
En dicha Declaración, refiriéndose a Inglaterra, plantean lo
siguiente: (...) Desean impedir nuestro comercio con todas las
partes del mundo (...) quitarnos nuestras cartas, aboliendo nuestras
leyes más estimables y alterando fundamentalmente las formas de
nuestro gobierno[4].
En 1767, una década antes de que las Trece Colonias inglesas
declararan su independencia, Benjamín Franklin, uno de sus padres
fundadores, escribió acerca de la necesidad de colonizar el valle
de Mississipi: (...) para ser usado contra Cuba o México mismo (...)[5]
Con anterioridad a la Guerra de las Trece Colonias por su
Independencia, muchas tribus de indios que habitaban en la costa del
Atlántico habían sido aplastadas, vencidas y prácticamente
exterminadas debido, en lo fundamental, a la falta de unidad entre
ellas y a la superior fuerza de los blancos. Fueron varios los
métodos y engaños empleados para conseguirlo: propiciar rivalidades
internas que le debilitasen, hacerlos firmar tratados en los cuales
renunciaban a sus tierras y las cedían por sumas ridículas, que
luego le pagaban con baratijas.
Los hombres blancos o caras
pálidas del oeste norteamericano despojaron de sus tierras y
exterminaron a cerca de once millones de cheyennes, cherokeees,
seminolas, sioux apaches, iroqueses y otros e hicieron celebre la
frase de que el único indio bueno era el indio muerto. Theodore
Roosevelt al referirse a tales hechos dijo: El blanco estaba
decidido a adueñarse de la tierra.(…) El indio, por su parte, se
hallaba inquebrantablemente resuelto.(…) luchando hasta morir(…) Sin
ficciones ni disimulos, se apelaba a la fuerza para obligar a las
tribus a aceptar convenios de despojo.(…) La tierra se tomaba en
beneficio de la humanidad. Esta era blanca, no piel roja. Es una
torpe, perversa y estúpida moralidad la que prohíbe prácticas de
conquistas que convierten los continentes en asiento de poderosas y
florecientes naciones civilizadas.[6]
Recién constituido el Estado, se puso de manifiesto su vocación
creciente por la expansión territorial, hasta el punto que, en 1778,
John Adams, importante figura de la guerra de independencia y
segundo presidente de ese país, exigió la conquista de Canadá,
Nueva Escocia y Florida, y manifestó: Nuestra posición no será nunca
sólida hasta que Gran Bretaña no nos ceda lo que la naturaleza nos
destinó a nosotros o hasta que nosotros mismos no le arranquemos
esas posiciones (...)[7]
El famoso historiador norteamericano Carl N. Degler, en su libro
Historia de los Estados Unidos, considerado un clásico de la
historiografía estadounidense, al caracterizar el proceso de
expansión territorial de Estados Unidos en el siglo XIX, hace
referencia a una declaración formulada en el Congreso Demócrata
Estatal de 1844, en la que se expresa׃
Abrid paso porque el joven búfalo desea ampliar su hermoso
pasto. No le bastan sus tierras y quiere extenderlas y conseguir un
fresco refugio veraniego. Y yo os digo que le daremos Oregón para
que tenga sombra en verano y la región de Texas, para sus pastos de
invierno. Y como es característico en su raza y también le agrada el
olor salino, podrá disponer de dos océano׃
el poderoso Pacifico y el turbulento Atlántico serán para el
(…) No detendrá su carrera hasta que aplaque su sed en el frío
océano.
[8]
El joven búfalo, en menos de 70 aňos a partir de la Declaración de
Independencia de los Estados Unidos de América amplio su extensión
territorial en más de diez veces.[9]
De la extensión alcanzada (9,5 millones de kilómetros cuadrados),
algo más de 6,5 millones de kilómetros cuadrados se encuentran en
los límites territoriales de Estados Unidos y alrededor de 3,0
millones de kilómetros cuadrados son posesiones fuera de sus
fronteras.
El destacado político norteamericano John Adams, vicepresidente de
Estados Unidos en 1789, reelegido en 1792 y electo presidente en el
periodo 1796 – 1800, en carta fechada el 23 de junio de 1783,
dirigida a Robert R. Livingston, , uno de los principales
colaboradores de Thomas Jefferson en la redacción de la Declaración
de Independencia y firmante de la Constitución de Estados Unidos por
el Estado de New Jersey, expuso que (…) es casi imposible resistir
la convicción de que la anexión de Cuba a nuestra Republica Federal
será indispensable.[10]
La guerra de las Trece Colonias estimulo la economía criolla al
florecer con rapidez el comercio de los rebeldes norteamericanos en
Cuba. En 1779 se estableció en La Habana el primer agente especial
de Estados Unidos en América Latina, Robert Smith, con la misión de
cooperar con los corsarios norteamericanos e interceder por ellos
ante las autoridades españolas en caso necesario. A pesar de la
ayuda que habían prestado España y Francia a los norteamericanos en
su lucha por la independencia, para esa fecha se pusieron de
manifiesto las primeras pretensiones anexionistas sobre Cuba. Recién
constituida la nación del norte, Benjamín Franklin expuso la
conveniencia de apoderarse de las Sugars Islands, con el propósito
de organizar un monopolio de la industria azucarera.[11]
En 1787, Alexander Hamilton, Secretario del Tesoro, uno de los
padres fundadores de esa nación exhortó a que su país creara un gran
sistema norteamericano, superior al dominio de toda fuerza
trasatlántica, y para lograrlo recomendaba: “La creación de un
imperio continental americano que incorpore a la unión los demás
territorios de América, aún bajo el dominio colonial de potencias
europeas, o las coloque, al menos bajo su hegemonía”[1][12]
Para el logro de tan apetentes objetivos en 1795 le arrebató a
España el territorio al norte de la Florida, en 1803 le compró a
Napoleón el territorio de Luisiana, en 1810 despoja a España de la
Florida Occidental. Entre 1847 y 1853 le arrebata por la fuerza a
México los territorios de Texas, Oregón y California. En 1867 compro
al Zar de Rusia la Península de Alaska[13].
En 1805, en una nota al Ministro de Inglaterra en Washington, el
presidente Thomas Jefferson emitió las primeras declaraciones de
carácter oficial, donde expresaba su interés de apoderarse de Cuba:
(…) En caso de guerra entre Inglaterra y España, los Estados Unidos
se apoderaran de Cuba por necesidades estratégicas para la defensa
de Louisiana y de la Florida. (…)[14]
En 1810, siendo James Madison presidente, llego a Cuba un agente
especial norteamericano para establecer contacto con elementos
anexionistas y realizar actividades conspirativas. En ese propio
año, el mandatario estadounidense oriento a su ministro en Londres,
Willianm Piecknay, poner en conocimiento de la administración de ese
país que:
(…) La posición de Cuba da a los Estados Unidos un interés tan
profundo en el destino de esa isla, que aunque pudieran permanecer
inactivos, no podrían ser espectadores satisfechos de su caída en
poder de cualquier gobierno europeo que pudiera hacer de esa
posición un punto de apoyo contra el comercio y la seguridad de los
Estados Unidos.(…)[15]
Madison fue más cauteloso que Jefferson, pero no cejo en el empeño
anexionista.
En los primeros aňos de la década del 20, los anexionistas criollos
gestionaron el respaldo norteamericano a sus intereses esclavistas.
En febrero de 1822, el agente comercial de Washington en La Habana
alentaba la idea de la anexión en una carta dirigida al senador
C.A.Rodney. El integrante del gabinete de gobierno, John C.Calhoun,
defendió el criterio de anexar la Isla con el apoyo del ex
presidente Jefferson, quien dijo en 1823:
(…) Confieso francamente haber sido siempre de la opinión que Cuba
seria la adición mas interesante que pudiera hacerse a nuestro
sistema de Estados. El dominio que, con el promontorio de la
Florida, nos diera esta isla sobre el golfo de México, sobre los
Estados y el istmo que lo rodean, y sobre los ríos que desembocan,
llenarían por completo la medida de nuestro bienestar político.(…)[16]
Temeroso de una acción que pudiera conducir a la guerra con
Inglaterra, el Secretario de Estado John Quince Adams, se opuso a
toda acción que pudiera desencadenarla. Las discrepancias sobre la
decisión a adoptarse se dilataron hasta abril de 1823, cuando un
enviado especial llegó a Cuba con la misión de conocer la situación
política y, sin identificarse con ninguna corriente, informar a
Adams cualquier propuesta que pudiera originarse. En tales
circunstancias surgió la conocida política de la fruta madura. En
las instrucciones enviadas al ministro de Estados Unidos en España,
con fecha 28 abril de 1823, John Quince Adams especificaba:
El traspaso de Cuba a Gran Bretaña seria un acontecimiento muy
desfavorable a los intereses de esta Unión (…) La cuestión tanto de
nuestro derecho y de nuestro poder para evitarlo, si es necesario
por la fuerza, ya se plantea insistentemente en nuestros consejos, y
el gobierno se ve obligado en el cumplimiento de sus deberes hacia
la Nación, por lo menos a emplear todos los medios a su alcance para
estar en guardia contra él e impedirlo. (…) En el propio documento
se exponía que— Estas islas (Cuba y Puerto Rico) por su posición
local son apéndices naturales del continente norteamericano, y una
de ellas, la isla de Cuba, casi a la vista de nuestras costas, ha
venido a ser, por una multitud de razones, de trascendental
importancia para los intereses políticos y comerciales de nuestra
Unión. Mas adelante señalaba— Cuando se echa una mirada hacia el
curso que tomaran probablemente los acontecimientos en los próximos
cincuenta anos, casi es imposible resistir la convicción de que la
anexión de Cuba a nuestra Republica Federal será indispensable para
la continuación de la Unión y el mantenimiento de su integridad (…)[17]
En esta carta John Quince Adams, formulo la política de la fruta
madura: Cuba, al igual que una manzana madura cae de un árbol,
inevitablemente al desmembrarse de España caería bajo el dominio de
los Estados Unidos. El 2 de diciembre de ese mismo aňo James Monroe,
Presidente de los Estados Unido estableció la Doctrina Monroe.
Estados Unidos asume unilateralmente el papel de protector de la
independencia de las naciones recién liberadas del dominio colonial
hispano.
La Batalla de Ayacucho (1824) donde fueron derrotadas las ultimas
tropas españolas en Suramérica, alentó a los independentistas
cubanos, conocedores de los esfuerzos de Bolívar por excluir a
Estados Unidos y consolidar una fuerte confederación que incluía sus
anhelos por liberar a Cuba y Puerto Rico. En 1825 fuerzas de México
y Colombia laboraban por arrancar a Cuba de la soberanía de España.
Estados Unidos se opuso con energía a tales propósitos. Henry Clay,
entonces Secretario de Estado de la administración de Quince Adams,
en una instrucción del 27 de abril de ese año señalo:
Los Estados Unidos prefieren que Cuba y Puerto Rico permanezcan
dependientes de España… están satisfechos con la condición actual de
estas islas en manos de España y sus puertos abiertos a nuestro
comercio como ahora lo están. Este gobierno no desea ningún cambio
político que afecte la actual situación. (…)[18]
Las gestiones de Bolívar y de otros gobernantes de las nuevas
republicas latinoamericanas para ayudar la causa de la independencia
de Cuba, ocasionaron profundos temores a la administración
estadounidense. Con vistas al Congreso de Panamá, Bolívar envió
directivas a los participantes con el objetivo de buscar consenso y
aprobar la creación de una fuerza militar para liberar a Cuba y
Puerto Rico, tentativa a la que se opuso el gobierno de los Estados
Unidos. Refiriéndose a ello, el general José Antonio Páez, quien
sería el jefe de la proyectada fuerza, apuntó en sus memorias: El
gobierno de Washington, lo digo con pena, se opuso de todas veras a
la independencia de Cuba (…) ninguna potencia, ni aun la misma
España, tiene en todo sentido un interés tan alto como los Estados
Unidos en la suerte futura de Cuba.(…)[19]
En 1826, el senador John Holmes expreso en el Senado la opinión del
Congreso y del Ejecutivo sobre los planes de Bolívar: ¿Podremos
permitir que las islas de Cuba y Puerto Rico pasen a manos de esos
hombres embriagados con la libertad que acaban de adquirir? ¿Cuál
tiene que ser nuestra política? Cuba y Puerto Rico deben quedar como
están. (…)[20]
En 1831 más de la tercera parte del comercio cubano se efectuaba con
Estados Unidos, cuyos barcos controlaban las transportaciones
marítimas de la Isla, y por tanto su gobierno compartía con los
reformistas criollos el deseo de suprimir los derechos
discriminatorios sobre el tráfico mercantil entre las dos partes. El
Secretario de Estado, Livingston, escribió al respecto: El gran
objeto que persigue nuestro gobierno en relación a Cuba es un
comercio libre y sin trabas, sobre las bases actuales, pero
desembarazado de los derechos discriminatorios. (…)[21]
La presión de Estados Unidos sobre España obtuvo éxito momentáneo
cuando fueron rebajados los derechos aduanales de los productos
norteamericanos, aunque pocas semanas después, fueron aumentados
hasta el 30 por ciento de su valor. El Congreso estadounidense
respondió elevando el aplicado a los buques españoles y creó uno
especial para el café cubano, con lo que su producción quedó
prácticamente arruinada, perjudicándose el comercio bilateral.
En la década del 30, una influyente parte de los hacendados cubanos
se dio cuenta de que la introducción de la maquina de vapor, en la
industria azucarera acercaba el día de la sustitución del esclavo
por el obrero asalariado. A esa convicción de los más previsores se
unía un motivo mas generalizado, el temor a que el aumento de la
población negra provocara una rebelión de los mismos.
A partir de 1841, después que la población africana sobrepasaba a la
blanca, las sublevaciones se hicieron más continuas, extensas y
peligrosas. Predominaba entre los hacendados el movimiento
anexionista, cuya base y antecedentes radicaban en los
pronunciamientos y gestiones realizadas por los gobernantes y otras
personalidades norteamericanas desde finales del siglo XVIII.
El papel de defensor de España y enemigo de Cuba asumido por Estados
Unidos alcanzo proyecciones agudísimas en 1840 cuando, al tratar de
anular el peligro inglés, el Secretario de Estado del presidente Van
Buren manifestó a España, por conducto de su encargado de negocios
en Madrid:
Esta usted autorizado para asegurar al gobierno español que, caso de
que se efectúe cualquier tentativa, de donde quiera que proceda,
para arrancar a España esta porción de su territorio, puede él
contar con los recursos militares navales de los Estados Unidos para
ayudar a su nación, así para recuperar la Isla para mantenerla en su
poder. (…)
[22]
En 1845 se proclama el Destino Manifiesto, misión histórica
inevitable que se atribuye los Estados Unidos de dominar la América.
En
1847 James Knok Polk, presidente norteamericano, en un editorial del
Periódico Sun The New York publicó que:
Por su posición geográfica, por
necesidad y derecho, Cuba pertenece a Estados Unidos, puede y debe
ser nuestra. Ha llegado el momento de colocarla en nuestras manos y
bajo nuestra bandera[23]
Varios presidentes norteamericanos procuraron la compra de Cuba a
los españoles: Polk en 1848 y Pierce en 1853. Junto a sus ofertas y
a las ocasiones en que la Isla sirvió como garantía a los
compromisos del gobierno español, se añade que aquellas en que
Estados Unidos propuso empréstitos a España a cambio de un
consentimiento de sesión temporal.
Las principales acciones anexionistas se llevaron a cabo a partir de
1846, siempre vinculadas a representantes de los intereses
esclavistas del sur. Este movimiento, unido al disgusto que producía
en Cuba el régimen absolutista, dio lugar a varias conspiraciones y
expediciones que, con fachada de independentistas, se efectuaron
entre 1846 y 1855, destacándose el papel anexionista de Narciso
López, de quien dijo José Marti: (…) Walker fue a Nicaragua por los
Estados Unidos; por los Estados Unidos, fue López a Cuba.(…)[24]
En
1857 asumió la presidencia estadounidense James Buchanan, quien
había desarrollado su campaña electoral a partir de 1854, empleando
como fundamental argumento en su plataforma electoral, la compra de
Cuba. Para ello publicó el Manifiesto de Ostende. La esencia de
este documento, redactado en 1854, quedó resumida en las siguientes
palabras:
Los Estados Unidos deben comprar a
Cuba por su proximidad a nuestras costas, porque pertenecía
naturalmente a ese grupo de estados de los cuales la Unión era la
providencial casa de maternidad, porque dominaba la boca del
Mississipi cuyo inmenso y creciente comercio tiene que buscar esa
ruta al océano, y porque la Unión no podría nunca gozar de reposo,
no podría nunca estar segura, hasta que Cuba estuviese dentro de sus
fronteras. (…)[25]
Carlos Marx analizó con gran precisión la política de los intereses
sureños y sus aspiraciones expansionistas hacia México y el Caribe,
cuando expuso:
El interés de los esclavistas sirvió de estrella polar a la política
de los Estados Unidos, tanto en lo exterior como en lo interno.
Buchanan, en realidad, había comprado el puesto de Presidente
mediante la publicación del Manifiesto de Ostende, con el cual la
adquisición de Cuba, sea mediante el hurto o la fuerza de las armas,
se proclamó como la gran tarea nacional. Bajo su gobierno, el norte
de México fue ya dividido entre los especuladores de tierra
estadounidenses, que esperaban con impaciencia la señal para caer
sobre Chihuahua, Coahuila y Sonora. Las revoltosas y piráticas
expediciones de los filibusteros contra los Estados de la América
Central estaban dirigidas nada menos que desde la Casa Blanca de
Washington. (…)[26]
La Guerra de Secesión de Estados Unidos de América (1861 -1865); la
firma del Tratado Lyon Seward por los gobiernos de Norteamérica e
Inglaterra, prohibiendo el comercio de esclavos; la proclamación de
la abolición de la esclavitud por Abrahán Lincoln y; los fracasos
del reformismo en 1867 y de España por restaurar su dominio en
América constituyeron el entorno en que surgió el pensamiento
patriótico revolucionario en el grupo más radical de la burguesía y
terratenientes criollos, que encabezó la Guerra de los Diez Años por
la independencia de Cuba..
Poco después de iniciada la contienda bélica, España reclamó del
gobierno norteamericano la represión de las actividades de la
emigración cubana en apoyo a la lucha. Mientras con gran dificultad
los emigrados lograban alquilar viejos buques y enviar modestos
recursos al Ejército Libertador, el gobierno de los Estados Unidos
comenzó la fabricación para su venta a España de 30 potentes
cañoneras destinadas a impedir las expediciones desde el exterior
por los insurgentes cubanos.
El norteamericano Thomas Jordán, mayor general del Ejercito
Libertador que llegó a desempeñar el cargo de jefe de dicho
ejército, denunció el fariseísmo del gobierno de Estados Unidos,
cuando dijo:
Los españoles están peleando con armas compradas en Maiden Lane, en
casa de Shurley, Harley & Graham, y a nosotros en todo un ano no nos
ha sido permitido comprar nada (…) quisiera ver cambiada la infame
ley de neutralidad —de Estados Unidos— Esa infame ley de ayuda a los
españoles a quedarse en Cuba, y que se opone a que los cubanos se
defiendan. (…)[27]
A fines de 1869, el presidente norteamericano, Ulises Grant, planteó
que no se reconocería la beligerancia cubana y autorizó la venta de
las cañoneras a España, lo cual dificultó aun más el envío y arribo
de las expediciones marítimas a la Isla.
Desde los primeros momentos de la lucha, Carlos Manuel de Céspedes
reclamó de los países del continente americano el reconocimiento a
la guerra de los patriotas cubanos, a la que el gobierno de Chile
había dado su apoyo antes de iniciarse. En 1869, Benito Juárez,
quien junto a su pueblo mexicano enfrentaba la intervención
extranjera, lo hizo. Brasil, Guatemala, Bolivia y el Salvador
también apoyaron, en tanto Colombia, Perú y Venezuela enviaron
algunas expediciones a principios de la contienda.
La
posición estadounidense fue severamente criticada por Carlos Manuel
de Céspedes, quien en carta a Ulises Grant, presidente
norteamericano, le expreso:
Las ideas que defienden los cubanos y la forma de gobierno que han
establecido, escrita en la constitución por ellos promulgada, hacen
por lo menos obligatorio a los Estados Unidos mas que a algunas
otras (naciones civilizadas) el inclinarse a su favor. Si por
exigencias de humanidad y civilización todas las naciones están
obligadas a interesarse por Cuba, pidiendo la regularización de la
guerra que sostiene con España, los Estados Unidos tienen el deber
que le imponen los principios políticos que profesan, proclaman y
difunden.(…)[28]
La misiva no tuvo respuesta oficial. Sin embargo, el Secretario de
Estado, Hamilton Fish, fijo la posición de su gobierno al negarse a
recibir a José Morales Lemus, representante oficial del gobierno de
la Republica de Cuba en Armas, el 24 marzo de 1869, alegando lo
siguiente:
Nosotros nos proponemos proceder de completa buena fe con España, y
cualquiera que pudieran ser nuestras simpatías por un pueblo que, en
cualquier parte del mundo, luche por gozar de un gobierno mas
liberal, no deberíamos apartarnos de nuestro deber para con otros
gobiernos amigos, ni apresurarnos a reconocer prematuramente un
movimiento revolucionario antes de que haya manifestado capacidad de
sostenerse por si mismo y un cierto grado de estabilidad.(…)
[29]
Céspedes no necesito mucho tiempo para llegar a la convicción de que
nada tenía que esperar los independentistas cubanos del gobierno de
los Estados Unidos de América. Al percatarse de ello, expresó: Por
lo que respecta a los Estados Unidos tal vez este equivocado, pero
en mi concepto su gobierno a lo que aspira es a apoderarse de Cuba
sin complicaciones peligrosas para su nación (…) este es el secreto
de su política. (…)[30]
Al corroborar sus temores, Carlos Manuel de Céspedes, ordenó el
cierre de la representación diplomática del gobierno de la República
de Cuba en Armas en Estados Unidos, y expuso que:
No era posible que por mas tiempo soportásemos el desprecio con que
nos trata el gobierno de los Estados Unidos, desprecio que iba en
aumento mientras más sufridos nos mostrábamos nosotros. Bastante
tiempo hemos hecho el papel del pordiosero a quien se niega
repetidamente la limosna y en cuyos hocicos por último se cierra con
insolencia la puerta.(…) no por débiles y desgraciados debemos dejar
de tener dignidad. (…)[31]
Desde 1868 – 1878 la política de los sucesivos gobiernos de Andrew
Jonson, Ulises S. Grant, Rutherford B Hayes, se mantuvo contraria a
reconocer el esfuerzo y sacrificio de los patriotas cubanos, su
beligerancia y lucha por la independencia de España. Esto evidenció
a los patriotas cubanos que en su afán de obtener su independencia
debían enfrentar a dos enemigos: España y Estados Unidos de
América.
En 1878 William Evarts, Secretario de Estado, propuso el pretendido
derecho de los Estados Unidos a defender las vidas y propiedades de
sus ciudadanos en cualquier país extranjero (Doctrina Evarts). El
derecho a defender la vida de los ciudadanos estadounidenses, los
intereses y propiedades de dicho país, ha sido el pretexto esgrimido
para enmascarar sus agresiones e intervenciones militares contra
otros países en diferentes partes del hemisferio durante todo el
siglo XX y aun en los inicios del siglo XXI.
La culminación de la Guerra de los
Diez Aňos agravó significativamente la situación colonial de Cuba.
El cambio de la correlación de fuerzas a escala internacional, a
favor de Inglaterra y Francia, afianzó a estas como potencias y
agudizó la posición rezagada de España. Estados Unidos, al acecho
del menor síntoma que le permitiera apoderarse de Cuba, no
desaprovechó esta oportunidad.
El 16 de marzo de 1889 en un articulo publicado en The Manufacture
de Filadelfia, con el titulo ¿Queremos a Cuba? Se calificó a los
cubanos de seres indeseables, afeminados, perezosos, incapaces,
inmorales y que su falta de fuerza viril e indolencia era la causa
por lo que estaba sometida a España, que la única esperanza era
americanizar por completo la Isla cubriéndola con gente de su raza.
A este despreciable artículo respondió José Martí con su Vindicación
a Cuba, donde expuso:
Hay cubanos que por móviles respetables, por más admiración ardiente
al progreso y la libertad, por el presentimiento de sus propias
fuerzas en mejores condiciones políticas, por el desdichado
desconocimiento de la historia y tendencias de la anexión, desearían
ver la Isla ligada a los Estados Unidos. Pero los que han peleado en
la guerra, y han aprendido en los destierros; los que han levantado,
con el trabajo de las manos y la mente, un hogar virtuoso en el
corazón de un pueblo hostil; los que por su mérito reconocido como
científicos y comerciantes, como empresarios e ingenieros, como
maestros, abogados, artistas, periodistas, oradores y poetas, como
hombres de inteligencia viva y actividad poco común, se ven honrados
dondequiera que ha habido ocasión para desplegar sus cualidades, y
justicia para entenderlos; los que, con sus elementos menos
preparados, fundaron una ciudad de trabajadores donde los Estados
Unidos no tenían antes más que unas cuantas casuchas en un islote
desierto; esos, más numerosos que los otros, no desean la anexión de
Cuba a los Estados Unidos. No la necesitan.”[32]
Meses después, el 14 diciembre de 1889, en carta a Gonzalo de
Quesada, Martí le expone:
Sobre nuestra tierra, Gonzalo, hay otro plan mas tenebroso que lo
que hasta ahora conocemos y es el inicuo de forzar a la Isla, de
precipitarla, a la guerra, para tener pretexto de intervenir en
ella, y con el crédito de mediador y de garantizador, quedarse con
ella. Cosa más cobarde no hay en los anales de los pueblos libres:
Ni maldad más fría. ¿Morir, para dar pie en que levantarse a estas
gentes que nos empujan a la muerte para su beneficio?[33]
El presidente de los Estados Unidos en el periodo 1893 – 1897,
Stephen Grover Cleveland (Demócrata) en carta a su Secretario
Richard Olney, fechada el 26 de marzo de 1900, refiriéndose a las
ventajas de adquirir la Isla de Cuba dijo: Me temo que Cuba debiera
ser sumergida por algún tiempo antes de que pudiera ser un estado,
territorio o colonia de los Estados Unidos del que estuviéramos
especialmente orgullosos.[34]
La Isla de Cuba dependía económicamente del mercado norteamericano
con quien comerciaba más del 90 por ciento de sus productos,
situación que la convertía en una colonia con dos metrópolis: en lo
político, España y en lo económico, Estados Unidos.
La situación económica y social de Cuba colonial a inicios de 1890
se resume en la deuda pública de las autoridades españolas en la
Isla que era de 100 millones de pesos oro. Más del 40 por ciento de
los ingresos tenían que dedicarse a amortizar dicha deuda. La
distribución del 60 por ciento restantes de los ingresos no podía
ser más arbitraria: los gastos de guerra, marina y guardia civil
ascendía a casi el 37 y para el resto de las necesidades se dedicaba
el 22,5. A la instrucción pública solo se dedicaba el 1,4 por
ciento. Téngase en cuenta que el 76, 3 por ciento de los habitantes
eran analfabetos. En 1894 solo el 10 por ciento de la población
escolar recibía enseñanza en instituciones del Estado. De toda la
población que no alcanzaba el 1,6 millón de habitantes, mas de 91
000 vivían de parásitos del Estado. Los criollos no tenían acceso a
los empleos públicos ni se podían dedicar al comercio.
Los empresarios norteamericanos introdujeron centrales azucareros
modernos, empezaron a dominar el transporte ferroviario, la luz
eléctrica y otros servicios básicos. A partir de 1884 comenzaron a
exportar minerales hacia Estados Unidos. En ese año el mercado
norteamericano absorbía el 85 por ciento del total de la producción
cubana y el 94 de todo el azúcar. En 1894, Cuba exportaba a España
solo $8 381 661 y a Estados Unidos $93 410 411. Ese año importó
desde España $30 620 210 y desde Estados Unidos $32 948 200. Al
reiniciarse la guerra en 1895 los norteamericanos tenían invertidos
en Cuba, valores por 50 millones de dólares. Tal es así, que
durante la guerra de 1895, los magnates del monopolio azucarero
Havemayer, dijeron que si los gobernantes de Estados Unidos no
intervenían en Cuba, sus 11 mil accionistas serían capaces de formar
un ejército para conquistar a Cuba.
A inicios de 1898, la derrota de
España era solo cuestión de tiempo, en ella determinaron el dominio
del Teatro de Operaciones Militares por el Ejercito Libertador y el
agotamiento económico, físico y moral de las tropas españolas. La
oportunista intervención militar norteamericana solo acelero el fin
del dominio colonial. El Almirante Pascual Cervera, jefe de la
escuadra hispana sacrificada en Santiago de Cuba, dijo:
Me
pregunto si me es lícito callar y hacerme solidario de las aventuras
que causaran, si ocurren, la total ruina de España, y todo por
defender una isla que fue nuestra, porque aύn cuando no la
perdiésemos de derecho con la guerra, la tenemos perdida de hecho
(…) defendiendo un ideal que ya solo es romántico. (…)[35]
Víctor M. Concas, Jefe de Estado
Mayor de la Flota del almirante Cervera, fue mas categórico y
concluyente cuando escribió: Aunque los escritores norteamericanos
pretendan negarlo, la insurrección de Cuba había terminado la
guerra, y la Isla no era ya nuestra, como dijo el almirante Cervera
en la carta del 26 febrero 1898. (…)
[36]
España capituló el 12 de agosto de 1898, el 10 diciembre se firmó el
Tratado de Paris. El primero de enero 1899 fue arriada la bandera
española e izada la norteamericana, se iniciaba la ocupación militar
de la Isla por tropas extranjeras. Con profundo pesar y proféticas
palabras, el mayor general y General en Jefe del Ejercito Libertador
de Cuba sentenció para la historia en su Diario de Campaňa:
Tristes se han ido ellos y tristes hemos quedado nosotros, porque un
poder extranjero los ha sustituido. Yo sonaba con la paz con España,
yo esperaba despedir con respeto a los valientes soldados españoles,
con los cuales nos encontramos siempre frente a frente en los campos
de batalla(…) Pero los americanos han amargado con su tutela
impuesta por la fuerza, la alegría de los cubanos vencedores, y no
supieron endulzar la pena de los vencidos. La situación pues, que se
le ha creado a este pueblo, de miseria material y de apenamiento,
por estar cohibido en todos sus actos de soberanía, es cada vez mas
aflictiva, y el día que termine tan extraña situación, es posible
que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatía. (…)[37]
En el siglo XIX los Estados Unidos de Norteamérica violaron los
derechos, amenazaron y agredieron a muchos pueblos en América Latina
y el Caribe, África, Asia y Europa. Las políticas de la fruta
madura, el Destino Manifiesto o fatalismo geográfico, el monroísmo,
las intervenciones militares, la intromisión en los asuntos internos
y la imposición de dictaduras militares, fueron rasgos que
caracterizaron las ansias de apropiarse del territorio de otros
países, entre ellos, con mucha fuerza, Cuba.
El siglo XX comenzó con una Cuba intervenida por el gobierno de
Estados Unidos, quien facilitó a los geófagos estadounidenses
adquirir grandes extensiones de suelo fértil por medio de la compra,
a precios irrisorios, de tierras de propietarios arruinados y
aquellas de la Metrópoli española que debían haber pasado al
patrimonio de la nación cubana. Con la ocupación de nuestro país,
Estados Unidos sentó las bases para su creciente penetración en los
servicios públicos, la producción y las finanzas de una colonización
de nuevo tipo: una neocolonia, que duró hasta el primero de enero de
1959, cuando triunfó la Revolución cubana, a partir de ese momento
comienza una nueva historia, que resultara contenido para un nuevo
trabajo.
Raúl Izquierdo Canosa es Doctor en Ciencias. Es presidente del Instituto de Historia de Cuba y de la Unión de Historiadores de Cuba
No hay comentarios:
Publicar un comentario