Compañeros de Italia discuten experiencias del “laboratorio de América Latina”, pero al otro lado del Atlántico mi amigo chileno me dice que en Sudamérica se discute si quizás sea posible replicar las experiencias de los países Escandinavos. Es correcto que la actual prosperidad noruega, incluido su sistema de bienestar, se basan de modo fundamental en el ingreso extremadamente alto que su Estado-nación —escasamente poblado— recibe por el petróleo. Ese es el principal punto del artículo de La Nación, y está correcto en eso. En el caso noruego, el Estado-nación ha sido exitoso en asegurar un ingreso sólido a partir de la explotación de recursos naturales en su territorio, ya sea a través de tributos, o a través de la propiedad estatal de compañías capitalistas. Aquello pudiera ser un ejemplo para la discusión chilena, donde la clase política no consigue representar la voluntad de la mayoría de los chilenos por nacionalizar la industria de explotación del cobre, o al menos aprobar royalties que permitan sostener una política redistributiva.

Soy consciente que mi mirada sobre mi país está condicionada por mi contexto. En Noruega, la pequeña izquierda radical que todavía existe toma el estado de bienestar como algo dado, y por ello nuestro esfuerzo político está dirigido a denunciar la hipocresía del neoliberalismo de Europa occidental: nosotros argumentamos que, bajo el capitalismo global, los “derechos universales” no son realmente universales a no ser que sean globales. Vivo en Italia donde la crisis económica ha pegado fuerte; tengo familia en el Líbano donde la lucha socialista enfrenta serias dificultades. Para los socialistas en aquellas regiones, el universalismo territorialmente limitado de Escandinavia puede parecer como la mejor alternativa existente, pero esa mirada descuida el hecho que los estados escandinavos se aprovechan de una posición favorable en el neocolonialismo global, una posición que no es fácil de replicar, sin un cambio profundo en el sistema capitalista mundial.




Con esa perspectiva en mente, el periodista habría tenido que incluir información acerca del contexto actual de la guerra/economía neo-colonial global. Durante la era colonial, Noruega fue una semi-periferia que tomó ventaja del sistema colonial; posteriormente, durante el neocolonialismo, Noruega consiguió desarrollar un sistema de bienestar (así llamado socialista) gracias a que fue un instrumento para la estrategia estadounidense de guerra global en contra de potencias regionales que competían con EEUU. Es por ello que fue posible retratar como “buen socialismo” aquellos regímenes alineados con la política estadounidense, y “mal socialismo” todos aquellos regímenes que la resistían. El artículo de La Nación reproduce aquella ideología según la cual Noruega sería un “buen socialismo”, pues su caso nacional es descrito en completo aislamiento de sus reales interdependencias militares y económicas. Noruega pudo ser “buen socialismo” porque fue una pieza para EEUU, del mismo modo que La Unidad Popular de Allende fue considerada “mal socialismo” pues no se alineó con la política neocolonial estadounidense.


La única razón por la cual Noruega puede sostener su sistema, es que su micro Estado es dueño (o es adueñado por) una empresa de petróleo que lucra con el calentamiento global, y que opera en el mercado como cualquier empresa transnacional. La única razón por la cual Noruega puede controlar sus yacimientos petrolíferos es porque se alinea con EE.UU., incluso contribuyendo a guerras neo-coloniales en Afganistán o Libia. Para mí no hay nada moralmente elevado en el caso noruego, y nada que lo haga ser un ejemplo paradigmático de cómo hacer las cosas. Lo paradójico es que países que son ex colonias están en una posición completamente diferente; una posición en la cual es imposible mantener buenas relaciones con potencias neo-coloniales y al mismo tiempo ¡nacionalizar su propia economía “nacional”! Quizá ese es el caso en América Latina; es definitivamente el caso en el mundo Árabe. Muammar Gaddafi y Bashar al-Assad no fueron buenos tipos, pero al menos fueron exitosos en establecer un mínimo grado de capitalismo de bienestar aún con la consecuencia de enemistar occidente. Con el fin de proteger la soberanía en contra de las potencias globales, ellos debieron incluso convertirse en dictadores: colonización interna fue el caro precio que pagaron para evitar la colonización.


Lo que pienso que es un buen punto de partida para un socialismo internacional, es la política externa que en su minuto desarrolló Hugo Chávez: buscar crear un mundo multi-polar. Pienso que sólo si las pequeñas naciones (small powers) cooperan para competir con las grandes potencias puede haber un grano de esperanza para crear zonas de socialismo. Más allá de Chávez como personaje político, su política externa iba por el camino correcto. Aún cuando no me gustan ni Vladimir Putin ni Bashar al-Assad, la actual guerra en Siria, que si bien no ofrece camino alguno para la justicia social, al menos muestra que el mundo multi-polar es hoy ya un hecho. Es por ello que la estructura de oportunidades geopolítica después del 2013 es bien distinta a aquella que ha habido a lo largo de las tres décadas después del 11 de Septiembre de 1973. Mientras nuestros compañeros del mundo Árabe todavía sufren, puede ser que las oportunidades sean más propicias en Chile.


El paradigma no puede ser buscado, en mi opinión, en la así llamada “edad de oro” de la social democracia Escandinava. En Noruega el éxito relativo del capitalismo de bienestar en la generación anterior no estimuló la solidaridad internacional, sino que engendró una cultura nacional de clase media entre la generación actual. La consecuencia lógica es que la presente generación ha votado por partidos nacionalistas y capitalistas para el gobierno. Para el socialismo no hay una edad de oro que se pueda encontrar en el pasado. El socialismo nunca falló, porque nunca fue creado. El capitalismo de bienestar en Noruega, Chile y en la URSS en 1970 no fue socialista, pues marginalizó pueblos indígenas y porque la economía era aún dominada por elites. No ha habido ningún socialismo real existente. No se puede tener nostalgia por el pasado, sino solo mirar hacia adelante.