! VIVA VENEZUELA LIBRE CARAJOS DE L@$ FAL$ANTE$ KOMUNI$TA$ ¡
El joven venezolano
Andrew De Freitas, radicado en Lima, Perú, pintó su residencia con la
bandera nacional venezolana. Eso sí, con las 7 estrellas. La imagen se
ha vuelto viral en las redes sociales.
Con la llegada a Venezuela de la plaga roja hemos visto como millones de ciudadanos se han marchado. Muchos califican esta inmensa diáspora indistintamente como exilio o emigración. Ambos conceptos no se originan por las mismas causas. El exilio es una acción obligada, y por motivos políticos en los que se ven los ciudadanos a huir del régimen para evitar ser encarcelados. Quien se exilia es porque de quedarse, peligra su libertad y hasta su vida. El emigrante abandona el país por causas primordialmente económicas. Sale en búsqueda de oportunidades. Entonces, el exilio es en contra de la voluntad y la emigración es voluntaria. Desde luego en ambas figuras hay una especie de estado de necesidad que obliga a la persona a abandonar su patria.
A comienzos de la era chavista, muchos previeron lo que vendría, convirtiéndose en emigrantes al levar anclas para radicarse en otras latitudes.
Luego de los sucesos de abril del 2002 comenzaron a proliferar los exiliados, porque comenzó una persecución feroz por parte del régimen a quien desde ese entonces no se le ha aguado el ojo para inventar infamias y fabricar expedientes contra todo aquel que sea visto como su enemigo. Aparecieron testigos estrellas para imputar a individualidades incomodas, la fiscalía del ministerio público sirvió como uno de los principales instrumentos de persecución para provocar el exilio de centenares de venezolanos. Simultáneamente a estas persecuciones, comenzó a deteriorarse el aparato productor del Estado. Desde luego, la plaga roja lo devastó hasta destruirlo. Por esa razón, hoy la mayoría de los emigrantes son jóvenes profesionales en búsqueda de oportunidades. Saben que en Venezuela sus estudios o su preparación de nada servirá, porque aquí está muy avanzada una política comunista que ha sido confeccionada para destruir la moral burguesa. Con el entendido, que todo ciudadano preparado y con conocimiento es un burgués a quien hay que destruir.
Así las cosas, Venezuela pasó de ser un país productor y exportador -por excelencia- de petróleo o de hierro para convertirse en una nación de jóvenes talentosos distribuidos en el mundo entero.
Nadie puede juzgar a quien se exilia o emigra. El uno y el otro, huye de la oscuridad. Ambos, aunque tienen distintos motivos para abandonar el país, intentan proteger sus derechos fundamentales. La libertad y el derecho a vivir dignamente. En Venezuela bajo este funesto régimen opresor y destructor, no le está garantizada la dignidad a los ciudadanos. Al contrario, la deliberada política gubernamental va dirigida a humillarlos hasta esclavizarlos.
Los que nos quedamos
Pocos no han pensado en irse, pero no todos pueden emigrar. Por diferentes razones se quedan. Por echar el resto o por temor a lo desconocido; pero tengan la seguridad de que millones de ciudadanos que permanecemos acá lo hemos meditado. Algunas veces imaginándonos el exilio y otras, intentar la emigración.
Necesario también es dejar muy claro que, no es más patriota quien se queda que el que se va. La patria es un sentimiento que no tiene nada que ver con el sitio donde se está obligado a residir. Cualquier venezolano con sentimiento patriótico, les aseguro que en cualquier parte que esté no deja de pensar en su país y estaría dispuesto a regresar, si su vida o la de sus familiares no estuvieran en peligro. En efecto, esto también tenemos que señalarlo: en Venezuela todos corremos peligro. El hampa nos acecha y las enfermedades se han convertido en una calamidad pública por la ausencia de medicamentos o el alto costo de la vida que imposibilita el recibir un tratamiento adecuado por lo inalcanzable que resulta comprar una medicina. Esto para no referirme a la desastrosa situación de los centros hospitalarios públicos.
¿Bravos o molestos?
No pocas veces he reflexionado sobre lo que ocurre en Venezuela. La gente se está comiendo un cable. Pasa trabajo desde que se levanta hasta que se acuesta, no sabe lo que va a comer y muchas veces ni siquiera sabe si comerá. Los salarios son de hambre, los aumentos los consume la inflación. Los servicios públicos no funcionan. Es común estar sin luz, sin agua y gas doméstico varios días. Pocos se dan el “lujo” de tener carros particulares. Para mantener un vehículo es necesario percibir buenos ingresos. Solo bastaría averiguar el precio de los cauchos o hacerle cualquier reparación, desde recargar el gas del aire acondicionado hasta lo más simple como cambiarle el aceite. Cualquier tontería no te baja del millón. Los invito examinar los carros que circulan, muchos con los vidrios abiertos porque no les funciona el aire, otros con los cauchos lisos, si los escuchan cuando están en un semáforo podrán apreciar extraños ruidos en el motor.
Por otra parte, si se decide utilizar el transporte público, no crean que es la solución, porque tampoco es suficiente para cubrir la alta demanda; tan es así, que han proliferado los camiones de estacas como medio de transporte.
Este panorama nos ha hecho retroceder casi a un siglo. Volvimos a aquella Venezuela rural acechada por plagas y enfermedades del siglo pasado, sumadas las perversiones y corruptelas de estos regímenes comunistas aderezados por el aliño del terrorismo, los carteles de la droga y, como si esto fuera poco, por la presencia de células fundamentalistas. Vaya mezcla ponzoñosa la que se ha instalado en el país.
En Venezuela, solo una cúpula vive bien y la inmensa mayoría está sometida a la desidia y al abandono. La gran pregunta ¿por qué no pasa nada? La respuesta es sencilla: el pueblo está molesto pero no bravo. Solo hay brotes de bravuras en ciertos sectores y no son permanentes. El régimen lo ha sabido hacer. Ha aplicado la técnica de la rana en la olla de agua, que poco a poco le ha subido la temperatura y “aclimató” a millones de venezolanos, ahora estamos sintiendo un poquito de calor pero resulta muy difícil saltar de la olla. Triste realidad, pero eso es lo que ha pasado.
Obstinadamente optimista
Este pavoroso panorama no quiere decir que ya estemos condenados a morir bajo el dominio de estos bárbaros rojos. Soy obstinadamente optimista. Esto implica que para poder encontrar la solución lo primero que tenemos que hacer es estar muy claros del berenjenal en el que estamos metidos. Cuando todos lo sepamos, y también entendamos que hay que asumir riesgos para lograr la libertad. Habrá persecución. Más de la que ha habido. Tenemos tres opciones: exiliarnos y/o emigrar, esperar morir que el calor nos termine de “sancochar” o, luchar para apagar la llama que calienta a la rana.
Repito, por un lado está la opción de huir, la cual no es para nada condenable, pero por otro lado, está la opción de hacer historia al rescatar a nuestro hermoso país y reconstruirlo, ser luz entre tanta oscuridad.
A lo Benito Juárez les digo que hay que seguir la lucha con lo que podamos y hasta que podamos.
Con dedicación, perseverancia y arrojo, lograremos abrir las puertas de la libertad y veremos regresar a todos los que se exiliaron y/o emigraron y, junto a ellos, reconstruiremos nuestra bella Venezuela. ¡Ganaremos!
@pabloaure
Los que se quedan
Existe en Venezuela el emigrante que no se va, por las razones o excusas que sean, pero tiene la mente exiliada. Trata de desconectarse del entorno. Afectado psicológicamente por la brutalidad de la tiranía, a veces cae en el artificio de la negación, como en la película: La vida es bella.
Piensa que en lo que pueda se va, pero tristemente sabe que ya no puede, porque los 300 mil dólares que podía obtener hace 3 años con la venta del patrimonio, ahora son 10 mil verdes que no alcanzan ni para los pasajes de la familia, quizá ni para los sobornos de los pasaportes. Piensa, sin mucha fe, que la cosa no está tan mala, a pesar de haber perdido casi totalmente el nivel de vida, de vivir en el país más inseguro del mundo, con la inflación más alta, y los sueldos más bajos del mundo.
Es asaltado en sus finanzas domésticas por el gobierno hampón y por los monopolistas enchufados, cómplices del gobierno hampón. Infla su burbuja para segregarse de la boñiga revolucionaria. Honesto hasta los huesos, fiel cultor desde la infancia de los paradigmas de rectitud religiosos, de Supermán y de El Zorro, se ha topado con el pasmoso fiasco de los narco carteles de las fuerzas armadas, los tribunales supremos regidos por ex convictos y el CNE prestidigitador. El juego de policías y ladrones se enmarañó. Ya no se sabe quién es quién.
Está en medio del bombardeo de quienes desde la comodidad de una conexión virtual, le exigen que salga a la calle a protestar, aunque un francotirador le pegue un tiro, y de los que le demandan que salga a votar para elegir a los próximos presos políticos del régimen.
Ese venezolano exiliado en su propio país, cohabita con compatriotas que pase lo que pase no se irán, bien sea porque seguirán en la lucha contra la opresión, o por resignación, o por indiferencia. Muchos dicen: “Este es mi país, aquí nací y aquí me quedo. Que sea lo que Dios mande”.
Para algunos, son el pueblo que tiene el gobierno que se merece. Para otros, son héroes. Los que sufren en carne propia la dictadura inclemente, a los que les dicen cobardes, ignorantes, los que pasan hambre y son cada vez más pobres por los planes de la patria, los que mantienen la añoranza de la Venezuela que ya no es, los que aún esperan con ingenuidad por el iluminado que los conduzca a la liberación, los pendejos que tienen 20 años esperando que se cumplan las predicciones de los videntes, los que a pesar de las decepciones por las conductas erráticas de sus líderes y la agresión persistente del estado terrorista, siguen defendiendo lo que son y lo que tienen, creyendo en la constitucionalidad, los que salen a cada marcha, a cada protesta a arriesgar el pellejo, los que de verdad pueden ir presos por una opinión en las redes sociales, el pueblo al que dicen: “mira imbécil, apóyame”, ó: “quien los manda pues”, el pueblo que estará en Venezuela cuando llegue la hora de la verdad, el que irá a la batalla que haya que librar por la nueva independencia, ese que reconstruirá el país y que volverá a hacer florecer los jardines para los que regresen.
Los elegidos para continuar la lucha cara a cara. Los héroes que se quedan.
Pablo Aure: ¿Huir de Venezuela?
Con la llegada a Venezuela de la plaga roja hemos visto como millones de ciudadanos se han marchado. Muchos califican esta inmensa diáspora indistintamente como exilio o emigración. Ambos conceptos no se originan por las mismas causas. El exilio es una acción obligada, y por motivos políticos en los que se ven los ciudadanos a huir del régimen para evitar ser encarcelados. Quien se exilia es porque de quedarse, peligra su libertad y hasta su vida. El emigrante abandona el país por causas primordialmente económicas. Sale en búsqueda de oportunidades. Entonces, el exilio es en contra de la voluntad y la emigración es voluntaria. Desde luego en ambas figuras hay una especie de estado de necesidad que obliga a la persona a abandonar su patria.
A comienzos de la era chavista, muchos previeron lo que vendría, convirtiéndose en emigrantes al levar anclas para radicarse en otras latitudes.
Luego de los sucesos de abril del 2002 comenzaron a proliferar los exiliados, porque comenzó una persecución feroz por parte del régimen a quien desde ese entonces no se le ha aguado el ojo para inventar infamias y fabricar expedientes contra todo aquel que sea visto como su enemigo. Aparecieron testigos estrellas para imputar a individualidades incomodas, la fiscalía del ministerio público sirvió como uno de los principales instrumentos de persecución para provocar el exilio de centenares de venezolanos. Simultáneamente a estas persecuciones, comenzó a deteriorarse el aparato productor del Estado. Desde luego, la plaga roja lo devastó hasta destruirlo. Por esa razón, hoy la mayoría de los emigrantes son jóvenes profesionales en búsqueda de oportunidades. Saben que en Venezuela sus estudios o su preparación de nada servirá, porque aquí está muy avanzada una política comunista que ha sido confeccionada para destruir la moral burguesa. Con el entendido, que todo ciudadano preparado y con conocimiento es un burgués a quien hay que destruir.
Así las cosas, Venezuela pasó de ser un país productor y exportador -por excelencia- de petróleo o de hierro para convertirse en una nación de jóvenes talentosos distribuidos en el mundo entero.
Nadie puede juzgar a quien se exilia o emigra. El uno y el otro, huye de la oscuridad. Ambos, aunque tienen distintos motivos para abandonar el país, intentan proteger sus derechos fundamentales. La libertad y el derecho a vivir dignamente. En Venezuela bajo este funesto régimen opresor y destructor, no le está garantizada la dignidad a los ciudadanos. Al contrario, la deliberada política gubernamental va dirigida a humillarlos hasta esclavizarlos.
Los que nos quedamos
Pocos no han pensado en irse, pero no todos pueden emigrar. Por diferentes razones se quedan. Por echar el resto o por temor a lo desconocido; pero tengan la seguridad de que millones de ciudadanos que permanecemos acá lo hemos meditado. Algunas veces imaginándonos el exilio y otras, intentar la emigración.
Necesario también es dejar muy claro que, no es más patriota quien se queda que el que se va. La patria es un sentimiento que no tiene nada que ver con el sitio donde se está obligado a residir. Cualquier venezolano con sentimiento patriótico, les aseguro que en cualquier parte que esté no deja de pensar en su país y estaría dispuesto a regresar, si su vida o la de sus familiares no estuvieran en peligro. En efecto, esto también tenemos que señalarlo: en Venezuela todos corremos peligro. El hampa nos acecha y las enfermedades se han convertido en una calamidad pública por la ausencia de medicamentos o el alto costo de la vida que imposibilita el recibir un tratamiento adecuado por lo inalcanzable que resulta comprar una medicina. Esto para no referirme a la desastrosa situación de los centros hospitalarios públicos.
¿Bravos o molestos?
No pocas veces he reflexionado sobre lo que ocurre en Venezuela. La gente se está comiendo un cable. Pasa trabajo desde que se levanta hasta que se acuesta, no sabe lo que va a comer y muchas veces ni siquiera sabe si comerá. Los salarios son de hambre, los aumentos los consume la inflación. Los servicios públicos no funcionan. Es común estar sin luz, sin agua y gas doméstico varios días. Pocos se dan el “lujo” de tener carros particulares. Para mantener un vehículo es necesario percibir buenos ingresos. Solo bastaría averiguar el precio de los cauchos o hacerle cualquier reparación, desde recargar el gas del aire acondicionado hasta lo más simple como cambiarle el aceite. Cualquier tontería no te baja del millón. Los invito examinar los carros que circulan, muchos con los vidrios abiertos porque no les funciona el aire, otros con los cauchos lisos, si los escuchan cuando están en un semáforo podrán apreciar extraños ruidos en el motor.
Por otra parte, si se decide utilizar el transporte público, no crean que es la solución, porque tampoco es suficiente para cubrir la alta demanda; tan es así, que han proliferado los camiones de estacas como medio de transporte.
Este panorama nos ha hecho retroceder casi a un siglo. Volvimos a aquella Venezuela rural acechada por plagas y enfermedades del siglo pasado, sumadas las perversiones y corruptelas de estos regímenes comunistas aderezados por el aliño del terrorismo, los carteles de la droga y, como si esto fuera poco, por la presencia de células fundamentalistas. Vaya mezcla ponzoñosa la que se ha instalado en el país.
En Venezuela, solo una cúpula vive bien y la inmensa mayoría está sometida a la desidia y al abandono. La gran pregunta ¿por qué no pasa nada? La respuesta es sencilla: el pueblo está molesto pero no bravo. Solo hay brotes de bravuras en ciertos sectores y no son permanentes. El régimen lo ha sabido hacer. Ha aplicado la técnica de la rana en la olla de agua, que poco a poco le ha subido la temperatura y “aclimató” a millones de venezolanos, ahora estamos sintiendo un poquito de calor pero resulta muy difícil saltar de la olla. Triste realidad, pero eso es lo que ha pasado.
Obstinadamente optimista
Este pavoroso panorama no quiere decir que ya estemos condenados a morir bajo el dominio de estos bárbaros rojos. Soy obstinadamente optimista. Esto implica que para poder encontrar la solución lo primero que tenemos que hacer es estar muy claros del berenjenal en el que estamos metidos. Cuando todos lo sepamos, y también entendamos que hay que asumir riesgos para lograr la libertad. Habrá persecución. Más de la que ha habido. Tenemos tres opciones: exiliarnos y/o emigrar, esperar morir que el calor nos termine de “sancochar” o, luchar para apagar la llama que calienta a la rana.
Repito, por un lado está la opción de huir, la cual no es para nada condenable, pero por otro lado, está la opción de hacer historia al rescatar a nuestro hermoso país y reconstruirlo, ser luz entre tanta oscuridad.
A lo Benito Juárez les digo que hay que seguir la lucha con lo que podamos y hasta que podamos.
Con dedicación, perseverancia y arrojo, lograremos abrir las puertas de la libertad y veremos regresar a todos los que se exiliaron y/o emigraron y, junto a ellos, reconstruiremos nuestra bella Venezuela. ¡Ganaremos!
@pabloaure
Los que se quedan
Existe en Venezuela el emigrante que no se va, por las razones o excusas que sean, pero tiene la mente exiliada. Trata de desconectarse del entorno. Afectado psicológicamente por la brutalidad de la tiranía, a veces cae en el artificio de la negación, como en la película: La vida es bella.
Piensa que en lo que pueda se va, pero tristemente sabe que ya no puede, porque los 300 mil dólares que podía obtener hace 3 años con la venta del patrimonio, ahora son 10 mil verdes que no alcanzan ni para los pasajes de la familia, quizá ni para los sobornos de los pasaportes. Piensa, sin mucha fe, que la cosa no está tan mala, a pesar de haber perdido casi totalmente el nivel de vida, de vivir en el país más inseguro del mundo, con la inflación más alta, y los sueldos más bajos del mundo.
Es asaltado en sus finanzas domésticas por el gobierno hampón y por los monopolistas enchufados, cómplices del gobierno hampón. Infla su burbuja para segregarse de la boñiga revolucionaria. Honesto hasta los huesos, fiel cultor desde la infancia de los paradigmas de rectitud religiosos, de Supermán y de El Zorro, se ha topado con el pasmoso fiasco de los narco carteles de las fuerzas armadas, los tribunales supremos regidos por ex convictos y el CNE prestidigitador. El juego de policías y ladrones se enmarañó. Ya no se sabe quién es quién.
Está en medio del bombardeo de quienes desde la comodidad de una conexión virtual, le exigen que salga a la calle a protestar, aunque un francotirador le pegue un tiro, y de los que le demandan que salga a votar para elegir a los próximos presos políticos del régimen.
Ese venezolano exiliado en su propio país, cohabita con compatriotas que pase lo que pase no se irán, bien sea porque seguirán en la lucha contra la opresión, o por resignación, o por indiferencia. Muchos dicen: “Este es mi país, aquí nací y aquí me quedo. Que sea lo que Dios mande”.
Para algunos, son el pueblo que tiene el gobierno que se merece. Para otros, son héroes. Los que sufren en carne propia la dictadura inclemente, a los que les dicen cobardes, ignorantes, los que pasan hambre y son cada vez más pobres por los planes de la patria, los que mantienen la añoranza de la Venezuela que ya no es, los que aún esperan con ingenuidad por el iluminado que los conduzca a la liberación, los pendejos que tienen 20 años esperando que se cumplan las predicciones de los videntes, los que a pesar de las decepciones por las conductas erráticas de sus líderes y la agresión persistente del estado terrorista, siguen defendiendo lo que son y lo que tienen, creyendo en la constitucionalidad, los que salen a cada marcha, a cada protesta a arriesgar el pellejo, los que de verdad pueden ir presos por una opinión en las redes sociales, el pueblo al que dicen: “mira imbécil, apóyame”, ó: “quien los manda pues”, el pueblo que estará en Venezuela cuando llegue la hora de la verdad, el que irá a la batalla que haya que librar por la nueva independencia, ese que reconstruirá el país y que volverá a hacer florecer los jardines para los que regresen.
Los elegidos para continuar la lucha cara a cara. Los héroes que se quedan.
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