Con la llegada a Venezuela de la plaga roja hemos visto como millones de
ciudadanos se han marchado. Muchos califican esta inmensa diáspora
indistintamente como exilio o emigración. Ambos conceptos no se originan
por las mismas causas. El exilio es una acción obligada, y por motivos
políticos en los que se ven los ciudadanos a huir del régimen para
evitar ser encarcelados. Quien se exilia es porque de quedarse, peligra
su libertad y hasta su vida. El emigrante abandona el país por causas
primordialmente económicas. Sale en búsqueda de oportunidades. Entonces,
el exilio es en contra de la voluntad y la emigración es voluntaria.
Desde luego en ambas figuras hay una especie de estado de necesidad que
obliga a la persona a abandonar su patria.
A comienzos de la era chavista, muchos previeron lo que vendría,
convirtiéndose en emigrantes al levar anclas para radicarse en otras
latitudes.
Luego de los sucesos de abril del 2002 comenzaron a proliferar los
exiliados, porque comenzó una persecución feroz por parte del régimen a
quien desde ese entonces no se le ha aguado el ojo para inventar
infamias y fabricar expedientes contra todo aquel que sea visto como su
enemigo. Aparecieron testigos estrellas para imputar a individualidades
incomodas, la fiscalía del ministerio público sirvió como uno de los
principales instrumentos de persecución para provocar el exilio de
centenares de venezolanos. Simultáneamente a estas persecuciones,
comenzó a deteriorarse el aparato productor del Estado. Desde luego, la
plaga roja lo devastó hasta destruirlo. Por esa razón, hoy la mayoría de
los emigrantes son jóvenes profesionales en búsqueda de oportunidades.
Saben que en Venezuela sus estudios o su preparación de nada servirá,
porque aquí está muy avanzada una política comunista que ha sido
confeccionada para destruir la moral burguesa. Con el entendido, que
todo ciudadano preparado y con conocimiento es un burgués a quien hay
que destruir.
Así las cosas, Venezuela pasó de ser un país productor y exportador -por
excelencia- de petróleo o de hierro para convertirse en una nación de
jóvenes talentosos distribuidos en el mundo entero.
Nadie puede juzgar a quien se exilia o emigra. El uno y el otro, huye de
la oscuridad. Ambos, aunque tienen distintos motivos para abandonar el
país, intentan proteger sus derechos fundamentales. La libertad y el
derecho a vivir dignamente. En Venezuela bajo este funesto régimen
opresor y destructor, no le está garantizada la dignidad a los
ciudadanos. Al contrario, la deliberada política gubernamental va
dirigida a humillarlos hasta esclavizarlos.
Los que nos quedamos
Pocos no han pensado en irse, pero no todos pueden emigrar. Por
diferentes razones se quedan. Por echar el resto o por temor a lo
desconocido; pero tengan la seguridad de que millones de ciudadanos que
permanecemos acá lo hemos meditado. Algunas veces imaginándonos el
exilio y otras, intentar la emigración.
Necesario también es dejar muy claro que, no es más patriota quien se
queda que el que se va. La patria es un sentimiento que no tiene nada
que ver con el sitio donde se está obligado a residir. Cualquier
venezolano con sentimiento patriótico, les aseguro que en cualquier
parte que esté no deja de pensar en su país y estaría dispuesto a
regresar, si su vida o la de sus familiares no estuvieran en peligro. En
efecto, esto también tenemos que señalarlo: en Venezuela todos corremos
peligro. El hampa nos acecha y las enfermedades se han convertido en
una calamidad pública por la ausencia de medicamentos o el alto costo de
la vida que imposibilita el recibir un tratamiento adecuado por lo
inalcanzable que resulta comprar una medicina. Esto para no referirme a
la desastrosa situación de los centros hospitalarios públicos.
¿Bravos o molestos?
No pocas veces he reflexionado sobre lo que ocurre en Venezuela. La
gente se está comiendo un cable. Pasa trabajo desde que se levanta hasta
que se acuesta, no sabe lo que va a comer y muchas veces ni siquiera
sabe si comerá. Los salarios son de hambre, los aumentos los consume la
inflación. Los servicios públicos no funcionan. Es común estar sin luz,
sin agua y gas doméstico varios días. Pocos se dan el “lujo” de tener
carros particulares. Para mantener un vehículo es necesario percibir
buenos ingresos. Solo bastaría averiguar el precio de los cauchos o
hacerle cualquier reparación, desde recargar el gas del aire
acondicionado hasta lo más simple como cambiarle el aceite. Cualquier
tontería no te baja del millón. Los invito examinar los carros que
circulan, muchos con los vidrios abiertos porque no les funciona el
aire, otros con los cauchos lisos, si los escuchan cuando están en un
semáforo podrán apreciar extraños ruidos en el motor.
Por otra parte, si se decide utilizar el transporte público, no crean
que es la solución, porque tampoco es suficiente para cubrir la alta
demanda; tan es así, que han proliferado los camiones de estacas como
medio de transporte.
Este panorama nos ha hecho retroceder casi a un siglo. Volvimos a
aquella Venezuela rural acechada por plagas y enfermedades del siglo
pasado, sumadas las perversiones y corruptelas de estos regímenes
comunistas aderezados por el aliño del terrorismo, los carteles de la
droga y, como si esto fuera poco, por la presencia de células
fundamentalistas. Vaya mezcla ponzoñosa la que se ha instalado en el
país.
En Venezuela, solo una cúpula vive bien y la inmensa mayoría está
sometida a la desidia y al abandono. La gran pregunta ¿por qué no pasa
nada? La respuesta es sencilla: el pueblo está molesto pero no bravo.
Solo hay brotes de bravuras en ciertos sectores y no son permanentes. El
régimen lo ha sabido hacer. Ha aplicado la técnica de la rana en la
olla de agua, que poco a poco le ha subido la temperatura y “aclimató” a
millones de venezolanos, ahora estamos sintiendo un poquito de calor
pero resulta muy difícil saltar de la olla. Triste realidad, pero eso es
lo que ha pasado.
Obstinadamente optimista
Este pavoroso panorama no quiere decir que ya estemos condenados a morir
bajo el dominio de estos bárbaros rojos. Soy obstinadamente optimista.
Esto implica que para poder encontrar la solución lo primero que tenemos
que hacer es estar muy claros del berenjenal en el que estamos metidos.
Cuando todos lo sepamos, y también entendamos que hay que asumir
riesgos para lograr la libertad. Habrá persecución. Más de la que ha
habido. Tenemos tres opciones: exiliarnos y/o emigrar, esperar morir que
el calor nos termine de “sancochar” o, luchar para apagar la llama que
calienta a la rana.
Repito, por un lado está la opción de huir, la cual no es para nada
condenable, pero por otro lado, está la opción de hacer historia al
rescatar a nuestro hermoso país y reconstruirlo, ser luz entre tanta
oscuridad.
A lo Benito Juárez les digo que hay que seguir la lucha con lo que podamos y hasta que podamos.
Con dedicación, perseverancia y arrojo, lograremos abrir las puertas de
la libertad y veremos regresar a todos los que se exiliaron y/o
emigraron y, junto a ellos, reconstruiremos nuestra bella Venezuela.
¡Ganaremos!
@pabloaure
Los que se quedan
Donna Croccante » 06 Nov 2017, 21:09
Existe en Venezuela el emigrante que no se va, por
las razones o excusas que sean, pero tiene la mente exiliada. Trata de
desconectarse del entorno. Afectado psicológicamente por la brutalidad
de la tiranía, a veces cae en el artificio de la negación, como en la
película: La vida es bella.
Piensa que en lo que pueda se va, pero tristemente sabe que ya no puede,
porque los 300 mil dólares que podía obtener hace 3 años con la venta
del patrimonio, ahora son 10 mil verdes que no alcanzan ni para los
pasajes de la familia, quizá ni para los sobornos de los pasaportes.
Piensa, sin mucha fe, que la cosa no está tan mala, a pesar de haber
perdido casi totalmente el nivel de vida, de vivir en el país más
inseguro del mundo, con la inflación más alta, y los sueldos más bajos
del mundo.
Es asaltado en sus finanzas domésticas por el gobierno hampón y por los
monopolistas enchufados, cómplices del gobierno hampón. Infla su burbuja
para segregarse de la boñiga revolucionaria. Honesto hasta los huesos,
fiel cultor desde la infancia de los paradigmas de rectitud religiosos,
de Supermán y de El Zorro, se ha topado con el pasmoso fiasco de los
narco carteles de las fuerzas armadas, los tribunales supremos regidos
por ex convictos y el CNE prestidigitador. El juego de policías y
ladrones se enmarañó. Ya no se sabe quién es quién.
Está en medio del bombardeo de quienes desde la comodidad de una
conexión virtual, le exigen que salga a la calle a protestar, aunque un
francotirador le pegue un tiro, y de los que le demandan que salga a
votar para elegir a los próximos presos políticos del régimen.
Ese venezolano exiliado en su propio país, cohabita con compatriotas que
pase lo que pase no se irán, bien sea porque seguirán en la lucha
contra la opresión, o por resignación, o por indiferencia. Muchos dicen:
“Este es mi país, aquí nací y aquí me quedo. Que sea lo que Dios
mande”.
Para algunos, son el pueblo que tiene el gobierno que se merece. Para
otros, son héroes. Los que sufren en carne propia la dictadura
inclemente, a los que les dicen cobardes, ignorantes, los que pasan
hambre y son cada vez más pobres por los planes de la patria, los que
mantienen la añoranza de la Venezuela que ya no es, los que aún esperan
con ingenuidad por el iluminado que los conduzca a la liberación, los
pendejos que tienen 20 años esperando que se cumplan las predicciones de
los videntes, los que a pesar de las decepciones por las conductas
erráticas de sus líderes y la agresión persistente del estado
terrorista, siguen defendiendo lo que son y lo que tienen, creyendo en
la constitucionalidad, los que salen a cada marcha, a cada protesta a
arriesgar el pellejo, los que de verdad pueden ir presos por una opinión
en las redes sociales, el pueblo al que dicen: “mira imbécil, apóyame”,
ó: “quien los manda pues”, el pueblo que estará en Venezuela cuando
llegue la hora de la verdad, el que irá a la batalla que haya que librar
por la nueva independencia, ese que reconstruirá el país y que volverá a
hacer florecer los jardines para los que regresen.
Los elegidos para continuar la lucha cara a cara. Los héroes que se quedan.