A partir del año 1930 vieron la luz en Valencia una serie de libritos, agrupados bajo el título común de Cuadernos de Cultura, que eran publicados quincenalmente por el editor anarquista Marín Civera, también director de la revista Orto. Con magníficas portadas de Manuel Monleón y Josep Renau se publicaron pequeñas obras del propio Marín Civera, Isaac Puente, Ángel Pestaña, Ramón J. Sénder, José Viadíu, Sebastián Faure, Amparo Posch y Gascón, Eugen Relgis, Higio Noja y otros muchos. Su objetivo era "hacer obra útil; despejar el tópico de nuestra incultura nacional y remover los espíritus ante la comprensión de los problemas vitales que agitan el mundo". En esta ocasión ofrecemos el Apéndice que con el título de "Las ideas anarquistas de Bakunin" cerraba el libro La dramática vida de Miguel Bakunin, escrito por Juan G. de Luaces y que hacía el número XVI de la colección.
La ideología de Bakunín descansa en una base de implacable y severo materialismo. El hombre, ser material, nace en un mundo donde existen algunas grandes realidades inevitables y evidentes, a las que es preciso acomodarse, y varias abstracciones corporeizadas, inútiles y despóticas, que entorpecen la vida racional del ser, y contra las que es posible y necesaria la rebelión.
Las dos grandes realidades son la Sociedad y la Naturaleza. La Religión, con la Moral y la Iglesia como consecuencias principales, y el Estado, con la Ley y el Gobierno como resultantes más inmediatos, son las dos abstracciones esenciales que una parte de los hombres ha convertido en eficacísimos medios de oprimir y expoliar al resto de sus semejantes.
No cabe el evadirse a la Naturaleza, cuyas condiciones de relación con la Humanidad hay que conocer y observar estrictamente, si no se quiere ser aplastado por los hechos naturales al seguir éstos su curso lógico. El hombre que quisiera rebelarse al acto natural e imperativo de comer, moriría. El hombre que intentara rebelarse al acto imperativo, natural, de morir, no moriría menos. Hay, pues, que estudiar la Naturaleza, dominar sus secretos y amoldarnos a su modo de ser y a sus manifestaciones, procurando siempre extraer de ellas lo que de mejor haya para nosotros. Respecto al mundo desconocido, a lo irreal y a lo misterioso, hay que prescindir de ello totalmente, limitándonos al examen de lo que vemos, palpamos y podemos comprender, y contemplando todas las cosas con el ánimo exento de prejuicios para poder formar una idea exacta y natural, no convencional e ilógica, de ellas. Quien, por ejemplo, comenzase a hacer estudios espíritas, llevando la convicción previa de que los espíritus existen, no podrá nunca llegar a la verdad, pues cualquier indicio que encuentre lo considerará afirmativo, mientras que el no encontrar indicio alguno no debilitará en nada una fe que ya vibraba a priori sin necesidad de comprobación ninguna.
Por lo que toca a la Sociedad, Bakunín la mira, igual que a la Naturaleza, como un hecho fatal, inmenso, ineludible, que no puede controvertirse ni definirse, ni como bien, ni como mal. Es, simplemente, una realidad superior y anterior a todas las voliciones y a todas las posibilidades humanas. Como la Naturaleza, corno la Vida misma, la Sociedad tiene que admitirse sin discusión. Así como al descontento de haber nacido en la Tierra no le queda ni aun la solución de arrojarse fuera del Orbe, al descontento de la Sociedad, como al descontento de la Naturaleza, y como al descontento de la Vida, no se le ofrece salida posible. El hombre, producto de la Sociedad, según el criterio bakuninista, no puede desligarse de ella sin destruirse, como un brazo o un pie no puede, sin anularse, separarse de la sociedad fisioquímica que forma cada cuerpo viviente.
El anarquista verdadero no es, pues, un negador de la Vida, un enemigo de la Sociedad, un partidario de la Nada. El nadista, suponiendo que lo haya, no es precisamente el anarquista. Este, por el contrario, ama la Vida y la Sociedad y quiere la exaltación de ambas dentro de la razón y de la Naturaleza, luchando, en consecuencia lógica, contra las instituciones absurdas y antinaturales que niegan la Vida, constriñen la Libertad y convierten la Sociedad espontánea en un rebaño organizado por medios coactivos.
El anarquismo quiere, verbigracia, que cada hombre haga su voluntad, mientras ésta no se oponga al sentir de la Sociedad en pleno (que, en este caso, y sin otros recursos, que la simple manifestación de su voluntad colectiva, puede aniquilar moralmente a cualquier individuo aislado, por temible y potente que sea). Pero si la voluntad de este individuo coincide con la de otros, nada se opone a que todos ellos, individuos libres, se federen en un grupo libre, cuyos deseos electivos pueden, sucesivamente, realizarse mediante asociaciones voluntarias con otros grupos. Indudablemente, nada hay aquí de absurdo, antinatural o negativo. Por el contrario, es disparatado, estúpido e indignante, y, sobre todo, pugna con las leyes de la Naturaleza, el que un individuo, en virtud de una ley convencional, que no ha contribuido a promulgar o ha sido promulgada con su voto en contra, pueda ser compelido a verificar actos que le vejan o le repugnan, obligándole a verificarlos con el empleo de los medios impositivos de que dispone un Estado en cuya organización, composición, regencia y beneficio no tiene arte ni parte el individuo de que se trata. La razón que en principio asiste a Bakunín y a los anarquistas, resplandece, deslumbradora, en este como en otra infinidad de casos.
Es, por lo tanto, el Estado, con sus consecuencias, Ley, Gobierno, Coacción, y no la Sociedad, lo rechazado y combatido por Miguel Bakunín. En un principio, cuando el hombre comenzó a despertar del sueño magnético de la irracionalidad en que vivió sumido durante cientos de siglos, la Religión fue el órgano moral y el Estado el instrumento material de los que la Sociedad, instintivamente, se valió para aglutinarse y progresar. Pero el hecho de que esas instituciones hayan tenido en la Historia una evidente importancia y hayan constituido una necesidad absoluta, no abona el que la Humanidad tenga que continuar llevándolas sobre sus hombros tal que dos fardos. Es como si el andador en que un niño ha dado sus pasos primeros se convirtiera en objeto permanente de su uso cuando ya ha dejado de serie preciso.
En este sentido, Bakunín propone la destrucción de la Religión por la práctica de la crítica, y la demolición del Estado por la acción revolucionaria. Abolidas entrambas instituciones, el hombre podrá reorganizarse libremente en la forma que la Naturaleza le aconseje y exija y del modo más beneficioso para la colectividad y para el individuo. Sin leyes, sin autoridades, sin monopolios ni contribuciones, el ejercicio de cualquier actividad será mucho más fácil, grato y fructífero. Todos trabajarán, porque este es un dictado de la Naturaleza y una necesidad social; pero se dedicarán a aquello que prefieran y trabajarán menos, porque, laborando todos y aprovechándose cada uno del fruto total y directo de su trabajo, eliminando la enorme masa parasitaria (plutocracia, aristocracia, burocracia, ejército, clero, etc.), que hoy subsiste a costa del sudor ajeno, cada hombre, en una breve jornada diaria, producirá más que de sobra para sus necesidades.
Para llegar a una Anarquía perfecta, en la que todos los seres, libres de las cadenas seculares, vivan armoniosamente, independientemente, dentro de la Naturaleza y de la Sociedad, no sólo es imprescindible derribar el Estado de un golpe, sino que hay que continuar, quizá por espacia de muchos años, lo que Miguel Bakunín, anticipándose al bolchevismo ruso, llamaba la "Revolución permanente", tanto para ahogar probables intentos de restauración del Estado, como para abatir sucesivamente las formas transitorias e intermedias que se fueren creando en el paso del Estatismo a la Anarquía. A esta concepción bakuniníana responde la actual táctica anarquista de acción.
Abolido el Estado, sería, consecuentemente, destruido el poder clerical, y la Religión, falta de órganos dominativos y batida en brecha por la crítica racionalista, sobreviviría muy poco a la ruina general del convencionalismo humano del presente.
Resumiendo: las ideas de Bakunín presentan dos aspectos: destructivo, negativo, el uno; positivo, constructivo, el otro. Al primero pertenece la labor de crítica religiosa y la de lucha revolucionaria contra el Estado, que no es la Sociedad, sino sólo una de sus formas históricas, y por ende la más brutal y abstracta. No obsta que, en alguna ocasión, el Estado quiera el bien general y trate de imponerlo. También contra este bien hay que luchar, porque no es bueno nunca lo que de grado no se acepta y de corazón no se ama. De modo que, en todos los casos, el deber del revolucionario, del anarquista, está en combatir todas las manifestaciones estatales y demoler todas las instituciones que emanen del Estado, sin dejar jamás de atacar, a la vez, el "estatismo espiritualista" que todas las confesiones religiosas pretenden imponer a sus creyentes. Despedazar la Religión y el Estado para manumitir, moral y materialmente, a todos los hombres, es el objeto.
La parte constructiva del anarquismo se refiere a la reorganización social en la Anarquía. Bakunín rebate la teoría de que, hecha la Revolución, sea un número determinado de hombres el que se encargue de reconstruir la Sociedad. La creencia bakuninista es muy otra, y propugna la conveniencia de dejar al pueblo dueño de sus destinos, para que él mismo, siguiendo sus propios sentires, al margen de toda imposición, de toda dictadura permanente o provisional, se trace sus normas de conducta y se organice como bien le parezca. "Que todas las pasiones se exacerben, que se desencadenen todos los instintos -decía Bakunín- Y de ese temporal humano saldrá la armonía del porvenir".
No obstante, el propio Bakunín reconocía la conveniencia de crear algún órgano de acción que, en un momento dado, interpretando la libérrima voluntad de sus afiliados todos, dictase, sin carácter oficial, las líneas generales de una reorganización común, y las hiciese triunfar en la conciencia de las masas. La "Alianza" tendía a este fin, como anteriormente hemos visto.
Pero nótese que esta institución no tendía a establecer una dictadura de partido, como los comunistas han hecho en Rusia y los fascistas han impuesto a Italia. No. La Alianza, procediendo en nombre de la razón natural, aspiraba al triunfo de sus creencias en el ánimo de las masas, para que éstas se manifestasen y operasen según el criterio aliancista que se formaría, colectivamente, por la suma de los criterios de todos los aliados. No se intentaba, pues, forzar al Pueblo a aceptar un dogma, como hacen los católicos en el orden religioso, los fascistas en el político y los comunistas en el social. El objeto era crear una voluntad colectiva y realizarla. Y como a la Alianza, en principio, eran admitidos todos sin que a nadie se le impusiese un credo ni un reglamento que le limitase su libertad, la voluntad de la organización podía ser el total de un conjunto de voluntades naturales espontáneas y humanas de verdad, por cuanto brotaban del seno mismo del sentimiento y el pensamiento de cada individuo.
Antes hemos tenido ocasión de apreciar cuáles eran las ideas de Miguel Bakunín respecto a las condiciones en que había de reanudarse la vida social. Deshechos por la violencia los lazos forzosos que unen hoy a los individuos con las colectividades y a éstas entre sí, la reorganización se haría de abajo a arriba, de menor a mayor, según los principios del federalismo integral. El hombre, libremente federado en Sindicatos para atender a las necesidades económicas, libremente agregado a Municipios libres desde el punto de vista territorial. Los Sindicatos, agrupándose voluntariamente unos a otros; los Municipios federándose libremente, para constituir provincias o regiones; las regiones, uniéndose espontáneamente para constituir nacionalidades libres y éstas confederándose a su vez. A este respecto, observaré que el Programa de los Republicanos Federales Españoles viene a coincidir, sin demasiadas diferencias, con las aspiraciones ideológicas de los anarco-sindicalistas, y no está quizá lejano el día en que el Partido Federal, la Confederación Nacional del Trabajo y las Federaciones Anarquistas de España lleguen a un convenio de ayuda mutua para la acción, ya que no también para la ideología.
Expuestas quedan aquí las ideas principales de carácter práctico que distinguieron e individualizaron la ingente personalidad filosófica de Bakunín. Y, para terminar, transcribiré las palabras con que el gran agitador define las aspiraciones supremas del individuo en su marcha ascendente de la fatalidad ciega al libre albedrío, de la Autoridad (autocracia) a la Libertad (acracia): "Insignificante y perecedero, gota impalpable en el mar sin orillas de la evolución universal, con dos eternidades desconocidas, detrás una, delante la otra, el hombre activo, pensante, consciente, reposa, orgulloso, en el sentimiento de la libertad, que él mismo se labra, alumbrando, libertando, revolucionando al mundo que le rodea. Este es su consuelo, su premio y su paraíso... Su palabra postrera, su pensamiento más profundo sobre la unidad del Universo, será el sentimiento de la "eterna transformación universal" esto es un movimiento sin principio ni fin, ilimitado. Lo opuesto a cualquier clase de providencia, la negación absoluta de Dios".
Juan G. de Luaces
Fuente: http://laalcarriaobrera.blogspot.com.es/2008/11/las-ideas-anarquistas-de-bakunin.html